Aria
Gran parte de la noche la paso llorando desconsolada como cada vez que me sucede cuando veo la realidad de las cosas. Siempre que Natasha viene a verlo, él se olvida de mí. A ella le da sus sonrisas, su amabilidad, todo lo contrario a lo que a mí me da. Conmigo es un hombre exigente, frío y ni siquiera se molesta en decir mi nombre, solo me llama por mi apellido.
Claro, en el departamento es otra historia, pero eso no sirve de nada porque no tengo su amor.
Me levanto de la cama sintiendo un poco de náuseas, así que me quedo unos minutos de más en ella. Tengo miedo de que estas se hagan más y más intensas conforme las semanas y no pueda disimularlo. Antes de abrir la boca, debo pensar bien en cómo lo haré y cuál es la situación.
Me llevo una mano al vientre y dejo escapar un largo suspiro. No puedo dejar que nadie le haga daño a mi bebé.
—Buenos días, hermana —me saluda Jackson cuando llego a la cocina y me siento en el comedor redondo que tenemos en medio de ella—. Ten cuidado.
Mi hermano sirve tocino en el plato y, aunque amo el tocino con todo mi corazón, siento que despide un olor espantoso.
—Necesito ir al baño —murmuro antes de dejar de respirar.
—Pero…
Dejando a mi hermano con la palabra en la boca, corro al baño, en donde trato por todos los medios de olvidarme del olor para no vomitar. Parece ser que ahora que sé que estoy embarazada, los síntomas vienen a mí con más fuerza.
Afortunadamente, puedo detener las náuseas antes de echarme a vomitar, y regreso con una sonrisa falsa a la cocina.
—¿Estás bien? Tienes ojeras —me dice Jackson.
—No dormí muy bien.
—¿Algo te preocupa?
—Sí, solo unos contratos que debo revisar —le miento. En realidad, todo está al día, jamás me llevo trabajo pendiente a casa para que eso no impida que el señor Elwood disponga de mí.
—¿Saldrás con Rowan hoy? —inquiere sin mirarme mientras se sienta.
—Tal vez —asiento—. ¿Por qué?
—Necesito la casa para proponerle matrimonio a Stacy —me confiesa.
Esbozo una sonrisa cálida y sincera.
—De acuerdo, me iré con Rowan por ahí —le respondo—. No te preocupes.
Con mucha dificultad, me como el desayuno que él me ha preparado. Luego de eso, me dirijo a terminar de arreglar antes de que llegue por mí el auto de la empresa.
—Buenos días, señorita Mills —me saluda el chófer, quien es un hombre de mediana edad y muy amable.
—Buenos días, John —contesto.
El camino hacia el trabajo siempre es muy ameno y me ayuda a soportar mis días grises en la oficina. De todas las personas que trabajan para Elwood Company, él es la más cálida y amable. Tal vez se deba a que no tiene que trabajar dentro de aquel alto edificio, en donde todos pierden el alma debido a la pesada carga de trabajo que hay siempre. Yo me siento orgullosa por aún conservar algo de humanidad, aunque tras cada desilusión siento que la pierdo poco a poco.
Mi corazón late a toda velocidad mientras camino hacia el ascensor. Pese a que llevo casi tres años trabajando para él, todavía siento que el estómago se me llena de mariposas cada vez que voy a verlo. Además, en esta ocasión tengo una razón de peso para sentirme así. No tengo ni idea de cómo es que le voy a explicar que estoy embarazada y por qué los anticonceptivos han fallado.
Al abrirse las puertas del ascensor en el piso catorce, me invade su aroma a colonia fina. Él está aquí, ha llegado antes que yo, lo cual no es extraño. Lo que sí es extraño es que se escuchen risas de mujer a esta hora.
—¡Sí, claro que sí! —exclama Natasha—. Iré a buscarla, seguro que ya llegó.
Me apresuro a caminar hacia mi escritorio, en donde dejo mis cosas. En ese momento sale una guapa mujer enfundada en un elegante traje blanco. Su cabello castaño es mucho más largo desde la última vez que la vi, así que supongo que son extensiones. Es simplemente perfecta, aunque desde luego que debe serlo porque es modelo.
—Oh, ahí estás —me dice con una hipócrita sonrisa—. Qué bueno que llegaste, serás la primera en recibir la noticia.
—Buenos días, señorita Frenzel. Es un gusto verla de nuevo —saludo con tono educado, disimulando lo nerviosa y enojada que me siento.
Esta inesperada llegada no me suena a nada bueno. Se supone que solo viene dos veces al año, y eso es durante las vacaciones de verano o en Navidad. Y apenas estamos en febrero.
—Ve a buscar una buena botella —me indica.
—Sí, por supuesto —respondo.
En pocos minutos tengo lista la botella del vino que el señor Elwood reserva para sus más importantes visitas. Lo hago porque en el fondo espero que se enfade y me haga traer otra menos costosa.
Pero no es así, cuando entro en la oficina y le enseño la botella, se muestra de acuerdo.
