2. Una traidora

—No mereces que tu padre te trate como lo hace —expresa Shannon David, esposa de su padre cuando Maylene trata de pasar a la oficina principal. Apenas son las seis de la mañana y no ha dormido absolutamente nada. 

Su rostro es un desastre, todo de ella es un desastre pero lo que derrama la gota en el vaso es que ésta mujer se interponga en esto.

—¿¡Quién te crees para venir luego de lo que has hecho?! —Shannon entrecierra sus ojos. Cuello alargado, delgada pero proporcionada de curvas, alta y con un cabello corto y teñido de castaño porque odia las canas a sus cincuenta años es lo que ha visto Maylene desde que tiene dieciocho años—. El escándalo salpica la empresa de tu padre y todo lo sucio ya está en boca de los noticieros. ¡Por tu culpa!

—¡Quítate de mi camino! —Maylene le grita empujándola para hacerse paso hacia la oficina de su padre—, esto no tiene nada que ver contigo así que muévete.

—No voy a dejar que una mujer tan malagradecida como tú le haga algo tan cruel a Joshua. ¿Cómo puedes hacer esto cuando has engañado a tu propio padre robándole?

Inmediatamente Maylene abre sus ojos al oír a Shanoon. 

¿Robar a su propio padre? ¿Cómo puede decir algo como eso? Desconcertada por tal acusación Maylene decide volver a usar todas sus fuerzas contra Shannon y quitarla del medio. Lo más probable es que ahora todos en ésta compañía observen ésta confrontación con ojos desorbitantes. Siempre hay roces de palabras o de miradas cuando éstas dos mujeres están en el mismo cuarto pero ésto ha sobrepasado los límites.

Maylene aprovecha que Shannon se tambalea hacia un lado para abalanzarse hacia la manija de la oficina con brutal exasperación. Intenta con rapidez abrir la puerta pero una vez más Shannon se lo impide, tomando su codo de forma enérgica por lo que ahora es el turno de Maylene en trastabillar hacia un lado.

—Largo de aquí. ¡Vete! —Shannon exclama sobresaliendo esa rabia que descarga en Maylene con la misma alteración—, ¡No tienes nada que ver aquí, ladrona! ¡Eres una cínica ladrona! Robándole a tu propio padre y mintiéndonos a todos en la cara, ¡Extorsionando a tu familia para quedarte con todo! ¡Eres igual que tu madre! Manipuladora y victimizandose por las cosas horribles que hacen con tal de hacer lo que quieren. ¡Eres una ladrona…!

Maylene no la deja finalizar porque no usa la palma sino la parte externa de su mano para voltearle el rostro a Shannon, callándola de forma imprevista.

En el silencio que surge entre ambas Maylene logra abrir la puerta pero antes sus enormes ojos verdes están negros por el arranque de su ira.

—No hables de mi madre, insolente. ¡Yo no soy ninguna ladrona así que cierra la boca! —Maylene logra cerrar la puerta de la oficina. Con el corazón en la mano busca lo que tanto anhela dentro de ésta oficina afincada a la puerta mientras su respiración sube y baja con precipitación. Con ojos desbordando en el horror, Maylene logra dar con el hombre de manos cruzadas detrás de su espalda que observa la ventana que da a la vista panorámica de una Londres teñida en la amargura—. Papá…—Maylene logra llamarlo a duras penas—, Papá, soy Maylene. Tienes que escucharme, papá…

Joshua Dodson es un gran magnate, un imperio que ha surgido por tener una empresa petrolera multinacional. Maylene no ha heredado debido a que su padre puso a su otro hermano como heredero. Con barba gris y su cabello repleto de canas, Joshua no se da la vuelta, pero si comienza a ver a Maylene de reojo.

La desesperación la aniquila de pies a cabeza y prácticamente corre hacia su padre.

—¡Todo lo que han dicho es mentira, papá! Yo no te robé, yo no le robé a la empresa y tampoco engañé a Declan. ¡Todo esto es una farsa! Papá, sé que vas a creerme. ¿No es así? ¿Papá? —Maylene coloca las manos en los hombros de Joshua, quien ya es un hombre anciano y delicado de salud. Los mismos ojos de su padre se giran hacia ella, y Maylene no observa rabia. Es algo peor: decepción—, papá…—Maylene ruega.

—Hay pruebas en tu contra —su padre se toma su tiempo para girarse, y las manos de Maylene caen hacia cada lado con total agonía, sin desear oír lo que su padre dirá ahora en adelante—, firmas y fotos tuyas que demuestran tus contactos a empresas fantasmas y personas aliadas a la corrupción. Te vieron junto a Rory, el accionista que hoy está tras las rejas por el dinero que te dio. Dinero robado. Usaste el dinero de la empresa para pagar el silencio de muchos empresarios y lo robaste para tus propios intereses, dejándonos casi sin nada.

