Pov. Maite.Mi mañana había comenzado mal. No podía pensar con claridad, como si mi cabeza estuviera sumergida en una neblina espesa de preocupación y rabia. Los nervios se me anudaban en el estómago, apretándome por dentro, y no podía creer que todos mis planes se hubieran desmoronado en cuestión de horas. «¿Por qué me pasaban estas cosas a mí?» A veces sentía que la mala suerte me seguía como una sombra burlona, empeñada en arruinar todo lo que intentaba construir.Se suponía que mi viaje sería sencillo, o al menos eso me había repetido una y otra vez. Investigar dónde tenían a mi padre, para pagar lo que fuera necesario para que lo trasladaran a una prisión estadounidense, lejos de las garras de Vittorio.También tenía que deshacerme de Leonardo, ese apostador enfermo que había convertido mi vida en una pesadilla. Pero nada, absolutamente nada, estaba saliendo como debía.Y ahora, esa llamada. No estaba segura de quién estaba detrás, pero me daba escalofríos, solo pensarlo. Quer
POV. Maite.Vi que el hombre ni siquiera titubeó.—Mi jefe me pidió escoltarla.Mi pecho se apretó.—¿Quién es tu jefe? —exigí, con los dientes apretados. Plantando ambas manos sobre la mesa. Este juego de misterio estaba comenzando a ser irritante, y yo no tenía paciencia para esto.El hombre apenas ladeó la cabeza, con esa expresión impasible que me exasperaba.—No desespere, señora. Esta noche lo sabrá.No me importó quién mirara. No me importó si alguien me reconocía. Con un movimiento rápido, lancé el contenido de mi copa a su cara.El líquido helado resbaló por su piel, empapándole el traje.El murmullo en el bar aumentó. Pero él… él ni siquiera se inmutó.Me incliné sobre la mesa, clavándole los ojos con rabia pura.—Vuelve con ese malnacido y dile que no voy a permitir que se divierta conmigo.Mi voz salió temblorosa, pero no de miedo, sino de indignación.—Sé que esto es un juego macabro del maldito viejo de mi padrastro.Él guardó silencio.No necesitaba responder.Yo ya
Narrador omnisciente.Marina la interrumpió bruscamente, incapaz de contener su incredulidad. —¡No! Eso es mentira. Maite, no podría pagar una suite —exclamó, sintiendo cómo su sangre hervía ante la idea de que su hermana estuviera disfrutando de semejante lujo. Para ella, era inconcebible. La recepcionista, incómoda por la reacción de Marina, aclaró con paciencia forzada: —Sí, pero como le decía, la señorita Maite se encuentra en el bar. Su último registro fue allí y, según veo en pantalla, sus dos hijos están en nuestra guardería. El tiempo pareció detenerse. —¿Hijos? —murmuró Lucía, sintiendo un escalofrío recorrerle la espalda. —¿Cómo qué, hijos? —replicó Marina, con una voz que oscilaba entre la negación y la furia.Su mandíbula se tensó hasta dolerle, su pecho se agitaba con pánico y rabia.—Entonces… esos dos niños que salieron en la noticia sí son de ella —escupió, sintiendo cómo un torbellino de emociones la consumía.Sin perder un segundo más, Marina giró sobre sus t
POV. Maite.—Solo queríamos conocer a los niños… —susurró mi madre con voz temblorosa. —No deberías pensar mal. ¡Soy tu madre!No le creí ni por un segundo. Conocía demasiado bien su naturaleza retorcida, su capacidad de manipulación. Ellas eran tan parecidas que por eso se amaban tanto.—No merecen conocerlos. A ustedes las quiero lejos de mis hijos —declaré. Las cuidadoras me miraban con desconcierto, sin comprender la magnitud de lo que estaba ocurriendo.—Yo más que nadie tengo derecho —soltó Marina—. Son los hijos de mi marido.Las palabras me golpearon como un puñal.—¡Cállate! Tú y yo sabemos cómo ocurrió todo. A Lucia puedes manipularla como te plazca, pero eso no cambia la verdad —escupí con desprecio.Nuestra madre me miró como si de repente me hubieran salido dos cabezas. Nunca antes la había llamado por su nombre. Nunca antes me había permitido despojarla de su título de madre. Pero no era digna de él.—¡Deja de mentir! —chilló Marina, temblando de rabia—. Vine aquí para
