ASTRIDDos días han pasado desde aquel incidente en el bosque. Dos días desde que ese maldito león me atacó, desde que volví a enfrentar el miedo, el dolor… y la cercanía de Ronan.Mi pierna ha mejorado notablemente gracias a los cuidados del médico y al descanso, pero aún no estoy del todo bien. Aun así, Lucian y Freya han decidido que ya es hora de sacarme de la habitación.—¡Astrid, ven con nosotros al jardín! —suplicó Lucian por tercera vez en menos de cinco minutos.Freya se cruzó de brazos y rodó los ojos.—No podemos obligarla, Lucian —dijo, antes de girarse hacia mí con una sonrisa traviesa—. Pero si le dijera que es por una tarea importante, tal vez podría ayudarme…Fruncí el ceño con desconfianza.—¿Qué tipo de tarea?—Necesito información sobre alguien —respondió Freya con inocencia—. Y como tú eres la persona más cercana, creo que podrías darme los detalles que necesito.Sus palabras me intrigaron, ella siempre se había comportado conmigo de manera distante y ahora parecía
RONANLa mesa de la reunión estaba rodeada por los betas de mayor confianza de mi manada. Rambo, con su presencia imponente y su esposa Camina a su lado, siempre leal. Livia, con su actitud desconfiada y estratégica. Los otros dos betas, Varian y Tobías, escuchaban atentamente.La política entre los reinos siempre ha sido un juego de estrategia y poder, y yo, como Alfa del Fuego, tenía que jugar bien mis cartas.Rambo fue el primero en hablar.—La Alfa del Agua está dispuesta a negociar —anunció con firmeza—. Ha dejado claro que respeta las decisiones de su difunto esposo y está abierta a una alianza con nosotros.Me incliné ligeramente hacia adelante, evaluando la información.—Eso son buenas noticias —dije, meditando las implicaciones—. Solo nos falta conseguir una alianza con los Alfas del Reino de la Tierra. Si logramos eso, tendremos el dominio completo de los territorios.Livia no tardó en expresar su escepticismo.—No confío en la Alfa del Agua —dijo con frialdad—. Es astuta. N
MAGNUS Mi hijo.Mi heredero.Mi sangre.Me incliné sobre la cuna y lo observé en silencio. Su piel era suave y cálida, su diminuto cuerpo apenas ocupaba espacio en las mantas gruesas. Sus manos, aún débiles, se aferraban al aire como si buscara algo más que no podía entender.Él será un Alfa fuerte.El más poderoso del Reino del Viento.El orgullo se hinchó en mi pecho mientras recorría con la mirada cada pequeño rasgo de su rostro. Era perfecto. Mi legado.De repente, unas manos suaves se deslizaron sobre mis hombros.—Magnus… —susurró Sigrid contra mi piel.Sentí sus labios rozando mi cuello, el calor de su cuerpo cubierto solo por una bata de seda.—Podemos aprovechar el tiempo, mientras el bebé despierta. Pero no reaccioné.—Estás frío conmigo —susurró, mordiendo suavemente mi piel.Me retiré bruscamente.Sigrid frunció el ceño.—¿Qué te pasa? —espetó—. Desde que viste a Astrid te has alejado de mí.No respondí.—¡Mírame, Magnus! —exigió, alzando la voz—. Me tratas como si solo
ASTRIDEl sol se filtraba entre las copas de los árboles, proyectando sombras danzantes sobre la hierba húmeda. El aroma de la tierra y las hojas me envolvía mientras me movía en el jardín, lanzando golpes precisos contra Elliot. Mi pierna aún dolía, pero era soportable. No podía permitirme descansar, no cuando tenía tantas cosas en mi mente.Elliot detuvo el entrenamiento antes de que yo lo hiciera.—No estás concentrada —dijo, cruzándose de brazos—. ¿Quieres decirme qué te pasa o tengo que adivinar?Respiré hondo. Sabía que no tenía sentido ocultárselo.—Anoche escuché a Ronan y Claudia hablando.Elliot arqueó una ceja, expectante.—Claudia quiere casarse con Ronan —solté de golpe—. Descubrió que mi collar es falso.Elliot no pareció sorprendido.—Y, ¿cuál es el problema?Lo fulminé con la mirada.—¿Cómo que cuál es el problema?Él se encogió de hombros.—Astrid, eso sería la solución a todo. Podrías liberarte de este matrimonio. Ronan lograría su propósito. Con el Reino del Agua y