—Sírvanos, Mills —me ordena, mirándome a los ojos. Los suyos son de un color gris muy claro, pero denotan frialdad en su máxima expresión. A veces, cuando estamos en la cama, me parece advertir algo de calidez en ellos, pero fuera de ella me mira sin interés alguno—. ¿Acaso no me escuchó?
Natasha se coloca a su lado y se le sienta en las piernas, gesto que él acepta sin inmutarse.
—Es todavía muy temprano —dice ella, riéndose—. Tal vez todavía no se termina de despertar.
Aparto la mirada del rostro perfecto de mi jefe y la miro a ella. Ella no me defiende de verdad, solo finge ante él ser una persona relajada. Todavía no olvido cuando me abofeteó por decir mal su apellido.
—Mills es una persona muy despierta —replica mi jefe, todavía sin apartar la vista de mí—. Pero parece que hoy ha traído sus problemas personales al trabajo.
—No es así, señor Elwood —lo contradigo—. ¿Quieren que les sirva?
—Sí, claro, esta es una noticia que hay que celebrar —dice Natasha, quien al pasar la mano izquierda por la barba bien cuidada de mi jefe me hace ver aquel hermoso anillo que decora su dedo anular.
Mi corazón parece detenerse en ese instante, y casi derramo el vino al estar sirviéndolo. Mi jefe me dice que tenga cuidado con tono de reproche.
—¿Puedo saber qué es lo que celebran? —me atrevo a preguntar mientras retrocedo.
—Por supuesto —asiente Natasha antes de decirme las palabras que ya sé, pero que al escucharlas me parten el corazón en mil pedazos—. Alec acaba de pedirme matrimonio.
AriaCuando salgo de esa oficina no soy capaz de mantenerme en mi área de trabajo, sino que tengo que ir al baño a tranquilizarme, pero me es imposible. Las lágrimas salen sin cesar por mis ojos y no puedo hacer nada para que dejen de salir.¿Debería decir que me siento mal e irme? ¿Debo renunciar? La idea de eso último es tan dolorosa como el hecho de que Alec, mi Alec, vaya a casarse. No obstante, no veo otra salida para no sufrir más. No voy a poder tolerar ver como él me hace a un lado por su verdadero amor.Mi celular comienza a sonar cuando llevo más de quince minutos dentro del baño. Es mi jefe, y seguramente me está llamando porque se encuentra furioso de no verme en mi zona de trabajo.Hago acopio de toda mi fortaleza y me limpio el rostro como puedo. Ya no luzco tan impecable como esta mañana, pero no estoy hecha un desastre, así que salgo. El señor Elwood está en medio de la estancia, sin expresión alguna en el rostro, aunque conozco ese brillo en sus ojos y sé que está muy
Aria No me gusta mucho cuando el día está extremadamente cargado de trabajo, pero hoy es diferente. El agendar tantas reuniones e ir de un departamento a otro en representación del señor Elwood me despeja la mente de mis preocupaciones. Claro, eso no me libera del todo de la enorme piedra que hay en mi corazón y que no me deja tranquila. Además, me pesa que hoy no voy a poder irme a casa porque mi hermano va a pedirle matrimonio a su novia. ¿Podría empeorar mi día? No me atrevo ni a planteármelo porque es seguro que va a ocurrir y prefiero no ser yo la que termine de enterrarse. Las náuseas no me abandonan en ningún momento, pero consigo no vomitar ni hacer gestos frente a mi jefe, quien actúa como si no me hubiese dado la gran primicia de su matrimonio y mucho menos como si se hubiese comportado posesivo conmigo. A él yo no le importo en lo absoluto y, aunque eso me duele, también me aporta más coraje para llevar a cabo mi plan. Me va a tomar algunas semanas reunir el dinero sufici
Aria—Piérdete —le exijo a Rowan en voz baja—. ¿Qué estás haciendo aquí?—No estoy aquí por gusto, querida —me dice con tono desdeñoso—. Pero nuestro querido jefe te conoce e intuye que te vas a ir.Miro a mi compañero de trabajo totalmente estupefacta. No puedo creer que su control llegue hasta este punto.—Lárgate de aquí —reitero—. No quiero salir contigo.—Entonces regresa a casa y los dos nos ahorramos el horror de vernos el uno al otro. —Se cruza de brazos.—De acuerdo, pero vete. Vete, Rowan.Me meto de nuevo en la casa. Jackson detiene lo que está haciendo y alza los brazos, preguntándome sin palabras qué hago aquí.—Tranquilo, solo olvidé mi cartera.No lo dejo hablar y corro de nuevo a mi habitación. Me encuentro bastante mal y desearía solo hundirme en la cama, pero no pienso arruinar el día especial de mi hermano, así que, vigilando que Rowan no esté merodeando por la casa, me salgo por la ventana de mi habitación, la cual da hacia el patio. No me molesto en decirle nada a