Con el alma desgarrada, limpiaba con delicadeza los rasguños en el bracito de mi pequeño Gael. Cada quejido suyo, cada mueca de dolor en su dulce rostro, era como un puñal ardiente que se clavaba en mi pecho, y mi rabia volvía a encenderse.—Juro que no dejaré que nadie los lastime —murmuré con voz quebrada, conteniendo las lágrimas con una férrea voluntad. No podía permitirme llorar delante de ellos. Tenía que ser fuerte.Gianna, con esa inocencia tan pura que me partía el alma, me miró con curiosidad y comentó con una sonrisa traviesa: —Mamá, tú y Gael tienen los brazos rasguñados.Como si para ella aquello fuera un lazo invisible que nos unía aún más. Forcé una sonrisa mientras guardaba todo en el botiquín de primeros auxilios. Luego, volví a ella y le tomé su carita regordeta entre mis palmas, acunándola con ternura. La calidez de su piel, el aroma de ella y de Gael, me envolvían en una paz tan profunda que ninguna otra cosa en el mundo podría darme.—Mi amor… —susurré, acarici
POV. Maite.—¿Hasta cuándo vas a seguir fingiendo, Maite?El simple sonido de mi nombre en sus labios hizo estremecer cada célula de mi ser.Me giré para verlo. Aris estaba furioso. Su expresión endurecida y la tensión en su mandíbula dejaban claro que seguir fingiendo que no lo conocía ya no era una opción. Tragué en seco, tratando de calmar mis nervios. Debía ser inteligente. Si no quería exponerme más, tenía que manejar esto con cautela.—Maite, ¿quién demonios es este tipo? —preguntó Javier, con un tono que jamás había usado conmigo.Su voz me descolocó por un instante, pero no podía explicarle nada, no ahora.—Javier, necesito hablar con este hombre en privado —respondí, poniéndome de pie con un movimiento casi robótico. Luego, intentando suavizar la situación, añadí—: Prometo invitarte a cenar mañana.Javier apenas reaccionó. Su desconcierto era notable, hasta que pude ver como apretó los puños.—¿Me acompañas? —le pedí a Aris, quien, con los brazos cruzados, mantenía esa cal
POV. ArisEstaba fascinado con su expresión desencajada, con su piel encendida por el sonrojo, con sus labios entreabiertos y con esa respiración agitada que me decían que no era indiferente a mi cercanía. Pero no me engañaba. La mujer frente a mí, con toda su apariencia de vulnerabilidad, era una maestra del engaño. Me dejaba bastante claro que sabía exactamente qué hacer, cómo moverse, y cómo jugar con las emociones ajenas.Reprimí el deseo de besarla, pero no solté su nuca. Al contrario, mis dedos se clavaron en su piel, exigiendo una respuesta. Y ella, con esa testaruda valentía que empezaba a desesperarme tanto como a fascinarme, susurró con firmeza: —Para convertirme en la amante de alguien, debo estar de acuerdo. Y créeme, nunca lo estaría. No me rebajaré al punto de convertirme en la amante del marido de mi hermana.Por la forma en que lo dijo… podía admirar su audacia, pero su descaro me encendió de furia. Me mordí el labio inferior, conteniendo un gruñido. ¿De verdad ten
POV. Maite. Me quedé inmóvil en medio de la calle, con el frío, calándome hasta los huesos y los tacones que llevaba puesto parecían enterrarse en el asfalto. Aris, el muy desgraciado, se había ido. Me había dejado tirada sin el más mínimo remordimiento.—¿Qué podía esperar de un tipo como él?—murmuré quejumbrosa, odiando la sola idea de haber accedido a hablar con él.Mis manos temblaron al cerrarse en puños. Apreté los dientes con rabia. No sabía cómo había logrado interpretar mi mejor papel ante él, cuando en realidad, por dentro, me sentía destrozada. Mi impacto fue brutal cuando comprendí que ese hombre no solo exigía con sus palabras, sino que reclamaba y destruía con sus miradas. Aris no era solo un hombre; era un demonio hecho carne, envuelto en oscuridad y malicia.Y mis hijos… ¿Cómo podían mis pequeños, mis tiernos y dulces niños, ser sangre de su sangre?El miedo se enroscó en mi pecho, apretándome con una angustia sofocante. Más que Marina, más que Vittorio, me aterra