Trago saliva al mismo tiempo que Fabian, hay algo en la helada voz de Gian que deja en evidencia su enfado. Está claro que nos ha oído hablar de él y de su colegiala compañera misteriosa. Y tambien está claro que no desea que yo sepa nada.
—El señor Matsson y yo llevamos un rato conversando, Excelencia —le digo a Gian con calma, y Matsson asiente en total acuerdo.
No me atrevo a volver el rostro, no le temo demasiado, pero sí lo suficiente para ser razonable y no estúpida.
—Eso suena fantástico, cariño. ¡Mírate! No te unes a la fiesta en tu honor, pero si compartes chismes con el señor Fabian Matsson en este rincón—comenta tranquilamente.
Veo como el chico Matsson enrojece de humillación.
—No compartíamos chismes. Basta, Gian—mi voz se ha vuelto tan helada como la suya.
Besa mi hombro otra vez.
—Señor Matsson, si es tan amable de dejarnos solos—murmura aspirando cerca de mi cuello—. Mi esposa y yo tenemos algunas palabras que c
¡Sigue está emocionante historia todos los Lunes y Jueves! ¡EL CLIMAX AUN NO LLEGA! ¡ESPERALO Y SORPRENDETE CON EL FINAL! Con temperamentos similares, entre Veena y Gian no solamente hay odio y secretos, también placer y deseo.
Visconti, ese apellido está lleno de misterio, y a mi beneficio, de bastantes posibilidades. Puede que todo lo que Julissa me ha dicho también tenga que ver con ese apellido, pero no puedo preguntarle nada; Julissa es la mano derecha de Gian y es completamente fiel a la familia real. Probablemente preguntarle sólo sirva para que ella me delate anteGian. Ayer no volví a la fiesta, mi enfado era tan grande que decidí pasear casi toda la noche por los jardines del ahora castillo Cianí, y por consecuencia, Fabian Matsson se marchó hoy sin decirme nada más. Mientras nos despedíamos lo vi muy nervioso, y bastante ansioso por montarse en su Camaro color amarillo mostaza. —El culpable —digo ladeando el cuello frente al espejo—, es nada más y nada menos que Gian Creel. Creo que habló con Matsson anoche y lo hizo callar, además, esta mañana lo tuve pegado durante todo el tiempo que Matsson estuvo cerca de mí, y cuando lo despedimos, Gian no dejó que me diera la mano. Está
—Volveremos a De Silvanus mañana. Ya te habías tardado, pienso picando un trozo de sandía con el tenedor. —¿Y a qué se debe esta repentina decisión? —pregunto sin levantar la mirada. —22 años. Lo había olvidado, mañana es el cumpleaños de Gian y dentro de tres años más podrá tomar su corona sin ningún impedimento. Supongo que debo agradecer al antiguo Decreto Real mi actual miseria. —“Todo Príncipe heredero legítimo a la corona sólo podrá ser coronado sí ha tenido un único matrimonio de mínimo tres años, antes del cumpleaños número 25; fecha en la que deberá convertirse en Rey—recito levantando la vista y admirando como el rostro de Gian se altera, como se crispan sus lindas facciones—. Cumplir con exactitud a este decreto está sometido el primogénito de la familia real”. Todos sabemos cuánto odia Gian esta cláusula, insignificante para todos los anteriores Príncipes, pero no para el actual Creel. Y con el único fin de provocar su enfa
Aunque Gian hizo lo que hizo por su propia conveniencia, le estoy agradecida. Consiguió darle al asunto un punto de vista más romántico; la forma en la que se comportó y las cosas que dijo en mi nombre, sin duda consiguieron que esos nobles nos vieran como una pareja de enamorados, como dos recién casados que disfrutan su luna de miel a plenitud. El hombre que me hizo morder los almohadones en la cama durante nuestra noche de bodas, ahora sale en mi defensa. Vaya, el mundo da muchas vueltas. Suelto una exhalación. —Te lo agradezco, no quiero ni imaginar qué clase de escándalo hubiera provocado Julissa—probablemente mi total degradación y la pérdida de la reputación que todavía no consigo. Gian permanece quieto, mirándome con fijeza y sin responder. Tuerzo los labios. —Te estoy agradecida, pero no te la chuparé. Su boca se curva en una sonrisa juguetona, insinuante. —¿Segura que no quieres? Puedo ser muy complaciente cuando quiero, ya l