—No…—Maylene alza su mano para que se detenga, devastada—, eso no es verdad. Yo no he hecho nada de eso. ¿Por qué sigues creyendo esto? ¿Cómo sería capaz de perjudicarte si eres lo único que me queda…?

Joshua llega a su escritorio, reposando una mano en la mesa para lograr mantenerse de pie. Sin embargo, Maylene se acerca a él para tratar de hablarle, y es una tortura ver como su padre muestra la carpeta donde su rostro está plasmado allí.

Una mujer quien dice ser ella. 

Una mujer con su mismo rostro, su misma sonrisa, su cabello, todo lo que la hace ser físicamente Maylene ésta mujer lo lleva plasmado en su rostro. ¿Acaso es un sueño? ¿Quién es ésta persona?

—Yo no soy —Maylene jadea desconsolada—, yo no soy ésta mujer, papá. No sé quién es pero no soy yo…

Joshua Dodson sigue sin mirar a su hija. Sólo existe melancolía en sus gestos longevos, como si le doliera pronunciar algo más. Maylene intenta acercarse.

—Papá…

—No seré tan cruel para llevarte a un juicio…—Joshua la detiene de golpe—, pero no permitiré que sigas al lado de tus hermanos llevando la compañía.

—No, por favor. Sabes que mi vida es Nova Fuel, que todo lo importante para mí es esto que has construido…

—No sabes cuánto me duele, Maylene —Joshua cierra sus ojos y mueve la cabeza hacia otro lado para que ella no vea su expresión de dolor—, quiero que te vayas y asumas la responsabilidad de tus actos. No te acusaré de robo, pero si te exigiré que te vayas lo más lejos posible. Yo ya no confío en ti…

Maylene da un paso hacia atrás mientras aprieta su vientre. La noticia le cae como un balde de agua fría mientras está en un glaciar lleno de tormentas. El nudo de la garganta lo que hace es dejarla muda, sin nada qué decir. Sólo son sus ojos lo que están petrificados al oír a su propio padre.

—Papá…

—No tendrás acceso a tu herencia —continúa Joshua—, porque los millones que te has robado deben servirte de algo. Retírate de mi oficina antes de que cambie de opinión, Maylene.

—No puedes hacerme esto…—Maylene se coloca las manos en el pecho, desproporcionada su dolor y la tortura a la que éste engaño la está llevando—, no tú, papá. No tú…

Joshua, consciente de que sí no observa a su hija sufrirá por la eternidad, observa a Maylene completamente fuera de sí.

—Ya lo hice —sentencia Joshua—, sal de mi oficina, Maylene.

—No me dejes sola cuando más te necesito. Yo no te robé, nunca te robé. Dios, debes creerme —Maylene pide a su padre con los ojos nublados en lágrimas—, ¡Créeme por favor!

Maylene no se había dado cuenta que su padre pulsó el botón de llamado a los guardias de seguridad, por lo que cuando menos se lo espera, Joshua hace un asentimiento hacia los hombres para que la saquen de aquí.

Maylene observa a su padre sin creerlo.

—¡Papá! —lo llama Maylene—,  ¡Créeme! ¡Yo no soy esa mujer! ¡Estás engañándote! ¡Papá…!

Pero las palabras de Maylene quedan a la deriva. Ninguna cosa que diga es escuchada ni será escuchada. Claramente se observa que es ella por medio de fotos, vídeos y firmas. Tantas pruebas sólo llevan a que Maylene sea la culpable.

—¡Por Dios, tienen que oírme! —súplica Maylene cuando dentro de nada dos de sus hermanos mayores se dan cuenta de que está siendo llevada a las afueras de la compañía como si fuese una criminal—, ¡Sam, Reece! ¡Tienen que creerme!

Sus hermanos la observan entre sorpresa y recelo. Y por más que Maylene grite que ella es inocente, nadie la escucha.

—¡Esa mujer no soy yo! —los guardias de seguridad la sueltan en la calle, y sin nadie que la defienda, sin nadie que la escuche Maylene solloza sin entender por qué razón el mundo entero le está dando la espalda. 

Se tapa su rostro con las dos manos y llora. No puede hacer más nada en estos momentos de debilidad sino llorar.

Quizás había subestimado al mundo al creer que no podía ser tan cruel.

No espera que uno de los hombres de Declan Morgan esté aguardando por ella, dejando a un lado el coche y acercándose hacia donde se encuentra con obvia incomodidad.

—¿Qué haces aquí, Fred?

—Señora Morgan, he venido a llevarla al tribunal. El señor Declan espera por usted…para la firma de divorcio… 

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