ASTRIDRonan me besó.Y no fue un beso cualquiera.Fue intenso, salvaje, lleno de rabia y deseo.Durante un par de segundos luché contra el impulso. Lo juro. Mi mente gritaba que lo alejara, que lo empujara, que no cayera en ese juego… pero mis labios…Mis labios no la escucharon.Se rindieron.Se rindieron al roce de su boca, a la fuerza con la que sus manos me sostenían, al calor abrumador que explotaba en cada rincón de mi cuerpo. Quería apartarlo, de verdad. Pero en cuanto su lengua se deslizó dentro de mi boca, todo pensamiento coherente se desvaneció.Mis manos —malditas traidoras— se aferraron a su cuello.Y fue como si el mundo desapareciera, como si solo existiéramos él y yo, en medio de ese fuego incontrolable que nos devoraba vivos.Ronan me soltó las muñecas. Su tacto se deslizó por mis costados, lento, casi reverente, y después más atrevido, más exigente. Su cuerpo se frotó contra el mío, firme, potente.Gemí.Era un gemido que llevaba demasiado tiempo conteniéndose. Una
ASTRIDLa casa real estaba sumida en un silencio profundo.Mis pasos eran cuidadosos, casi fantasmales. Mi cuerpo aún temblaba. No de frío. No del roce de Magnus en mi piel. Sino del asco. La marca en mi labio ardía. Su beso… su maldito beso... había sido como una bofetada del pasado que creía enterrado.Avancé por el pasillo oscuro, agradeciendo que todos ya estuvieran dormidos. No tenía fuerzas para hablar. Ni para fingir. Solo quería una ducha caliente y la cama.Al entrar a mi habitación, cerré la puerta con suavidad y me quedé unos segundos de espaldas, apoyada contra la madera. Me quité la chaqueta. Después la blusa, dejándola caer al suelo. Me quedé solo en ropa interior, con el reflejo de mi cuerpo mirándome desde el espejo.Fue entonces que la lámpara se encendió.La luz me cegó un segundo, y al girar la cabeza, ahí estaba él.Ronan.Sentado en el sillón junto a la ventana, con los codos sobre las rodillas y la mirada oscura, como un lobo esperando en la penumbra.—¿Dónde e
ASTRIDHabía papeles por todos lados. Contratos, reportes de patrullas, solicitudes de víveres, informes médicos, mapas de las fronteras, e incluso una nota arrugada que decía "no olvides alimentar a los halcones de vigilancia". Sentada en el escritorio de Ronan, rodeada por el caos administrativo de su manada, me sentía como una impostora.Una semana sin Ronan y parecía que todo en el reino se tambaleaba, y aunque nadie lo decía, yo lo sentía. Apoyé los codos sobre el escritorio y dejé caer la frente sobre los papeles, soltando un largo suspiro. Ni siquiera había tenido tiempo para pensar en él... o mejor dicho, en lo que pasó. —¿Planeas enterrarte bajo esa montaña de papeles o solo estás practicando cómo rendirte con estilo?Levanté la cabeza y encontré a Elliot apoyado en el marco de la puerta, con los brazos cruzados y esa media sonrisa que siempre le sale cuando intenta aligerar las cosas.—No es gracioso —le gruñí.Él entró y cerró la puerta con el pie. —Te ves mal, Astrid. C
ASTRIDMe quedé muda.Las palabras me temblaban en la garganta, todas agolpadas, sin orden, sin forma.¿Después de una semana de silencio, de ignorarme, de aparecer con Livia como si nada… ahora esto?Extendí la mano, lo toqué apenas con la yema de los dedos… y luego cerré la caja con un solo movimiento. No. No estaba preparada para volver a llevar ese vínculo alrededor del cuello. No después de lo que pasó. No todavía.—No puedo —murmuré, con la vista clavada en la tapa.Sentí el aire moverse. Ronan dio un paso hacia mí. Sus dedos se deslizaron suavemente por mi rostro, como si quisiera memorizarme de nuevo. Sus pulgares rozaron mis labios, lentamente, con una ternura que casi me hizo olvidar por qué estaba enojada.—No puedes negar lo que hay entre nosotros —dijo en voz baja.—No lo niego —respondí, sin moverme—. La pasión existe. Lo sabemos los dos. Pero eso no significa que sea amor, Ronan.Él retrocedió un poco, como si mis palabras lo hubieran golpeado. —¿De verdad crees que es