—¿Estás segura que quieres venir a Londres? —pregunta la voz por el otro lado. Se trata de Amy Morgan.
Su cabello vuelve a estar largo luego desde que se lo cortó aquella vez que salió de Londres con rumbo a Noruega. Maylene no tuvo un embarazo común. Cuando creyó que sólo sería un niño, al cuarto mes tuvo la sorpresa que estaba esperando dos. Estaba embarazada de gemelos: dos niñas estaban a punto de conocer el mundo por medio de ella. Desolación, miedo, emoción. En Noruega conocía a una de sus mejores amigas de la infancia, una notoria fiscal especializada en derecho civil que prometió recibirla en cuánto llegara a Noruega. Amy quiso acompañarla pero Maylene se lo negó, mucho menos cuando estaba en un estado tan avanzado en embarazo. Maylene pasó día y noche al cuidado de una enfermera que su amiga, Jeanette Fredriksen, le encomendó en caso de que no pudiera estar a su lado. —Todo lo que me haz contado, Maylene —Jeanette terminaba de oír lo sucedido en Londres y del por qué salió del país con tal desesperación—, es increíble. ¿Cómo una persona pudo engañar a todos? ¿Quién podría parecerse a ti tanto para armar todo esto? Maylene estaba de brazos cruzados mirando a la ventana del departamento donde vivían las dos. —No tengo idea de quien es —Maylene replicó en voz baja—, pero me arruinó la vida…nadie me cree…mi padre está muerto…y bloquearon todas mis cuentas. No puedo usar mi dinero. —Eres quizás la persona más importante en esa empresa: eres la ingeniera química, quien mantiene el órden. Tu trabajo es excepcional y el señor Dodson lo sabía. Eres fundamental para esa empresa y no es justo lo que está pasando —Jeannet era peliroja natural, con pecas y una piel blanquecina debido al clima de la ciudad. Sus ojos azules observaban a Maylene con determinación—, algo ocurre, alguien quiso sacarte de tu puesto. Maylene se llevó las manos hacia su vientre abultado. Tenía ya cuatro meses. —Quiero tenerlas conmigo y luego pensaré en qué hacer. Yo necesito regresar a Londres a saber exactamente qué fue lo que sucedió —Maylene le daba la espalda a Jeannete para que no viera esas lágrimas prepotentes—, es un culpable y voy a dar con él. El único que puede darme respuesta es Kieran Morgan —el claro de sus ojos ya estaba apagado con creces—, y haré que diga la verdad. Si algo la mantuvo de pie todos esos meses fueron sus niñas. Nacieron en templada llovizna de nieve en un ambiente cálido, en Oslo y como Jeannette, una segunda amiga de Maylene, Claire Fergus, también estuvo con ellas. Fue el día más feliz en la vida de Maylene. Dos niñas de tono rosáceo, llorando con fuerza, llorando en la desesperación de buscar el calor de su madre y de sentir las palabras de apoyo que su madre entre lágrimas les murmuraba. —Mami está aquí, mis princesas —besó Maylene la mejilla de cada una cuando la enfermera se acercó. Un sollozo entre felicidad y melancolía brotó de sus labios—, mami siempre estará aquí. Quiso tomarse el tiempo de pensar las cosas cuando, junto a sus amigas de toda la vida, cuidaban de dos recién nacidas que buscaban a su madre en cualquier momento. Pequeñas, demasiado pequeñas, y rubias al igual que Maylene. Lo doloroso de ver a las nenas estaban en el recuerdo de imaginarse a la familia que siempre deseó al lado de Declan, porque ellas significaban el hogar que ambos habían creado y que sólo se convirtió en cenizas. Maylene se volvió una mujer calculadora debido a sus hijas: nadie sería capaz de tocarles un cabello porque asesinaría a cualquiera que se atrevería a hacerles pasar lo mismo que ella: humillarlas. En Oslo habían varias