Capítulo 21. Las luces en su piel.

Dominic Ivankov

El aire dentro del almacén se sentía pesado, cargado de sombras y secretos; el silencio solo era interrumpido por su respiración, pausada, temblorosa.

La miré de reojo.

Trina se había quedado dormida a mi lado.

Su cuerpo, que antes temblaba de miedo, ahora se acomodaba con una naturalidad que me jodía la cabeza.

La observé en la penumbra, mi mirada recorriendo cada detalle de su rostro. Sus labios entreabiertos, la forma en que su cabello caía en suaves ondas sobre su mejilla.

Me removí en mi sitio, sintiendo una presión molesta en el pecho, pero no podía apartar los ojos de ella.

Su rostro estaba relajado, su pecho subía y bajaba con suavidad, y su piel… maldita sea, su piel parecía atrapar la poca luz de la habitación, dándole un aire irreal. Demasiado frágil. Demasiado pura para este mundo al que la había arrastrado.

Mi mandíbula se tensó. No debía verla así.

No debía fijarme en cómo su respiración se volvía más tranquila, en cómo su cuerpo buscaba instintivamente
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