Alec—La he dejado en casa —me informa mi empleado—. En efecto, quería irse.—Vigila que siga siendo así —le respondo, sin apartar la mirada de Natasha, que está comprando joyas. Ella voltea un momento y me saluda antes de volver a conversar con el joyero—. No quiero fallas.—¿Debo quedarme en la casa? —pregunta con nerviosismo—. Es que…—¿Te largaste de ahí? —pregunto sin elevar la voz a pesar de lo alterado que me siento.Le doy la espalda a Natasha y salgo de la joyería. Estoy harto de estar aquí, pero mucho más de no poder ir a casa y…—Regresa ahora mismo —ordeno, antes de que mis pensamientos avancen en esa dirección—. Verifica que no haya salido.—No puedo, su hermano recibió una visita —dice él con voz temblorosa—. No puedo tocar a la puerta así como así.—¿Qué visita?—Su novia.—Eso no impide que vayas. Ve ahora y más vale que me tengas noticias.Cuelgo la llamada y al darme la vuelta me encuentro con Natasha, que luce muy contenta por su compra.—Listo, mi amor —me dice—. ¿
Aria Mi primera reacción es levantarme de la banca y negar con la cabeza. —Hija, no se lo diré a mi nieto si no lo quieres así —me asegura—. Pero deja que te ayude. —No puede ser —digo agobiada. Ella se levanta y me dedica una sonrisa triste—. ¿Qué hace aquí? —He estado averiguando sobre ti. Decidí esperar durante algunos días para ver si te aparecías por aquí alguna vez y acerté —reconoce—. Hubo pequeñas señales que me indicaron que tal vez tienes una aventura con mi nieto. No te culpo ni te reclamo, no me malentiendas. Tampoco averigüé algo porque quiera perjudicarte. —¿Entonces por qué lo hizo? —Porque tengo la esperanza de que mi nieto no se arruine la vida casándose con alguien tan superficial como lo es Natasha —admite—. No necesito que la noticia sea oficial, siempre ha sido el plan que ellos dos contraigan matrimonio. —Sí, eso es lo esperable —digo bajando la mirada—. Señora Elwood, guarde mi secreto. Él no me quiere, no quiere nada serio conmigo. Nuestra relación
Aria Tras un buen rato de conversar, es hora de volver a casa. La buena mujer me insiste en llevarme a casa, pero yo le contesto que eso es algo muy peligroso y que si yo llego a aceptar lo que me propone, será mejor que no nos vinculen. Ella no tiene más remedio que darme la razón, pero me insiste en que acepte regresar en un taxi a casa, pese a que estoy algo cerca de allí. —Bien, puedes quedarte tranquila —le aseguro—. Te haré caso. Ella me sonríe, satisfecha de llegar a un acuerdo conmigo. A mí también me agrada, a decir verdad. Creo que Julia y yo nos vamos a entender bastante bien. De camino a mi casa, comienzo a imaginarme lo que va a pasar si acepto lo que Julia Elwood me propone. No me parece justo que ella herede a mi hijo si este no lleva el apellido, pero tampoco me parece justo que no pueda tener la manutención que le corresponde. Después de todo, no fue mi culpa el haberme quedado embarazada. Mi jefe jamás ha deseado utilizar preservativos conmigo; tan solo durante n
AriaAl despertarme, lo hago con una sensación nauseosa que hace que termine vomitando en el baño. Aunado a eso, estoy resfriada y tengo escalofríos por la fiebre. Haber salido ayer con el clima tan frío, me ha hecho mucho daño, y ahora no sé qué excusas le voy a dar a mi jefe. Esta es la primera vez que me resfrío desde que entré a trabajar a la empresa, o sea, hace dos años. Durante ese tiempo he tenido malestares, desde luego, pero no de esos que me impidan acudir a cumplir con mis obligaciones en la empresa.—Hermana, ¿qué te pasa? Escucho ruidos de remolque allí adentro —me dice Jackson, tocando a la puerta—. No me digas que de nuevo tienes esa estupidez de causarte el vómito. Hermana, tú estás bien, estás un poco loca, pero eres linda.Aprieto los dientes. Odio recordar la vergonzosa época en donde dejaba que las chicas de la secundaria me hicieran creer que tenía peso de más. No me causé el vómito más que un par de veces, pero eso se le quedó grabado a mi hermano.—No, hermano,
AlecNo puedo dormir en toda la noche pensando en qué ha sido de esa desdichada asistente. Aria siempre es demasiado complaciente, siempre hace lo que le pido sin importar nada, pero creo que la noticia del matrimonio le afectó. Ella, como todas las mujeres con las que he estado, aspira a algo más conmigo. Y eso debería ser suficiente como para descartarla, acabar con lo que tenemos, pero cada día que pasa me encuentro más dependiente en lo sexual de ella. También estoy creando lazos emocionales a los que no quiero nombrar por temor a dejarme dominar por ellos.Ella no puede ser más importante que mis negocios y todo lo que tengo, pero tampoco pretendo soltarla. Digamos que Aria Mills me importa porque es la mejor amante que he tenido, punto. Y no lo es porque sea un prodigio en el sexo, sino por la inocencia que transpira, por su entrega sincera y por la manera en que logra envolverme cuando estamos teniendo sexo. Con ninguna otra mujer he encontrado lo mismo, mucho menos con Natasha,