empresas petroleras por lo que Maylene, al sentirse apenada por vivir del dinero de Jeanette, buscó trabajo en su área. Lo consiguió al momento y debido que era un puesto bastante relevante, logró obtener una remuneración que le permitía costear los gastos de sus dos hijas. No fue fácil criar a sus pequeñas en los primeros meses, pero luego de casi un año, Maylene no podía estar más que orgullosa de ella misma al poder sacar a sus hijas sin nadie. Solamente ellas y sus preciosas niñas. Pero el tiempo nunca fue más culpable. Casi dos años después de todo lo ocurrido. La voz de Amy tras el télefono es lo mismo que oír una cacofonía que viene desde las entrañas del infierno. La llegada de las gemelas ha sido un punto de infinita felicidad, pero no pasará la vida sin buscar la verdad. —Dejé tantas cosas en esa ciudad y necesito arreglar todo esto, Amy. —Te diría que no pero…quiero conocer a mis sobrinas —Amy sonríe tras el télefono—, demasiado. Las dos pequeñas están en el suelo y Maylene también sonríen. —Son preciosas. —No dudo que lo sean. Sólo quiero que tanto ella como tú estén bien. —Y lo estaremos —Maylene se levanta de la cama—, saldré ya para Londres, y Amy…por favor, no le digas nada a nadie, ni siquiera a Mason. —Creeme, nadie sabes dónde están y mucho menos que estabas embarazada —se le escucha una respiración nostálgica—, mucho menos Declan. —No menciones a ese hombre —Maylene baja la mirada hacia sus pequeñas. Se ha vuelto como una llama ardiente el sólo hecho de imaginar que Declan Morgan se entere de esto. No. Jamás. Preferiría seguir oculta con sus niñas para siempre antes de que él proclame algún derecho en sus pequeñas—, espera a que yo te contacte, ¿Sí? Claire me ayudará con las bebés. —Dios, Maylene. Cuídate…¿Cuídate mucho, okay? Desde que todo ocurrió las cosas…no han sido las mejores. Pero prometo que te lo diré todo una vez nos veamos. Maylene le manda un beso y un rápido “Nos vemos” antes de colgar. Se mete el télefono detrás de su pantalón y se ata una coleta de caballo antes de agacharse. —Mami —pronuncia una de las gemelas, levantandose mientras alza su muñeca de princesas—, ésta soy yo, y ésta eres tú…—se refiere a la bebé de la princesa. Maylene se echa a reír y la atrae para besarla con fuerza. —Mi niña hermosa. Eres igual que esa muñeca, muy hermosa, ¿Lo sabes? —¡Mami, es mi turno! —la segunda gemela es más extrovertida a comparación de la que tiene en sus brazos—, ¡Cárgame, mami! ¡Mami cárgame! —Tenemos que prepararnos, mis amores. Tendremos un pequeño viaje y prometo que volveremos antes de lo previsto. No nos quedaremos mucho en aquel lugar…—asevera Maylene dando un suspiro. Pero para sus hijas siempre tiene una sonrisa—, ¿Comenzamos? —y termina por hacerle cosquillas a las dos. El viento cabecea las paredes de su cuerpo cuando el avión aterriza. Y mucho más cuando pone un pie en el piso del aeropuerto repleto de gente. Reconoce el mismo, muchas veces lo tomaba cuando Shannon le mentía a su padre diciendo que Maylene no quería ir con ellos porque era una joven amargada. Siempre aparecía en los lugares robándole una mirada de horror y sorpresa a Shannon. Toma con fuerza a sus niñas y Claire se apresura a llevar las maletas mientras Maylene carga a las dos bebés. —Dios, qué caos. Pediré un taxi de inmediato —Claire es una mujer rellena de pelo castaño, pero es alta, más que Maylene y Jeanette. Sin embargo, siempre con un estilo de elegancia que Maylene ha admirado toda la vida—, déjame llevar las maletas afuera y mandarte un mensaje. —Muchas gracias. Es que las niñas quieren ir al baño y necesito