FINN LYNCH Le saqué el camisón con desesperación antes de que mis manos cubrieran sus suaves pechos. Su cuerpo retorciéndose debajo del mío solo me incitaba a dar rienda suelta a mi perversión. Quería escucharla suplicar, quería que mojara mis sábanas. Quería recordarle quien era su dueño, de la misma manera que yo le pertenecía. Mordí sus suaves muslos antes de que mi boca se apoderara de su intimidad. Un gemido ahogado y ese movimiento cadencioso de sus caderas me enloqueció. Mi corazón se azotaba dentro de mi pecho y la erección dentro de mis pantalones se volvía dolorosa. Mordí y saboreé, mientras que con ambas manos luchaba para que sus muslos se mantuvieran abiertos para mí. Los espasmos de su cuerpo confirmaron que había logrado mi objetivo. Un día le advertí que era bastante bueno con la lengua y en ese momento no creí que se lo querría demostrar cada noche del resto de mi vida. Subí por su vientre, dejando besos por su piel, subiendo por sus costillas, devorando sus pec
ELIZABETH REED—Elizabeth… Qué susto nos diste a todos —dijo Estela detrás de mí, interrumpiendo mi momento de calma en el jardín—. Ya le indiqué a Mauro que no se aparte de tu puerta por las noches. —¿Por qué me cuidas tanto dentro de tu propia casa? ¿A dónde podría ir? ¿Cómo podría escapar? —pregunté tranquilamente sin demostrar mi molestia.—Lo que me preocupa ahora no es que escapes —contestó entre dientes—. Tendrás una presentación en una de las salas de conciertos del auditorio de la ciudad. Esta es la lista de canciones que quiero que practiques con tu maestro. Esta vez te presentaras sin berrinchitos tontos. »Ya no estoy dispuesta a seguir soportando tus tonterías. —¿Se te olvida que me iré con el abuelo a ese «chalet» cerca del bosque? Habla con él, soy libre de todo esto —contesté con una gran sonrisa, regresándole su estúpida lista.—Claro, ¿cómo se me pudo olvidar? Irás con el abuelo y le dirás que quieres hacer feliz a tu tía y que serás la mejor cantante de Reino Unid
ELIZABETH REED—Sé que la señora Estela solo intenta usarte —dijo Mauro con tristeza—. He querido mantenerme al margen e ignorar lo que pasa, pero… si… tú me dijeras que…—No lo digas —pedí con tristeza. No dejaba de verlo como un posible daño colateral. Él no tenía por qué ser parte de este juego.—Mi deber es protegerte… Solo dime lo que ocurre, pídeme que te proteja de ella y lo haré. Solo dilo… —No hay nada de lo que tengas que protegerme —contesté con una sonrisa insípida—. Perdóname si te he metido cosas extrañas en la cabeza.—Solo juzgo lo que veo —contestó melancólico antes de mostrarme el mapa en su celular. Comencé a inspeccionar los alrededores y sonreí satisfecha, aunque él parecía sospechar que mi curiosidad iba más allá de lo que demostraba, lo noté por su mirada triste y preocupada. —Espero que de tiempo para visitar el parque nacional y el zoológico —dije con una emoción casi infantil. ¿Estaba actuando bien? ¡Era obvio que no me estaba creyendo!—Bueno, por lo menos
ELIZABETH REED Salí al escenario a la hora indicada, pude ver en uno de los palcos a Evan y Finn, acompañados de Estela que no dejaba de besar y acariciar a mi pelirrojo, pero él parecía diferente, su mirada me decía que ya estaba enterado, que mi mensaje lo había comprendido a la perfección. Comencé a cantar, esforzándome, cautivando a todos, haciendo que su atención se perdiera en mí y en mi voz. Nada me hizo detenerme, incluso cuando comenzó a sonar las alarmas contra incendios y la energía fue cortada para dar paso al agua de los aspersores. Levanté la mirada una vez más hacia el palco y sonreí divertida al notar el coraje en los ojos de mi tía. Bajé del escenario y corrí en dirección contraria a la gente, haciendo que Mauro no pudiera alcanzarme tan fácil. Cuando llegué a la puerta para personal autorizado, mi tía la abrió para mí, mientras mantenía su atención entera en mi guardaespaldas. —Mantente escondida, todos te reconocerán en la ciudad y cada foto o testimonio llevar
