Sus palabras se clavaron en mi pecho como el filo oxidado de un cuchillo abandonado. Dominic no soltó mi muñeca; su agarre era un grillete de carne y rencor. La cicatriz palpitaba bajo la luz de la luna, convirtiéndose en una serpiente viva que se retorcía con cada sílaba envenenada.El aire en la habitación se tornó espeso, cargado de una tensión que se podía palpar con los dedos.Sentí su aliento en mi piel, una corriente cálida que contrastaba con el frío helado que se aferraba a mi sangre.Su agarre en mi muñeca era firme, pero no lo suficiente para lastimarme. Sin embargo, la mirada que me dedicó…Esa mirada me quemó más que cualquier golpe.Un abismo de oscuridad se abría en sus ojos, un pozo profundo y sin fondo donde no existía la piedad.—Entonces, ¿quieres saber la historia de mi cicatriz? —murmuró de nuevo, su voz grave y venenosa.El sonido de su voz me hizo estremecer.Asentí, casi sin darme cuenta.Dominic inclinó la cabeza ligeramente, estudiándome con una intensidad d
Trina.—Sí —dijo Dominic con voz baja, cargada de veneno—. Soy Dominic King.El nombre resonó en mis oídos como un disparo en una catedral vacía. Dominic King. Las sílabas me perforaron las costillas, sacudiendo memorias enterradas bajo capas de tiempo. Lo observé de nuevo, buscando en sus facciones de depredador al adolescente que me salvó.El aire abandonó mis pulmones de golpe. Sentí mi mudo resquebrajarse.Los recuerdos estallaron en mi mente como una película sin control: el niño de ojos azules que me había ayudado a escapar, sus manos cálidas aferrando las mías con determinación mientras caminábamos por esos túneles.“Corre, no mires atrás.”El adolescente que, a pesar de todo, me había dado la oportunidad de vivir.Y ahora estaba aquí, frente a mí, convertido en el mismísimo demonio que estaba a punto de devorarme.Mis labios se separaron en un intento inútil de respirar.—No puede ser… —susurré.Di un paso hacia él.Dominic no se movió.—Tú... —respiré, avanzando hacia él como
Dominic IvankovLa luz mortecina del sótano bailaba sobre la piel de Trina como una burla. La vi temblar contra las cadenas, su cuerpo desnudo arqueándose en un intento inútil de cubrirse. Cada músculo de mi mandíbula se tensó, mis uñas clavándose en las palmas hasta dibujar medias lunas sangrientas. Débil, me escupí mentalmente. Débil por sentir que el aire se espesaba al verla.Pasé mi cuchillo por su cuerpo, rozando su clítoris, haciendo que un gemido de deseo saliera de sus labios.La miré a los ojos, buscando el miedo, la repulsión, cualquier cosa que me permitiera continuar con mi plan. Pero en su mirada vi algo más, algo que me heló la sangre. Reto, seguridad, entendimiento. Como si pudiera ver a través de mi fachada, directo a las grietas de mi alma rota.Aparté la mirada, incapaz de sostener la suya. Aparté el cuchillo de ella, mis dedos se cerraron alrededor de la cuchilla con fuerza, clavándose en mi piel y haciéndome sangrar, aunque al mismo tiempo anclándome a la realida
Trina.El sabor de sus labios aún ardía en los míos, una mezcla de cobre y menta envenenada. Las cadenas seguían mordiendo mis muñecas, pero ya no sentía el frío del metal, solo el fuego lento de mi vergüenza recorriendo mi espalda desnuda. Dominic había huido, dejando tras de sí un silencio cargado de ecos: el crujir del látigo, el gemido ahogado de mis caderas traicioneras, el susurro de su nombre entre mis dientes.Me dejó colgada en la oscuridad, con el roce de las cuerdas, marcando mi piel como un recordatorio de lo que casi había sucedido… de lo que yo casi había permitido. Me mordí el labio hasta que el dolor desplazó el cosquilleo que persistía entre mis piernas. ¿Cómo podía mi cuerpo anhelar sus manos mientras mi alma gritaba por escapar?Las paredes respiraban conmigo, las sombras danzando al ritmo de mi respiración entrecortada. Cerraba los ojos y lo veía, su cicatriz palpitando bajo la luz amarillenta, sus pupilas dilatadas devorando cada temblor de mi cuerpo. Incluso