revisarlas —se disculpa Maylene con una sonrisa—, saldremos en un minuto. —¡No tardes! —Claire desaparece entre la muchedumbre. Maylene se agacha para colocar a sus hijas en el suelo, sonriendo. —Bueno, ahora es momento que escuchen a mami. ¿De acuerdo? No van a soltar mi mano por nada del mundo y siempre van a estar al lado de mami —Maylene acaricia las mejillas de cada una. Son muy pequeñas, pero si algo resalta en sus hijas es que han heredado su cabello largo hasta más abajo de su cintura con color del oro. Dos hermosas rapunzeles que llaman la atención de cualquiera, por lo que Maylene es prácticamente una cerca de púas si cualquiera se acerca a ellas. —¿Entendido? —Sí, mami —responden las dos niñas al unísono. Una de ellas lleva a su oso de peluche y la segunda está más atenta al alrededor. —De acuerdo —Maylene sonríe y se levanta—, vamos a ir al baño y luego iremos con tía Claire para irnos…¡Hayley…! Maylene observa como una de sus pequeñas se suelta de su mano cuando intenta levantarla, y de una vez la persigue sin dejar de apartarle la mirada. —¡Hayley, cariño! —Maylene logra detenerse cuando su pequeña también se detiene, sin darse cuenta a quien tiene al frente—, Dios, mi niña. ¿A dónde ibas? No vuelvas a hacer algo así, por favor- Maylene intenta tomarla en brazos pero Hayley da un paso hacia al frente y alza los brazos. Maylene finalmente tiene que alzar la vista hacia la persona a quien su pequeña pide que la cargue. Sus ojos con lentitud recorren el cuerpo desde los zapatos hacia su pecho, y por último, hacia su rostro. —¡Cárgame! —expresa la niña. Maylene necesita sostener con fuerza a su otra hija porque ha perdido el equilibrio. Esto puede ser verdad. Hayley es tomada en brazos por él, y el estupor vuelve a hacer de las suyas cuando se da cuenta que está a centímetros de quién no debe saber la verdad que ha jurado no decir por la secuela del dolor que oscureció su vida al sentir como rompía él su corazón al llamarla “traidora.” —¡Mami, Hayley está con un extraño! —señala la pequeña en sus brazos con una enorme sonrisa. Maylene tiene los ojos completamente abiertos al ver como su pequeña está en los brazos de Declan Morgan. Quizás sólo está viendo un espejismo, y lo está confundiendo debido a que pisar Londres es pisar el territorio de Declan Morgan. —Maylene —pronuncia su nombre para asesinarla. Ojos de sorpresa y dolor la observan desde una distancia prolongada. —¿De quién...—Declan Morgan sostiene a Hayley mientras nota como en sus ojos la llama de una conmoción bañada en un enojo aparece—, son éstas niñas? Maylene Dodson siente que el cuerpo está completamente rígido en su estado. El pasado volvió, hiriéndola una vez más —¿Son hijas de Kieran? —pregunta finalmente Declan—, ¿O éstas niñas son mías...? —Declan pregunta en un hilo de voz, adolorido.—Suelta a la niña, tengo que irme —Maylene tensa la mandíbula desviando la mirada. No sabe cómo sigue manteniéndose de pie frente a éste hombre. Lo que consigue es que un vasto color a rojo inunde sus facciones y le cueste un tanto mantener la respiración—, tengo mucha prisa.Declan no aparta los ojos de Maylene, como si estuviese concentrado a leer su mente y por un momento Maylene cree que realmente lo hace, por lo que sus piernas flaquean un momento.“No” se repite. “Mantente cuerda.”—Baja a mi hija —Maylene ordena una vez más—, te he dicho que bajes a mi hija —vuelve a repetir de forma que ya no puede ver ni mirar el escudo con que su corazón ha formado para seguir en ésta enorme disputa.—Responde, Maylene…—su nombre en los labios de Declan son una daga al corazón, un dolor que comienza a quebrar lo que ya estaba hecho pedazos, lo que ya no se suponía que no existía y tampoco volvería a su vida. Es ese cuchillo que corta a la mitad, haciéndole gritar de impotencia. Declan sigue
