Capítulo 4

Anashia.

Estaba exhausta por el agotador ritmo de trabajo que he llevado en mi humilde vida. Esta semana estuvo llena de clases de baile y tutorías con los niños, sumado al trabajo extra en el Hotel Hollyday que ha estado drenando mi energía. A punto de rendirme, me retracto al recordar las enormes deudas con las casas comerciales y otras responsabilidades. Me digo a mí misma que debo seguir adelante; por ahora, no es momento de rendirse. Mi madre necesita mucho de mi ayuda, y la lucha por la vida apenas comienza.

Desde el fallecimiento de mi padre, las cosas han empeorado. Las enormes deudas me han obligado a pagarlas a plazos, y llevo 5 años sin tener tiempo ni siquiera para conocer a un hombre. Bueno, quizás estoy exagerando un poco, ya que Víctor ha sido un buen amigo... perdón, un amigo con derechos, según mi percepción. Pero eso no es lo que deseo; soy consciente de ello. Me siento estúpida. Él ha intentado varias veces que seamos novios, seguramente cansado de hacerlo ya. Wow, qué pecado más grande es amar a un hombre que te olvidó de la noche a la mañana.

Suspirando, pienso en aquellas veces en las que seguía dolida por no poder dejar de pensar en el idiota de Alexei. Siempre le decía que no a Víctor; no me di la oportunidad de tener algo serio. Quizás él hubiera sido un buen hombre en mi vida. Pero, ¡Nel pastel! Tampoco confío en él. A mi juicio, después de aquella mentira, ya no confío en los hombres.

Río como una loca al pensar en tanta estupidez. Necesito ponerme las pilas en mis trabajos y descartar eso del amor. Por ahora, mejor sola que mal acompañada. Aunque una noche no le hace mal a nadie. Hasta dolor de cabeza tengo de tanta abstinencia sexual; necesito un poco de salida. Este encierro me tiene loca.

En los transcurso de los días, todo ha sido casa, trabajo y más trabajo. El salario no está mal en la escuela, de eso no me quejo. Sin embargo, nunca termino de completar mis otras necesidades. Ni modo, la vida que me tocó no es color de rosa, es negra como mi realidad.

Al terminar la tutoría con el grupo de sexto grado, llego a casa para rendirme. Dejo mis materiales tirados en mi habitación, me quito los tenis y me pongo mis crocs. Luego, bajo a buscar una gaseosa Coca-Cola retornable. Chasqueo los dientes al seguir tomando esa bebida tóxica; con azúcar, saldré tan joven que pesaré menos de lo normal.

Cuando voy caminando a casa, me encuentro con mi amiga. Ella sonríe de medio lado; sé que algo me dirá.

—Anashia, salgamos un ratito... —niego dudosa, ya que quisiera pero no puedo salir y despejar la mente. Tengo deberes. —Amiga, tienes 26 años, pero pareces de 60. ¿Por qué nunca te diviertes? Sé que debes cuidar a tu mamá y pagar las deudas que dejó tu papá, pero necesitas hacer tu vida. ¿Piensas morir de esa manera?

Río por el comentario. De verdad que tiene toda la razón. Sin embargo, todo eso se acabó cuando falleció mi padre y cuando estuve a punto de morir aquel día.

—Brighet, gracias por ser una buena amiga. No quito tu razón, pero desafortunadamente, esto es lo que soy.

Mi amiga suspira, negando.

—Pasa un buen fin de semana en tu casa. Adiós.

Solo le sonrío, sin decir nada más. Si ella supiera que los viernes por la noche y los fines de semana los paso en el Hotel Holiday Inn, limpiando las habitaciones, lavando en lavadora, usando secadora, dejando todo en orden hasta llegar la noche, no pensaría de esa manera.

No, nadie me comprenderá hasta que estén en mis zapatos.

Vaya día que me tocó.

*****

Los días pasaban como el viento en popa, desde aquel entonces mi supuesta amiga dejó de hablarme. Nuevamente quedé sola; mis amigos son mis gatos, Misifu y Kara. Ellos son los únicos que me entienden, bueno, y mi madre. La pobre pasa cosiendo todo el santo día, y con suerte conversamos un poco.

Ya es sábado y otro día de trabajo comienza. Esta mañana me puse a limpiar las habitaciones, lavé las sábanas en la lavadora y luego las terminé de secar para después plancharlas. Entré a las habitaciones para dejar las camas con sus cubiertas ya listas. Al terminar, anoté mi hora de salida y me senté a esperar mi pago. Cuando llegó mi turno, quedé mirando el lugar recreativo por un rato. Solté un suspiro y decidí que era hora de irme. Por lo menos hoy salí temprano. Lo bueno del hotel es que la paga es más de 100 dólares por tres días, y en una semana es más. Pero el trabajo es difícil; creo que ya he bajado más de 2 libras en solo estos días.

Subo al autobús 102 para bajarme en Multicentro. Llevaré pizza y pastel de piña para cenar. Después de media hora, bajo en la parada y cruzo la calle. Son más de las cinco de la tarde. Camino viendo las novedades y las tendencias. Bueno, lo que está en tendencia son Barbie y ese Ken. Ya aburren.

Llego al piso de abajo y ordeno la pizza y los pasteles. De lejos veo a un conocido, es Víctor. Al verme, se pone nervioso, y es obvio porque está con una chica y piensa que le diré algo. Ignorándolo, sigo esperando mi orden, levantando las cejas disimulando.

—Anashia, ¿cómo estás? —tuerzo los dedos al escucharlo cerca de mí.

—Ah, hola Víctor, ¿qué tal? Yo muy bien, ¿y tú? —Se rasca el cabello, dirigiendo su mirada a la chica que está sentada.

—Vine con ella un rato, ya que tú sigues rechazándome —comenta apenado.

Ay, sí, sinvergüenza. Le palmo la espalda, asintiendo.

—Qué bueno, aprovecha, Macario, que las mujeres no son diario. Adiosito, vete; ella pensará mal.

—Anashia, tú no cambias, eh. Siempre tratas de sonreír en las buenas y en las malas. Por eso me encantas.

—Okey, cuídate —respondí tratando de correrlo.

La chica me llama por el mostrador, me acerco, pago y tomo la caja de pizza. Luego, pago los pasteles y nuevamente me dirijo a mi destino.

Mientras comíamos pizza hasta cansarnos, mamá y yo conversamos mucho. Reímos e incluso lloramos. Así es, mi madre aún no supera la muerte de mi papá, y yo, por desgracia, no olvido a mi primer amor. Creo que moriré sola con mis recuerdos buenos y dolorosos.

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