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NARRADORA

— ¿Estás segura de que las cosas sucedieron así? Vuélveme a mostrar el brazo.

— Sí, sí, señora, le iba a poner las sales como me ordenó, pero esa mujer entró hecha una fiera y me quería obligar a meterme en el agua, parece que nos había escuchado.

— Forcejeamos y de repente, fue como si un hierro a fuego vivo me estuviese quemando por donde ella me estaba agarrando.

— Mire, mire usted misma, las marcas que me dejó la m4ldita – Lorena, arrodillada, le mostraba a la jefa de doncellas, las marcas de quemadura de una mano humana en su brazo.

— Bien, pero al final fallaste en la encomienda y sabías muy bien que te tendría que castigar de todas maneras.

La mujer tomó un látigo que había en la pared y la chica arrodillada apretó entre sus dientes un palo envuelto en un trapo blanco para evitar morderse la lengua.

Estaba temblando, asustada, pero decidida.

El sonido del látigo sonaba en la estrecha habitación del castigo y los gritos reprimidos de dolor.

El olor a sangre ya flotab
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