5. Herida

—¿Estás segura que quieres venir a Londres? —pregunta la voz por el otro lado. Se trata de Amy Morgan.

Su cabello vuelve a estar largo luego desde que se lo cortó aquella vez que salió de Londres con rumbo a Noruega.

Maylene no tuvo un embarazo común. Cuando creyó que sólo sería un niño, al cuarto mes tuvo la sorpresa que estaba esperando dos.

Estaba embarazada de gemelos: dos niñas estaban a punto de conocer el mundo por medio de ella. Desolación, miedo, emoción. En Noruega conocía a una de sus mejores amigas de la infancia, una notoria fiscal especializada en derecho civil que prometió recibirla en cuánto llegara a Noruega.

Amy quiso acompañarla pero Maylene se lo negó, mucho menos cuando estaba en un estado tan avanzado en embarazo.

Maylene pasó día y noche al cuidado de una enfermera que su amiga, Jeanette Fredriksen, le encomendó en caso de que no pudiera estar a su lado.

—Todo lo que me haz contado, Maylene —Jeanette terminaba de oír lo sucedido en Londres y del por qué salió del país con tal desesperación—, es increíble. ¿Cómo una persona pudo engañar a todos? ¿Quién podría parecerse a ti tanto para armar todo esto?

Maylene estaba de brazos cruzados mirando a la ventana del departamento donde vivían las dos.

—No tengo idea de quien es —Maylene replicó en voz baja—, pero me arruinó la vida…nadie me cree…mi padre está muerto…y bloquearon todas mis cuentas. No puedo usar mi dinero.

—Eres quizás la persona más importante en esa empresa: eres la ingeniera química, quien mantiene el órden. Tu trabajo es excepcional y el señor Dodson lo sabía. Eres fundamental para esa empresa y no es justo lo que está pasando —Jeannet era peliroja natural, con pecas y una piel blanquecina debido al clima de la ciudad. Sus ojos azules observaban a Maylene con determinación—, algo ocurre, alguien quiso sacarte de tu puesto.

Maylene se llevó las manos hacia su vientre abultado. Tenía ya cuatro meses.

—Quiero tenerlas conmigo y luego pensaré en qué hacer. Yo necesito regresar a Londres a saber exactamente qué fue lo que sucedió —Maylene le daba la espalda a Jeannete para que no viera esas lágrimas prepotentes—, es un culpable y voy a dar con él. El único que puede darme respuesta es Kieran Morgan —el claro de sus ojos ya estaba apagado con creces—, y haré que diga la verdad.

Si algo la mantuvo de pie todos esos meses fueron sus niñas. Nacieron en templada llovizna de nieve en un ambiente cálido, en Oslo y como Jeannette, una segunda amiga de Maylene, Claire Fergus, también estuvo con ellas.

Fue el día más feliz en la vida de Maylene. Dos niñas de tono rosáceo, llorando con fuerza, llorando en la desesperación de buscar el calor de su madre y de sentir las palabras de apoyo que su madre entre lágrimas les murmuraba.

—Mami está aquí, mis princesas —besó Maylene la mejilla de cada una cuando la enfermera se acercó. Un sollozo entre felicidad y melancolía brotó de sus labios—, mami siempre estará aquí.

Quiso tomarse el tiempo de pensar las cosas cuando, junto a sus amigas de toda la vida, cuidaban de dos recién nacidas que buscaban a su madre en cualquier momento. Pequeñas, demasiado pequeñas, y rubias al igual que Maylene.

Lo doloroso de ver a las nenas estaban en el recuerdo de imaginarse a la familia que siempre deseó al lado de Declan, porque ellas significaban el hogar que ambos habían creado y que sólo se convirtió en cenizas.

Maylene se volvió una mujer calculadora debido a sus hijas: nadie sería capaz de tocarles un cabello porque asesinaría a cualquiera que se atrevería a hacerles pasar lo mismo que ella: humillarlas.

En Oslo habían varias empresas petroleras por lo que Maylene, al sentirse apenada por vivir del dinero de Jeanette, buscó trabajo en su área. Lo consiguió al momento y debido que era un puesto bastante relevante, logró obtener una remuneración que le permitía costear los gastos de sus dos hijas. No fue fácil criar a sus pequeñas en los primeros meses, pero luego de casi un año, Maylene no podía estar más que orgullosa de ella misma al poder sacar a sus hijas sin nadie. Solamente ellas y sus preciosas niñas.

Pero el tiempo nunca fue más culpable.

Casi dos años después de todo lo ocurrido.

La voz de Amy tras el télefono es lo mismo que oír una cacofonía que viene desde las entrañas del infierno. La llegada de las gemelas ha sido un punto de infinita felicidad, pero no pasará la vida sin buscar la verdad.

—Dejé tantas cosas en esa ciudad y necesito arreglar todo esto, Amy.

—Te diría que no pero…quiero conocer a mis sobrinas —Amy sonríe tras el télefono—, demasiado.

Las dos pequeñas están en el suelo y Maylene también sonríen.

—Son preciosas.

—No dudo que lo sean. Sólo quiero que tanto ella como tú estén bien.

—Y lo estaremos —Maylene se levanta de la cama—, saldré ya para Londres, y Amy…por favor, no le digas nada a nadie, ni siquiera a Mason.

—Creeme, nadie sabes dónde están y mucho menos que estabas embarazada —se le escucha una respiración nostálgica—, mucho menos Declan.