Dominic IvankovCuando salí y la vi allí desnuda, temblorosa. Con la piel marcada por el látigo y los ojos brillando como vidrios rotos. De rodillas en la plataforma, sus caderas desnudas rozando el suelo manchado de vino y sudor, algo en mi pecho se retorció como una serpiente envenenada.—¿Por qué la trajeron? —pregunté a Andru, mi voz tan fría que hasta las luces rojas del salón parecieron titubear.Mi segundo a cargo se encogió de hombros, pero su sonrisa burlona delataba que disfrutaba del espectáculo.—Tú pediste que trajéramos a todas las chicas nuevas, ella es una —dijo, mordisqueando un cigarrillo sin encender—. ¿Acaso cuándo dijiste eso, no la incluías a ella?Apreté la empuñadura de la pistola hasta que el metal grabó su marca en mi palma. Ella no era una más. Nunca lo sería.—¡Cierra tu maldita boca! —siseé, clavándole una mirada que había hecho sangrar a hombres más valientes.Pero Andru, el único imbécil con licencia para cuestionarme, siguió sonriendo.—¿Te interesa? —s
Dominic Ivankov El teléfono temblaba en mi mano, mientras escuchaba a Irina. Su voz se arrastraba en mi oído como una serpiente envenenada, deslizándose entre mis pensamientos con la precisión de alguien que conocía cada uno de mis demonios. “¿Cuánto tiempo crees que tardes en hacer lo que debas hacer con esa niñita?”, preguntó la mujer con un tono indolente. “Porque Dominic, ya es hora de que nos casemos. Mi padre quiere que fijemos una fecha. He tratado de contenerlo, pero no creo que pueda durar mucho. Espero que apenas termines con esa, cumplas con la palabra de los King”. Sus palabras me irritaron profundamente. Apreté la mandíbula, sintiendo cómo la furia escalaba por mi garganta como un rugido contenido. —¡Vete al diablo, Irina! —solté, con el tono grave y afilado de una sentencia—. Tú no me das órdenes ni tu padre tampoco. Yo no le di ninguna palabra ni a él ni a ti. No te equivoques. Hubo un breve silencio al otro lado de la línea, luego una risita baja, arrogante. “T
IzanEstaba recostado en la cama, pero no podía controlar mi inquietud. Decidí levantarme, necesitaba hablar con Irina. Quizás conversando con ella podía descubrir cuáles eran sus intenciones y si estuvo involucrada directamente en lo que nos había ocurrido.Me costaba creer que existiera tanta crueldad en una persona para sacrificar a su propia gente por un fin.Cuando me vio levantado, Dante se quedó mirándome con interés.—¿Dónde vas? —preguntó.—Debo investigar algo, cuando llegue a una conclusión te aviso —respondí saliendo de la habitación.El pasillo hacia el despacho de Irina olía a jazmín y ambición, una combinación que quemaba la garganta. No toqué la puerta. No lo hacía con nadie, menos lo iba a hacer con ella. La puerta de roble macizo cedió bajo mi empuje sin necesidad de golpear. El despacho de Irina olía a poder, a perfume caro y a veneno disfrazado de dulzura.Cuando la abrí, la encontré inclinada sobre su escritorio, cortando una llamada con una sonrisa afilada en l
IrinaEl plan era simple. Seducirlo. Enredarlo en mis redes. Mantener a Izan tan atrapado en mi piel que se olvidara de todo lo demás.Dominic se llevaba a Trina, y yo tenía que garantizar que él no lo siguiera, que no husmeara, que no empezara a hacer preguntas incómodas hasta que fuera demasiado tarde para intervenir y él ya hubiese acabado con ella y luego de eso nos casaríamos. Había sido la promesa de los King.Pero algo había salido mal.O peor aún. Algo había salido demasiado bien.La piel de Izan aún ardía bajo mis uñas, marcando mi cuerpo como un mapa de posesión. Su aliento dormido era una sombra ronca que se alzaba en la penumbra del despacho.Lo observé en silencio, sin atreverme a tocarlo. Sin atreverme a aceptar lo que me consumía.Maldición.Este no era el plan.Apreté los puños, sintiendo las joyas de mis anillos clavarse en mis palmas, una advertencia de que debía recordar quién era. Quién era él. Y por qué esto solo debía ser una distracción, un juego, una mentira co