ELIZABETH REED—¡No pienso cambiar de parecer! —exclamó Nancy levantándose de su asiento y retrocediendo.—El profesor Lynch nunca te tocó. ¿Se merece lo que estás haciendo? —pregunté furiosa, viendo ese abdomen abultado que de seguro era falso.En un par de minutos Nancy saldría a una conferencia de prensa organizada por el director del campus, donde terminaría de condenar a Finn, argumentando que estaba embarazada de él. Ella dirigía al grupo de alumnas que sostenían sus falacias. —No entiendes nada… —dijo agachando la mirada con tristeza—. Necesito ese dinero y es la única manera de obtenerlo. Además, si digo la verdad, todo el mundo me verá como una mentirosa, las puertas se me cerrarán en todos lados.—Si dices la verdad, la gente se dará cuenta del valor que tienes al oponerte a un hombre como el director. Notarán que hay virtud en ese corazón egoísta —contesté acercándome molesta—. Si dices la verdad, te apoyaré económicamente. Necesitas el dinero para continuar tus estudios,
FINN LYNCHBeth, ¿dónde estás? ¡Sal de ahí! ¡No tuviste que hacer esto!, exclamé para mis adentros mientras apretaba mis dientes y puños, ansioso por salir corriendo a buscarla, pero cuando giré el rostro, noté a Mauro, aun con los ojos clavados en la pantalla mientras, más atrás, sentada en una mesa, con las mejillas pálidas, se encontraba Estela, comprendiendo por fin que Beth no era la niña torpe e inocente, que había tenido en sus manos a un feroz tigre y ahora estaba suelto. Las cadenas que había intentado poner sobre mí, habían desaparecido, mi cazadora no se había ido, no me había abandonado, me había liberado. —¡Mauro! ¡Ven acá! —exclamó Estela poniéndose de pie. —¿Qué ocurre? ¿A dónde vas con tanta prisa? —pregunté divertido. —Creo que es obvio que, con Beth «desaparecida» y el director muerto, no me importa un carajo que te quedes a mi lado, ni tú ni el idiota de tu hermano. ¡Hagan lo que quieran! ¡Me importa un carajo! ¡No los quiero ver en mi puta vida!De esa manera a
ELIZABETH REEDAún me dolían los nudillos. El golpe que le había dado a Evan fue tan fuerte que abrir y cerrar la mano resultaba molesto. Después de usar un par de autobuses para salir de la ciudad. Caminé un rato por la carretera. Como cada vez que huía, compré ropa en una tienda pequeña que manejaba precios económicos y adquirí un tinte semipermanente que usé en el baño de una gasolinera. Entré como rubia y salí con un castaño cobrizo que cuando le daba el sol reflejaba brillos rojizos. Para mi mala suerte, la lluvia fue parte constante en mi camino. Un hombre entrado en años me hizo el favor de dejarme ir en la parte trasera de su camioneta, sobre unas pacas de heno. Quise dormir, pero solo vi el cielo gris mientras las gotas caían contra mi rostro. Conforme me alejaba, la nostalgia crecía. «Beth… la vida de un mercenario es muy solitaria. No hay manera de que puedas tener amigos o pareja. Siempre está latente el riesgo de perderlos», había dicho años atrás mi padre frente a la c
FINN LYNCHEvan se acercó y, después de un resoplido, vio el mapa con atención y presionó su índice justo en el lugar donde la había visto por última vez. Enriqueta alzó el cuchillo y Evan tuvo que quitar la mano, presuroso, antes de que su tía clavara el filo en el papel. —¿Era necesaria tanta intensidad? —preguntó Evan sosteniendo su mano como si se la hubiera amputado su tía, la cual estaba muerta de risa. —No, pero me gusta el dramatismo —contestó divertida. —Está loca… —susurró Evan mientras yo no quitaba la vista del mapa.—¡Te oí! —exclamó Enriqueta ofendida.—Suficiente, no perdamos más tiempo. ¿Qué tengo que hacer? —Me planté frente a ella y después de asentir, me ofreció el arma por la cacha.—Espero que sepa disparar, abogado. Tal vez lo necesitará.ϔELIZABETH REEDCaminé entre los árboles hasta que mis pies punzaron. Ya me había comido las manzanas y el bizcocho. Llevaba el pañuelo colgando de mi mano mientras sostenía la botella y la frazada. Cuando creí que me había