ELIZABETH REED—¡No pienso cambiar de parecer! —exclamó Nancy levantándose de su asiento y retrocediendo.—El profesor Lynch nunca te tocó. ¿Se merece lo que estás haciendo? —pregunté furiosa, viendo ese abdomen abultado que de seguro era falso.En un par de minutos Nancy saldría a una conferencia de prensa organizada por el director del campus, donde terminaría de condenar a Finn, argumentando que estaba embarazada de él. Ella dirigía al grupo de alumnas que sostenían sus falacias. —No entiendes nada… —dijo agachando la mirada con tristeza—. Necesito ese dinero y es la única manera de obtenerlo. Además, si digo la verdad, todo el mundo me verá como una mentirosa, las puertas se me cerrarán en todos lados.—Si dices la verdad, la gente se dará cuenta del valor que tienes al oponerte a un hombre como el director. Notarán que hay virtud en ese corazón egoísta —contesté acercándome molesta—. Si dices la verdad, te apoyaré económicamente. Necesitas el dinero para continuar tus estudios,
FINN LYNCHBeth, ¿dónde estás? ¡Sal de ahí! ¡No tuviste que hacer esto!, exclamé para mis adentros mientras apretaba mis dientes y puños, ansioso por salir corriendo a buscarla, pero cuando giré el rostro, noté a Mauro, aun con los ojos clavados en la pantalla mientras, más atrás, sentada en una mesa, con las mejillas pálidas, se encontraba Estela, comprendiendo por fin que Beth no era la niña torpe e inocente, que había tenido en sus manos a un feroz tigre y ahora estaba suelto. Las cadenas que había intentado poner sobre mí, habían desaparecido, mi cazadora no se había ido, no me había abandonado, me había liberado. —¡Mauro! ¡Ven acá! —exclamó Estela poniéndose de pie. —¿Qué ocurre? ¿A dónde vas con tanta prisa? —pregunté divertido. —Creo que es obvio que, con Beth «desaparecida» y el director muerto, no me importa un carajo que te quedes a mi lado, ni tú ni el idiota de tu hermano. ¡Hagan lo que quieran! ¡Me importa un carajo! ¡No los quiero ver en mi puta vida!De esa manera a
ELIZABETH REEDAún me dolían los nudillos. El golpe que le había dado a Evan fue tan fuerte que abrir y cerrar la mano resultaba molesto. Después de usar un par de autobuses para salir de la ciudad. Caminé un rato por la carretera. Como cada vez que huía, compré ropa en una tienda pequeña que manejaba precios económicos y adquirí un tinte semipermanente que usé en el baño de una gasolinera. Entré como rubia y salí con un castaño cobrizo que cuando le daba el sol reflejaba brillos rojizos. Para mi mala suerte, la lluvia fue parte constante en mi camino. Un hombre entrado en años me hizo el favor de dejarme ir en la parte trasera de su camioneta, sobre unas pacas de heno. Quise dormir, pero solo vi el cielo gris mientras las gotas caían contra mi rostro. Conforme me alejaba, la nostalgia crecía. «Beth… la vida de un mercenario es muy solitaria. No hay manera de que puedas tener amigos o pareja. Siempre está latente el riesgo de perderlos», había dicho años atrás mi padre frente a la c
FINN LYNCHEvan se acercó y, después de un resoplido, vio el mapa con atención y presionó su índice justo en el lugar donde la había visto por última vez. Enriqueta alzó el cuchillo y Evan tuvo que quitar la mano, presuroso, antes de que su tía clavara el filo en el papel. —¿Era necesaria tanta intensidad? —preguntó Evan sosteniendo su mano como si se la hubiera amputado su tía, la cual estaba muerta de risa. —No, pero me gusta el dramatismo —contestó divertida. —Está loca… —susurró Evan mientras yo no quitaba la vista del mapa.—¡Te oí! —exclamó Enriqueta ofendida.—Suficiente, no perdamos más tiempo. ¿Qué tengo que hacer? —Me planté frente a ella y después de asentir, me ofreció el arma por la cacha.—Espero que sepa disparar, abogado. Tal vez lo necesitará.ϔELIZABETH REEDCaminé entre los árboles hasta que mis pies punzaron. Ya me había comido las manzanas y el bizcocho. Llevaba el pañuelo colgando de mi mano mientras sostenía la botella y la frazada. Cuando creí que me había