—No menciones a ese hombre —Maylene baja la mirada hacia sus pequeñas. Se ha vuelto como una llama ardiente el sólo hecho de imaginar que Declan Morgan se entere de esto. No. Jamás. Preferiría seguir oculta con sus niñas para siempre antes de que él proclame algún derecho en sus pequeñas—, espera a que yo te contacte, ¿Sí? Claire me ayudará con las bebés.

—Dios, Maylene. Cuídate…¿Cuídate mucho, okay? Desde que todo ocurrió las cosas…no han sido las mejores. Pero prometo que te lo diré todo una vez nos veamos.

Maylene le manda un beso y un rápido “Nos vemos” antes de colgar.

Se mete el télefono detrás de su pantalón y se ata una coleta de caballo antes de agacharse.

—Mami —pronuncia una de las gemelas, levantandose mientras alza su muñeca de princesas—, ésta soy yo, y ésta eres tú…—se refiere a la bebé de la princesa.

Maylene se echa a reír y la atrae para besarla con fuerza.

—Mi niña hermosa. Eres igual que esa muñeca, muy hermosa, ¿Lo sabes?

—¡Mami, es mi turno! —la segunda gemela es más extrovertida a comparación de la que tiene en sus brazos—, ¡Cárgame, mami! ¡Mami cárgame!

—Tenemos que prepararnos, mis amores. Tendremos un pequeño viaje y prometo que volveremos antes de lo previsto. No nos quedaremos mucho en aquel lugar…—asevera Maylene dando un suspiro. Pero para sus hijas siempre tiene una sonrisa—, ¿Comenzamos? —y termina por hacerle cosquillas a las dos.

El viento cabecea las paredes de su cuerpo cuando el avión aterriza. Y mucho más cuando pone un pie en el piso del aeropuerto repleto de gente. Reconoce el mismo, muchas veces lo tomaba cuando Shannon le mentía a su padre diciendo que Maylene no quería ir con ellos porque era una joven amargada. Siempre aparecía en los lugares robándole una mirada de horror y sorpresa a Shannon.

Toma con fuerza a sus niñas y Claire se apresura a llevar las maletas mientras Maylene carga a las dos bebés.

—Dios, qué caos. Pediré un taxi de inmediato —Claire es una mujer rellena de pelo castaño, pero es alta, más que Maylene y Jeanette. Sin embargo, siempre con un estilo de elegancia que Maylene ha admirado toda la vida—, déjame llevar las maletas afuera y mandarte un mensaje.

—Muchas gracias. Es que las niñas quieren ir al baño y necesito revisarlas —se disculpa Maylene con una sonrisa—, saldremos en un minuto.

—¡No tardes! —Claire desaparece entre la muchedumbre.

Maylene se agacha para colocar a sus hijas en el suelo, sonriendo.

—Bueno, ahora es momento que escuchen a mami. ¿De acuerdo? No van a soltar mi mano por nada del mundo y siempre van a estar al lado de mami —Maylene acaricia las mejillas de cada una. Son muy pequeñas, pero si algo resalta en sus hijas es que han heredado su cabello largo hasta más abajo de su cintura con color del oro. Dos hermosas rapunzeles que llaman la atención de cualquiera, por lo que Maylene es prácticamente una cerca de púas si cualquiera se acerca a ellas.

—¿Entendido?

—Sí, mami —responden las dos niñas al unísono. Una de ellas lleva a su oso de peluche y la segunda está más atenta al alrededor.

—De acuerdo —Maylene sonríe y se levanta—, vamos a ir al baño y luego iremos con tía Claire para irnos…¡Hayley…!

Maylene observa como una de sus pequeñas se suelta de su mano cuando intenta levantarla, y de una vez la persigue sin dejar de apartarle la mirada.

—¡Hayley, cariño! —Maylene logra detenerse cuando su pequeña también se detiene, sin darse cuenta a quien tiene al frente—, Dios, mi niña. ¿A dónde ibas? No vuelvas a hacer algo así, por favor-

Maylene intenta tomarla en brazos pero Hayley da un paso hacia al frente y alza los brazos.

Maylene finalmente tiene que alzar la vista hacia la persona a quien su pequeña pide que la cargue.

Sus ojos con lentitud recorren el cuerpo desde los zapatos hacia su pecho, y por último, hacia su rostro.

—¡Cárgame! —expresa la niña.

Maylene necesita sostener con fuerza a su otra hija porque ha perdido el equilibrio. Esto puede ser verdad.

Hayley es tomada en brazos por él, y el estupor vuelve a hacer de las suyas cuando se da cuenta que está a centímetros de quién no debe saber la verdad que ha jurado no decir por la secuela del dolor que oscureció su vida al sentir como rompía él su corazón al llamarla “traidora.”

—¡Mami, Hayley está con un extraño! —señala la pequeña en sus brazos con una enorme sonrisa.

Maylene tiene los ojos completamente abiertos al ver como su pequeña está en los brazos de Declan Morgan.

Quizás sólo está viendo un espejismo, y lo está confundiendo debido a que pisar Londres es pisar el territorio de Declan Morgan.

—Maylene —pronuncia su nombre para asesinarla. Ojos de sorpresa y dolor la observan desde una distancia prolongada.

—¿De quién...—Declan Morgan sostiene a Hayley mientras nota como en sus ojos la llama de una conmoción bañada en un enojo aparece—, son éstas niñas?

Maylene Dodson siente que el cuerpo está completamente rígido en su estado. El pasado volvió, hiriéndola una vez más

—¿Son hijas de Kieran? —pregunta finalmente Declan—, ¿O éstas niñas son mías...? —Declan pregunta en un hilo de voz, adolorido.

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