DominicMierda. Mierda. Mierda.La palabra resonaba en mi cabeza como un eco, pero no podía detenerme. No quería detenerme. La sensación de su cuerpo alrededor del mío era demasiado perfecta, demasiado intensa. La estrechez de su interior, esa barrera que acababa de romper, confirmó lo que ya sabía desde el principio, Trina era virgen. Y ahora, era mía.Gruñí, un sonido bajo y gutural que escapó de mi garganta sin permiso. El placer que sentía era casi doloroso, como si cada embestida me estuviera desgarrando por dentro. Pero no me importaba. Nada importaba excepto ella, excepto este momento, excepto la forma en que su cuerpo se ajustaba al mío como si hubiera sido hecho para mí.A pesar de mi tamaño y que era su primera vez, solo se quejó cuando entré, pero luego fue como si encajara perfectamente conmigo. Cuando las mujeres con las que yacía se quejaban del dolor que le producía cuando entraba en ellas.—Mía —murmuré contra su cuello, mis labios rozando su piel mientras mis caderas
Elizaveta. El frío del bosque se clavaba en mis huesos, pero no era nada comparado con el hielo que Dante dejaba caer sobre mí con cada mirada, cada palabra. Corríamos entre los árboles, nuestras pisadas, aplastando hojas secas y ramas caídas. El sonido de nuestros pasos resonaba en la noche, mezclándose con el latido frenético de mi corazón. No sabía si estábamos huyendo de algo o hacia algo, pero una cosa era clara, Dante no confiaba en mí. Sus ojos ardían con una furia contenida cada vez que me veía, haciéndome temblar por dentro. No importaba lo que hiciera, lo que intentara… para él, siempre sería una amenaza, una traidora, una maldit4 Petrov.Corríamos entre los árboles, la maleza, desgarrando nuestra piel, las ramas, golpeándonos como látigos. La adrenalina me impulsaba a seguir adelante, pero cada paso me recordaba que mi presencia no era bienvenida.Cuando nos detuvimos un momento para recuperar el aliento, Dante no tardó en lanzarse sobre mí.Su mano dura y áspera se ce
Elizaveta. El dolor en mi mejilla ardía como fuego, pero no era nada comparado con el dolor en mi corazón. Dante me miraba con ojos llenos de odio, en ese momento sus manos se apretaron sobre mis hombros con tanta fuerza que creí que me los destrozaría. Las lágrimas nublaban mi visión, pero no podía apartar la mirada de él. —No te estoy traicionando —susurré, mi voz quebrada—. Solo quería… quería asegurarme de estar a salvo. —¿En serio? ¿Querías estar a salvo? —gritó, sacudiéndome—. ¿Llamando a quién? A tu hermana ¡Eres una mentirosa, Elizaveta! ¡Una maldita Petrov! Sus palabras me atravesaron como cuchillos. Sabía que no confiaba en mí, pero ver tanto odio en sus ojos me destrozó. —No soy como ellos —dije, luchando por contener el llanto—. Nunca lo he sido. No los estaba traicionando yo…Dante no me dejó hablar.—Ni una palabra más, porque no creeré nada que salga de tu mentirosa boca —espetó mirándome con rabia. Con su respiración agitada, sus ojos brillando con una furia q
Trina.Me desperté con el calor de su cuerpo pegado al mío. Mi respiración se detuvo por un instante, mi cuerpo quedó inmóvil, mientras la calidez de la piel masculina envolvía la mía.Era Dominic.Giré apenas la cabeza y lo vi. Dormía profundamente, su brazo rodeándome como si temiera que me fuera a escapar. Por un momento, me quedé quieta, observándolo. Así, en la quietud del sueño, parecía vulnerable. Nada que ver con el hombre cruel que había visto matar con tanta facilidad como respirar. No tenía la arrogancia ni la crueldad en su rostro ahora. Sin el ceño fruncido, sin la frialdad helada en sus ojos, parecía… asequible. Casi inocente.Casi.Observé cada línea de su rostro con una extraña sensación en el pecho. Mi mente retrocedió en el tiempo, recordando a ese jovencito que una vez me salvó. Aquel pequeño héroe que me había protegido cuando nadie más lo hizo. Aquel jovencito que me dio la mano y me sacó de aquel lugar cuando yo creía que iba a morir.¿Dónde estaba ese chiquil