Y hablando de reyes, el mismísimo rey Zen aparece, incluso en su palacio pocas veces se le ve, debería sentirme honrada. Tanto Fanny cómo su compañera se apresuran a reverenciarlo. Pero yo permanezco derecha, ya que ahora soy parte de su imperfecta familia, y no creo que deba rendirle respeto al hombre que engendró la bestia que habita en Gian. El rey Zen me mira con los mismos ojos verdes de sus hijos, pero a diferencia de los congelados ojos de Gian, los de su padre son serios y profundos, aunque más humanos; y a diferencia de los del Rey, los de Emma son alegres y dulces. El Rey trae un traje negro sobre una camisa color plata, se ve soberbio y formal; una imagen de lo que será Gian algunos años más adelante. Sus pasos hacen eco cuando se nos acerca con las manos unidas tras la espalda. —Señorita Kohana —su voz es formal y sin inflexiones, tal vez no sabe o no le importa llamarme por mi nombre real. De reojo veo a Fanny irse discretamente con la otra doncella. No
—Quiero que te resistas. Quiero verte forcejear, gritar y llorar. Quiero que me mires cómo lo haces ahora, con esos ojos azules tuyos llenos de odio e ira, y todo mientras yo te lleno de mi semilla. Me muero por lanzarme sobre él y rebanarle la garganta para que jamas vuelva a sonreírme de esa manera tan lasciva. Pero no puedo, no puedo hacerle nada. Solo puedo escucharle. —Pero Veena, también quiero que cedas. Y creo que sería importante mencionar que ya no respetaré esa estupidez de no tocarte, y eso es sólo culpa tuya —automáticamente mi boca se abre por la sorpresa. ¿Qué clase de tonteria es esa? ¿Cómo puedo ser yo culpable de sus enfermos fetiches? —La última vez que follamos pude ver que te gusta coger conmigo, y que a mí me gusta estar dentro de ti, me gusta más de lo que creía. Veena, podemos llevarnos bien, y en la mejor cama, mejor. Podrías evitarme tener que batallar tanto contigo cuando te quiera tener para mí. —¿Y si me niego? —artículo,
En respuesta a la llamada en la puerta, Gian gruñe y se aleja de mala gana. Abro los párpados y lo miro, está observándome. —Puedes volver a tus actividades, Veena, si eso es lo que quieres —añade sin expresión, sorprendiéndome—. Pero no olvides con quien te has casado, no hagas nada imprudente, ¿de acuerdo? —parece que el sexo tiene mucha influencia en las decisiones de los hombres. A continuación, me ayuda a levantarme. Las piernas me tiemblan, pero no pido su ayuda para tomar asiento en un amplio sofá en un rincón de la oficina, cerca de los ventanales y bastante lejos del escritorio de Gian. La llamada en la puerta vuelve a producirse, Gian se arregla el traje antes de decir “adelante”. —Excelencia —dice una voz varonil que yo conozco muy bien. Gian asiente y con un gesto lo invita a entrar. Yo me hundo en el sofá y ruego a Dios que no me vea. Jade entra, viste el traje negro de los choferes y cómo siempre, permanece callado y quieto, esperando órdenes. Gian se acerca a él y
Fanny va por toda la habitación trayendo y dejando cosas, mientras el resto de las doncellas se ocupan de quién sabe qué. Ahora que ya no soy Primera, ya no me importa el trabajo que hacen, pero las comprendo y las compadezco. Hoy es la fiesta que organizó la Reina por el cumpleaños de su hijo, y todo debe ser perfecto, incluida yo. Especialmente yo por ser la esposa. —¿Y no intentó entrar a la fuerza anoche? —pregunta dejando en la cama un puñado de vestidos de noche. Estoy sentada sobre los talones, observándolas ir y venir apresuradas. —No lo sé, me dormí temprano —respondo tomando un par de zapatos altos con los dedos y frunciéndoles el ceño—. Además, que haya aceptado su locura no quiere decir que estaré para él cada que quiera. No soy una prostituta. Ayer le hablé a Fanny sobre el acuerdo al que acababa de llegar con Gian. Al principio la chica se indignó, pero al final, cómo yo, también comprendió que esa era la única salida que ten
Vuelvo a dejarme caer en la banca y oculto la cara con las manos. Sollozo sintiéndome desdichada. Sí de verdad estoy embarazada, ¿qué haré? Jamas podré abandonar el palacio. ¿Y sí Jade...? —Levántate —ordena Gian con voz inflexible. Lo ignoro. —¡Levántate, Veena! —alzo la vista, dispuesta a maldecirlo, pero lo pienso mejor al ver su dura expresión llena de rabia. Al ver que no hago lo que pide, se inclina y tomándome del brazo me levanta de un jalón. Me pega a su pecho y hace que lo mire a los ojos. —No vuelvas a hablarme como lo has hecho, ¿entendido? —amenaza con la mirada encendida de fuego verde—. Y en cuanto a tu conflicto, mañana traeré a una ginecóloga y te examinará. Un mareo no significa nada la mayoría de las veces. Si eso es un consuelo, no sirve de mucho, pero tampoco me da oportunidad de decírselo. —Súbete el vestido. Aprieto los dientes, pero en secreto se me acelera la respiración. —No. No quiero