ELIZABETH REEDEl hombre con el que había tenido tantas pesadillas posó ambas manos en mi cuello y me alzó, presionándome contra la pared mientras me asfixiaba. Lancé patadas que parecían no dolerte y rasguños que no alcanzaban su rostro, aunque de haberlo hecho, tampoco habrían cambiado algo. —¡¿Es en serio?! ¡¿Qué le hiciste a su rostro?! —De pronto alguien nos interrumpió y mi agresor me arrojó al suelo, ante los pies de la visita. La oscuridad que estaba dominando mi vista se disipó y una mano enguantada levantó mi rostro al tomarme por el mentón. —Así no me sirves… —agregó desilusionada. Era mi tía, viendo la herida en mi rostro con decepción—. ¡Te dije que…!—Teníamos un trato, mujer —intervino el asesino acercándose con fastidio—. Da gracias que esperé el tiempo que tú me pediste.—Tiempo que no habría pedido si hubieras hecho bien tu trabajo hace más de diez años —contestó Estela furiosa—. En esta ocasión la quería completa para que pudiera salir a cantar, pero le has arrui
ELIZABETH REED—Marion y Ted están en este bosque… en la tierra que pisamos, en los árboles que nos rodean. Aquí terminaron sus cenizas y aquí estarán siempre para seguir protegiéndonos —dijo Enriqueta levantando la mirada hacia el follaje de los árboles, derramando una lágrima en honor de su hermano—, pero tú… tú serás el alimento de los cerdos. No dejaré que tu cuerpo ni tu sangre contaminen este lugar y sigas atormentándolos. Hasta aquí llegaste, Estela Williams. De esa manera, mi tía Estela murió con el corazón partido por el filo de la daga de mi tía Enriqueta. Sus ojos se opacaron, su piel se volvió verdosa casi de inmediato, como si su corazón, al dejar de latir, permitiera que la viéramos como lo que siempre fue, una maldita bruja, un monstruo avaricioso. De pronto un disparo cimbró todo, avisándonos que las cosas no habían acabado. —¡Evan! —grité horrorizada y corrí hacia la cabaña. —¡Beth! ¡Espera! —exclamó Finn detrás de mí y pude escuchar sus pasos, pero fue demasiado t
ELIZABETH REED —Una vez más este lugar es víctima del dolor y la tragedia —agregó Enriqueta con melancolía y suspiró—. Lo mejor será demolerlo. Ya no queda nada aquí que no esté manchado de sangre y valga la pena rescatar. »En vista del éxito obtenido, es momento de partir —finalizó pegando en el suelo con su bastón. Era la única que parecía aún guardar optimismo. Tal vez se debía a que también era la única que no estaba golpeada o sangrando. Era curioso como el destino daba vueltas. Al pie de la carretera le hice parada a una camioneta, conforme esta se acercó me di cuenta de que se trataba del mismo hombre que me había traído. Al vernos a todos heridos y golpeados, decidió no hacer preguntas y aceptó llevarnos a la clínica más cercana. Una vez ahí, me suturaron la herida en mi pómulo. La bala había rozado y abierto mi carne, pero no causó más problemas. Tendría una cicatriz que me haría recordar ese día el resto de mi vida. Después de los diez puntos que recibí en mi rostro.
ELIZABETH REED—Soy un ayudante, no un adivino —reclamó Clark en cuanto aparcamos fuera de la casa de Enriqueta—. Si me hubieran llamado, yo solo lo habría solucionado. —¡Cálmate! —exclamé detectando a un fanfarrón odioso.—¡Por favor! Una vieja histérica y su guardaespaldas no resultan un gran problema… —contestó Clark con media sonrisa—. Solo hubiera necesitado dos balas y un día, como mucho. —¡Pues discúlpenos, su gran eminencia, rey de los matones!, pero jamás habíamos tenido un mercenario como ayudante —se quejó Evan torciendo los ojos—. Pensé que era tu responsabilidad estar al pendiente de nuestras necesidades. —Así no funciona el mundo —agregó Clark fastidiado—. «Al que no habla, Dios no lo oye».—No puedo más con este arrogante… Ya hay que regresárselo a Liam —agregó Evan enfurruñado. Salí del auto, no estaba dispuesta a escucharlos discutir. Toqué un par de veces a la puerta y me abrió mi tía, dedicándome una sonrisa. Cuando posó su mirada en el auto, parecía haber compr