—Creí que no…estabas aquí en Londres, Carl —Maylene recompone su postura con calma, y acepta responderle a Carl por cortesía, lo que lleva a que el hombre frente a sus ojos sonría y le señale la puerta del edificio.—Mejor entremos. Hace mucho frío para que las niñas estén afuera —ofrece Carl haciendo una seña para que dos de sus guardaespaldas se detengan—, yo me encargo.Claire divisa el rostro de complicidad de Maylene y entre labios le dice “Lo siento” con expresión temerosa. Maylene le devuelve la respuesta. “Está bien.”Hannah y Hayley son los nombres de sus dos niñas. Y ambas están en sus brazos porque se niegan a apartarse de su madre así venga el mismo presidente. Carl lo entiende, aunque decepcionado, y acaricia la mejilla de Hayley quien luego de un momento se esconde en el cuello de su madre con timidez. ¿Será que su hija estará pensando en la misma persona? Fue Hayley a quien Declan cargó, y…¿Cómo fue posible que su pequeña haya corrido hasta él de forma apresurada? Rec
—Por Dios —Maylene jadea, y retrocede para dirigirse directo a la puerta del departamento. Sus ojos están tan abiertos que mientras corre hacia las escaleras el viento comienza a arder en sus ojos, y casi se tropieza de tanto desespero por alcanzar la planta baja del edificio. Maylene se apresura lo más que puede hacia la entrada de ésta zona privada, y su cabello largo se mueve debido al viento arrasador a altas horas de la zona. Ha sido un error salir tener un abrigo, apresurandose a que el frío se intercale en su t-shirt blanca.Sin embargo, no se detiene, y por la razón de verse cerca de la entrada de la estación de vigilancia, Maylene se acerca a la reja para tratar de buscar lo que vio desde el balcón. Simples carros pasando en la calle con normalidad, nada extraño y ni un destello dorado al igual que hace unos minutos.—¿Señorita?Maylene se voltea de inmediato hacia la voz.Se encuentra a un señor canoso con el uniforme de la vigilancia. Y todo su rostro es un mar de confus
Maylene se queda en silencio unos segundos. Luego, con toda el rostro bañado en desconcierto se gira hacia Carl. Sus ojos son el reflejo de una sorpresa herida, una sorpresa que advierte sólo de un dolor inexplicable. Pestañea una y otra vez para quitar la nublosidad de los ojos. Las palabras de Carl se repiten una y otra vez para que la imagen de su ex-esposo sea ensombrecida, más que antes. Jamás hubiese imaginado que sería capaz de oír, siquiera una vez, algo tan repulsivo como lo es esa clase de traición. Mil imágenes de Declan supuran su mente, despedazan el último recuerdo favorable que tenía de él: cuando le dijo que haría todo lo posible por poner Noval Fuel a sus pies porque compraría la empresa por completo para que fuese la directora general de la organización. “Quiero darte el mundo entero, amor. Quiero dartelo todo, quiero darte todo de mí.”Ni siquiera las palabras; son los recuerdos que vienen para azotar brutalmente el juicio de Maylene de lleno sin piedad.—¿Ah sí