TrinaEl silencio de la cocina era engañoso. Mientras mordía el sándwich que me había preparado, trataba de no pensar en él. En Dominic. En la forma en que su cuerpo se había entrelazado con el mío. En la manera en que sus manos me habían hecho sentir cosas que no quería admitir. Pero no podía evitarlo. Cada vez que cerraba los ojos, lo veía. Lo sentía. Mecía mis pies bajo el banco, tratando de calmarme, pero el recuerdo de su piel contra la mía me hacía estremecer. Maldita sea, ¿por qué no podía olvidarlo? Justo cuando abrí los ojos, vi a dos guardias acercarse. Sus rostros eran impasibles, pero sus movimientos eran decididos. —¿Qué pasa? —pregunté, tratando de mantener la calma. —Debes acompañarnos —dijo uno de ellos, agarrándome del brazo con firmeza. —¿Para dónde? —pregunté, mirándolos con recelo. —Eso no es tu problema —respondió el otro—. Solo debes saber que es orden de Dominic. En ese momento, la señora que me había estado cuidando se acercó con una bolsa oscura e
Trina.Un momento después, nos subieron a unas vans. Recorrimos aproximadamente unos cinco o seis kilómetros, pero dentro de la misma propiedad. Aunque el trayecto fue corto, cada segundo en ese maldito vehículo se sintió eterno.Mi mente era un caos.¿Dominic realmente me había entregado como una más?Me negaba a creerlo. Me negaba a ser tan ingenua. Pero cuando bajé, uno de los hombres me quitó el collar que me marcaba como una de las sumisas de Dominic. —Esto ya no te pertenece —dijo uno de los guardias.Nos guiaron a un pasillo largo y estrecho, iluminado por lámparas colgantes de un dorado opulento. La decoración era lujosa, cada detalle reflejaba.El pasillo nos llevó a una especie de salón, donde otro grupo de mujeres esperaban.¿Cuántas éramos?Mi corazón latía con fuerza, cada bombeo era una cuenta regresiva hacia lo desconocido.Un hombre alto, vestido con un traje de diseñador, caminó hacia el centro de la sala.—Prepárense —anunció con voz autoritaria—. Ya va a empezar
DominicLa sala estaba llena de murmullos, de miradas codiciosas y de sonrisas que ocultaban intenciones oscuras. Yo estaba en el centro de todo, con el peso de la decisión más importante de mi vida sobre mis hombros. Trina estaba allí, en el escenario, con ese vestido rojo que la hacía parecer una diosa caída. Su mirada era un desafío, una mezcla de furia y desesperación que me atravesaba como un cuchillo. Hablé con el presentador, mi voz firme y autoritaria. —Antes de que empiece la subasta, debo hacer un anuncio. Me acerqué al podio, sintiendo cómo todas las miradas se clavaban en mí. Los hombres en la sala eran depredadores, listos para devorar lo que yo les ofreciera. Pero Trina no era una mercancía. No podía serlo. —Caballeros —comencé, mi voz resonando en el silencio—, les agradezco su presencia esta noche. Como pueden ver, tenemos una selección excepcional de mujeres para ustedes. En breves momentos, el presentador iniciará con la primera subasta de la noche. Hice una
DominicMe quedé viendo a Nadia con una sonrisa, me incliné a Andru dándole instrucciones.—Treinta y cinco millones —dijo, su voz resonando en la sala.Nadia miró, sorprendida por un momento, antes de que su expresión se endureciera.—Cuarenta millones —contraatacó.Sentí la mirada de todos sobre mí, a pesar de que era Andru que estaba pujando, todos sabían que él era mi hombre de confianza. Ese era un juego peligroso. Mostrar tanta desesperación por una mujer era una debilidad que no podía permitirme. Pero la idea de Trina en manos de Nadia... o de cualquiera me causaba una profunda inquietud.Volví a inclinarme hacia Andru y él asintió ante mis palabras.—Cincuenta millones —dijo, con voz fría como el hielo.El jadeo colectivo en la sala fue audible. Nadia palideció, sabiendo que no podía superar esa oferta.El presentador, visiblemente nervioso, miró alrededor de la sala.—¿Alguien ofrece más? —preguntó, su voz temblando ligeramente.El silencio fue su respuesta.—Vendida al señor