Trina.El sabor de sus labios aún ardía en los míos, una mezcla de cobre y menta envenenada. Las cadenas seguían mordiendo mis muñecas, pero ya no sentía el frío del metal, solo el fuego lento de mi vergüenza recorriendo mi espalda desnuda. Dominic había huido, dejando tras de sí un silencio cargado de ecos: el crujir del látigo, el gemido ahogado de mis caderas traicioneras, el susurro de su nombre entre mis dientes.Me dejó colgada en la oscuridad, con el roce de las cuerdas, marcando mi piel como un recordatorio de lo que casi había sucedido… de lo que yo casi había permitido. Me mordí el labio hasta que el dolor desplazó el cosquilleo que persistía entre mis piernas. ¿Cómo podía mi cuerpo anhelar sus manos mientras mi alma gritaba por escapar?Las paredes respiraban conmigo, las sombras danzando al ritmo de mi respiración entrecortada. Cerraba los ojos y lo veía, su cicatriz palpitando bajo la luz amarillenta, sus pupilas dilatadas devorando cada temblor de mi cuerpo. Incluso
Dominic IvankovCuando salí y la vi allí desnuda, temblorosa. Con la piel marcada por el látigo y los ojos brillando como vidrios rotos. De rodillas en la plataforma, sus caderas desnudas rozando el suelo manchado de vino y sudor, algo en mi pecho se retorció como una serpiente envenenada.—¿Por qué la trajeron? —pregunté a Andru, mi voz tan fría que hasta las luces rojas del salón parecieron titubear.Mi segundo a cargo se encogió de hombros, pero su sonrisa burlona delataba que disfrutaba del espectáculo.—Tú pediste que trajéramos a todas las chicas nuevas, ella es una —dijo, mordisqueando un cigarrillo sin encender—. ¿Acaso cuándo dijiste eso, no la incluías a ella?Apreté la empuñadura de la pistola hasta que el metal grabó su marca en mi palma. Ella no era una más. Nunca lo sería.—¡Cierra tu maldita boca! —siseé, clavándole una mirada que había hecho sangrar a hombres más valientes.Pero Andru, el único imbécil con licencia para cuestionarme, siguió sonriendo.—¿Te interesa? —s
Dominic Ivankov El teléfono temblaba en mi mano, mientras escuchaba a Irina. Su voz se arrastraba en mi oído como una serpiente envenenada, deslizándose entre mis pensamientos con la precisión de alguien que conocía cada uno de mis demonios. “¿Cuánto tiempo crees que tardes en hacer lo que debas hacer con esa niñita?”, preguntó la mujer con un tono indolente. “Porque Dominic, ya es hora de que nos casemos. Mi padre quiere que fijemos una fecha. He tratado de contenerlo, pero no creo que pueda durar mucho. Espero que apenas termines con esa, cumplas con la palabra de los King”. Sus palabras me irritaron profundamente. Apreté la mandíbula, sintiendo cómo la furia escalaba por mi garganta como un rugido contenido. —¡Vete al diablo, Irina! —solté, con el tono grave y afilado de una sentencia—. Tú no me das órdenes ni tu padre tampoco. Yo no le di ninguna palabra ni a él ni a ti. No te equivoques. Hubo un breve silencio al otro lado de la línea, luego una risita baja, arrogante. “T
IzanEstaba recostado en la cama, pero no podía controlar mi inquietud. Decidí levantarme, necesitaba hablar con Irina. Quizás conversando con ella podía descubrir cuáles eran sus intenciones y si estuvo involucrada directamente en lo que nos había ocurrido.Me costaba creer que existiera tanta crueldad en una persona para sacrificar a su propia gente por un fin.Cuando me vio levantado, Dante se quedó mirándome con interés.—¿Dónde vas? —preguntó.—Debo investigar algo, cuando llegue a una conclusión te aviso —respondí saliendo de la habitación.El pasillo hacia el despacho de Irina olía a jazmín y ambición, una combinación que quemaba la garganta. No toqué la puerta. No lo hacía con nadie, menos lo iba a hacer con ella. La puerta de roble macizo cedió bajo mi empuje sin necesidad de golpear. El despacho de Irina olía a poder, a perfume caro y a veneno disfrazado de dulzura.Cuando la abrí, la encontré inclinada sobre su escritorio, cortando una llamada con una sonrisa afilada en l