Lo mismo que piensa Claire lo piensa Maylene. Del porqué Carl no aparece en el departamento. Debe tener motivos y como él lo dijo, no puede quedarse oculta toda la vida. Lo que la lleva a tener alarma por todos lados, pero aún así Maylene, con su gorro bajo su cabello rubio y una bufanda, toma un taxi a la dirección que le indicó Carl por el télefono. La noche ya cae en Londres, y su frío provoca que le pique la nariz, por lo que ya está roja cuando amablemente le agradece al taxi antes de bajar. Maylene tuvo que acostumbrarse a usar taxi y no un carro propio ni chóferes. El choque con éste mundo la perjudicó un poco, y la tomó de sorpresa, sin saber qué hacer porque nadie le había enseñado a vivir de ésta forma. Mirando el edificio de varios pisos, con cristales negros debido a la noche, Maylene suspira el aire gélido de Londres antes de moverse hacia la recepción. Sin embargo, no falta mucho para que comience a ver las cosas extrañas, como por ejemplo, el enorme lugar con dos
Maylene quiere vomitar. Empieza a dolerle la cabeza, tanto, que necesita sostenerse de la pared. Necesita vomitar. Necesita tomar aire antes de que alguien note lo mismo que ella y resulte en una catástrofe. Necesita salir de aquí.Maylene tira de la puerta de la salida para armarse de valor, huyendo de ésta pesadilla a donde tiene que despertar.¿Es real? ¿Qué cosa es real ahora?No es nada, ni nadie.Conforme baja las escaleras no trae nada en sus manos salvo el temblor. Un susto inexplicable, una anomalía en su respiración donde le cuesta mantener su mente en el camino. La puerta de salida da a la misma recepción atestada de gente, y gira el rostro para tomar la otra entrada del edificio sin desear que nadie la vea.Empuja con fuerza la puerta de vidrio y toma aire con vigor mientras sus manos tratan de ayudarla a tomar aire. Sale a la calle contraria donde se divisa a la gente caminando con normalidad al igual que los carros lo hacen al conducir.—¿Qué está pasando? ¿Estoy loc
¿Qué se supone que está haciendo ahora que sus labios se mueven al compás de su ex-esposo? Un calor abrasador sube por su cuerpo ante la furia del beso, quemando y despedazándose entre ambos. Un beso mortal que arroja recuerdos del pasado para hacerle daño. Y aún así no puede apartarse porque reconoce esos labios con sabor a fuego, reconoce ese sentimiento que le produce el tan sólo tocar a Declan y que éste se apodere de ella como muchas veces en el pasado.De pronto el beso la debilita, y la lleva a la tentación. Sigue enojada, pero no tiene nada que ver sus besos cuando se trata de Declan Morgan; nada de él es suave o tierno. Es rudo, provocando sensaciones de cosquilleos en la parte baja de su vientre. Declan la empuja más hacia la pared del callejón dejándola sin aire, tanto por el agarre como por el beso bestial. Su cintura es prisionera por las manos de Declan que la aprietan mucho más hacia él, dejándola sin escape.Maylene se deja llevar por el beso que la atonta un momento,
No hay lugar donde Maylene pueda meter la cabeza. Sin palabras, se da cuenta que por muy alto que sea Carl, Declan lo sobrepasa con creces, y mientras lo siente detrás de su espalda, sensaciones de cosquilleo rozan su espina dorsal bajando hasta muslos.Una confrontación que ha durado años y que se volvió difícil de contener. No estaba en sus planes que Declan apareciera de ésta forma. Incluso creyó que ya estaba lo bastante lejos de aquí porque sus esperanzas de que al menos tuviera la decencia de escucharla se esfumaron tal cual lo hicieron aquella vez lo vio por última vez luego de su divorcio.No.Declan está aquí, junto a ella. Toma su cintura, la aprieta hacia él y rodea la muñeca de Carl apartándola de un tirón lejos de su codo. Rodea, dejándola sin habla, su cintura con una sola mano.—¿Qué carajos? —Carl comienza observando con los ojos furtivos los ojos de la fiera que tiene detrás de ella. Sus orejas están rojas, claramente enojado—, ¿Qué mierda haces aquí? ¡Suelta a Maylen