IrinaEl plan era simple. Seducirlo. Enredarlo en mis redes. Mantener a Izan tan atrapado en mi piel que se olvidara de todo lo demás.Dominic se llevaba a Trina, y yo tenía que garantizar que él no lo siguiera, que no husmeara, que no empezara a hacer preguntas incómodas hasta que fuera demasiado tarde para intervenir y él ya hubiese acabado con ella y luego de eso nos casaríamos. Había sido la promesa de los King.Pero algo había salido mal.O peor aún. Algo había salido demasiado bien.La piel de Izan aún ardía bajo mis uñas, marcando mi cuerpo como un mapa de posesión. Su aliento dormido era una sombra ronca que se alzaba en la penumbra del despacho.Lo observé en silencio, sin atreverme a tocarlo. Sin atreverme a aceptar lo que me consumía.Maldición.Este no era el plan.Apreté los puños, sintiendo las joyas de mis anillos clavarse en mis palmas, una advertencia de que debía recordar quién era. Quién era él. Y por qué esto solo debía ser una distracción, un juego, una mentira co
Dominic IvankovEl rugido del motor del jet se desvaneció cuando aterrizamos en Moscú. Afuera, la madrugada aún se aferraba a la oscuridad, las luces de la pista parpadeaban como ojos observándonos en la neblina espesa.No sentí nada.Moscú no era mi hogar. No lo había sido en mucho tiempo. Mi hogar era el caos, el poder, la maldita guerra que siempre ardía bajo mi piel y Siberia.Andru bajó primero, sus botas resonando contra la rampa metálica, luego lo hice yo. Permanecí abajo en la escalera del jet, observando al resto del personal que traíamos.Las mujeres.Incluyéndola a ella.Trina estaba encadenada, al igual que las demás, con la cabeza alta, aunque su piel aún estaba marcada por las últimas horas. Orgullosa, como si fuera la maldit4 reina del lugar, sus ojos verdes brillaban como esmeraldas.Mi mandíbula se tensó. No la miré más de lo necesario. No quería que creyera que tenía algún poder sobre mí.—A ellas llévenlas al sótano —ordené con voz seca, señalando con un gesto de la
Dominic IvankovLlegué a la mansión y cerré la puerta principal con un golpe seco. Caminé por el pasillo con pasos medidos, como si el suelo pudiera desmoronarse bajo mis pies en cualquier momento. La rabia y el deseo aún ardían en mi sangre, un veneno que no podía erradicar.Trina. Ella era mi obsesión. Desde que la conocí, no había un solo día en que no pensara en ella, pero creí que una vez que empezara con mi plan de venganza, dejaría de ocupar mis pensamientos, pero no había sido así.Esa maldita mujer creía que iba a salirse con la suya, no sabía en lo que se había metido. O tal vez sí lo sabía, y por eso se resistía a quebrarse.No importaba.Ella iba a romperse, pero solo yo lo haría.Mis manos se cerraron en puños cuando llegué al salón principal. Caminé al balcón, el viento mordió mi piel, pero ni siquiera eso calmó el calor abrasador que me quemaba desde dentro. Su mirada desafiante seguía clavada en mi cabeza, como un eco maldit0 del que no podía escapar.Me quedé esperand
Dominic El aire en la habitación se volvió denso, cargado de peligro.—Explícate.Yuri asintió y cruzó los brazos.—La Mafia Roja ha estado ocultando su verdadera línea de sangre por más de veinte años. Se suponía que el poder debía pasar a otra familia… pero todos murieron, hubo una masacre y la única sobreviviente, estaba fuera del país, porque se casó con un estadounidense.Las palabras cayeron como un golpe seco contra mi pecho.—¿Quiénes fueron?Yuri sostuvo mi mirada, sin pestañear.—Los Ivankov.El silencio que siguió fue como un pozo sin fondo.—¿De cuáles Ivankov? —No está todo claro, aunque los indicios indican que puede tratarse de tu familia, pero he estado investigando y es como si alguien estuviese escondiendo información y no puedo acceder.Sentí que el suelo se movía bajo mis pies. Mi familia. Los Ivankov. El apellido de mi madre antes de casarse con mi padre. Las piezas del rompecabezas comenzaban a encajar de una manera aterradora.—¿Estás seguro de esto, Yuri? —p