El amanecer se filtraba por las cortinas de la mansión, pero la casa estaba en un silencio casi sepulcral. Dana se levantó temprano, más temprano que de costumbre, y miró su reflejo en el espejo del tocador. La mujer que veía frente a ella ya no era la misma. Su rostro parecía más afilado, sus ojos más fríos, y su sonrisa, aunque sutil, estaba cargada de una intensidad calculada. Había aprendido a fingir, a jugar el juego que Felipe había iniciado, pero ahora, ella lo jugaría bajo sus propias reglas.La obediente y sumisa Dana había quedado atrás. Ahora, era una estratega, una mujer dispuesta a enfrentarse al demonio que compartía su cama. Sabía que no podía enfrentarlo directamente, no todavía. Pero podía infiltrarse en su mundo, en sus negocios, en su mente. Y lo haría con una precisión quirúrgica.Cuando Felipe bajó al comedor esa mañana, la encontró esperándolo con una sonrisa impecable. Estaba sentada a la mesa, vestida con un elegante traje negro que acentuaba su
La noche era fría y silenciosa en la mansión. Las luces suaves del comedor iluminaban a Felipe y Dana, quienes estaban sentados frente a frente en la mesa. El ambiente parecía tranquilo, pero había una tensión latente que ninguno de los dos mencionaba. Cada uno tenía pensamientos ocultos, secretos que pesaban como una sombra entre ellos.Dana sostenía una copa de vino en la mano, su rostro sereno y su sonrisa impecable. Felipe, por su parte, la observaba con una mezcla de desconfianza y curiosidad. Desde hacía días, algo había cambiado en ella, algo que no lograba descifrar. ¿Sabía algo? ¿Estaba jugando un juego? ¿O simplemente era su imaginación? Felipe no podía estar seguro, y eso lo ponía en guardia.Dana, sin embargo, estaba perfectamente tranquila. Había pasado toda la tarde preparando su plan, enviando información clave a su madre sobre el cargamento que llegaría esa noche. Sabía que Felipe era Walter, el hombre detrás de las operaciones de los Daycare, y sabía q
Esa noche, mientras Felipe se preparaba para salir, Dana lo observó desde la puerta de su habitación. Estaba vestido con un traje oscuro, su expresión fría y calculadora. Era el mismo hombre que había conocido hace años, pero ahora lo veía con otros ojos. Sabía quién era realmente, sabía lo que hacía, y sabía que no podía confiar en él.—¿Vas a trabajar? —preguntó Dana, con un tono casual.Felipe asintió, ajustando el cuello de su camisa.—Sí. Será una noche larga.Dana sonrió, inclinándose ligeramente hacia él.—Ten cuidado —dijo, suavemente—. No quiero que te pase nada.Felipe la miró por un momento, como si intentara descifrar si sus palabras eran sinceras. Finalmente, asintió y salió de la habitación.Dana esperó a escuchar el sonido de la puerta principal cerrándose antes de sacar su teléfono. Había llegado el momento. Envió un último mensaje a su madre, confirmando que Felipe había salido. Ahora, todo dependía de ella.Mi
Después de terminar su whisky, Felipe se dirigió a su oficina, cerrando la puerta con fuerza detrás de él. Dana lo observó desde el pasillo, asegurándose de que no la viera. Sabía que estaba furioso, y sabía que esa furia podía llevarlo a cometer errores. Pero también sabía que Felipe era peligroso cuando estaba acorralado. Tenía que tener cuidado.Dentro de la oficina, Felipe comenzó a hacer llamadas, una tras otra. Ordenó a sus hombres que investigaran cada detalle de lo ocurrido, que interrogaran a todos los involucrados, que no dejaran piedra sin mover. Su voz era un rugido constante, lleno de ira y frustración.—Quiero respuestas, ¿me oíste? —gritó en una de las llamadas—. No me importa cómo lo hagas, pero quiero saber quién fue. Y cuando lo sepas, tráemelo. Quiero manejar esto personalmente.Dana escuchaba desde el pasillo, con el corazón latiendo rápidamente en su pecho. Sabía que Felipe no descansaría hasta encontrar al responsable. Y aunque había tomado
Bolo observaba la escena desde su posición, tratando de mantener la calma. Pero por dentro, estaba temblando. Sabía que Felipe tenía razón. Alguien había filtrado información, y aunque él no había sido directamente responsable, no podía ignorar el hecho de que había insistido en que el cargamento se moviera. Había presionado a Felipe, había asegurado que todo estaba bajo control. Y ahora, el cargamento estaba perdido.Peor aún, el cargamento que Felipe había supervisado personalmente había llegado a salvo. Eso hacía que la pérdida del otro cargamento fuera aún más humillante. Bolo sabía que Felipe estaba haciendo conexiones en su mente, que estaba buscando culpables. Y sabía que, tarde o temprano, la atención de Felipe se centraría en él.Felipe se giró lentamente, mirando a cada uno de los hombres en la sala. Su mirada era como un cuchillo, cortante y peligrosa.—Escuchen bien —dijo, con una voz baja pero llena de veneno—. Si descubro que alguno de ustedes tuvo
Mientras continuaban comiendo en silencio, la mente de Felipe seguía trabajando. Algo no encajaba. No podía precisar qué era, pero había algo en el comportamiento de Dana que lo inquietaba. Había notado pequeños detalles, cosas que antes había pasado por alto. Como la forma en que parecía estar siempre presente cuando él regresaba tarde, como si lo estuviera esperando. O la forma en que sus respuestas siempre eran perfectas, demasiado perfectas.Felipe no era un hombre que confiara fácilmente, y aunque Dana había sido su compañera durante años, ahora comenzaba a cuestionar todo. La pérdida del cargamento lo había puesto en un estado de alerta máxima, y su mente buscaba conexiones en todas partes. Sabía que alguien lo había traicionado, y aunque no quería creer que Dana pudiera ser esa persona, la duda estaba ahí, creciendo lentamente.Dana, por su parte, sabía que el tiempo no estaba de su lado. Felipe era un hombre inteligente, metódico, y si comenzaba a sospechar de
—Firma esto —dijo, empujándole un papel hacia ella.Dana tomó el documento, pero no lo miró de inmediato. En cambio, se inclinó ligeramente hacia adelante, asegurándose de que su presencia llenara el espacio. Felipe levantó la vista de nuevo, y esta vez no pudo evitar mirarla con más atención.—Últimamente, has cambiado tu estilo —comentó, con un tono que no era del todo neutral—. Parece que ahora tienes gustos muy altos. Siempre sabes qué ponerte.Dana sonrió, pero su sonrisa no llegó a sus ojos. Sabía que Felipe estaba probándola, buscando cualquier indicio de falsedad en su comportamiento.—Siempre he sido así —respondió con calma—. ¿Acaso lo has olvidado? Recuerda de dónde vengo, Felipe. Soy militar. Lo que sea que me ponga me queda bien, gracias a los años de entrenamiento y disciplina.Felipe sonrió por primera vez en días, aunque fue una sonrisa breve y cargada de algo más que simple diversión. Había algo en Dana que lo intrigaba, algo que n
Dana estaba sentada en el borde de la cama, con el teléfono en la mano, esperando pacientemente a que la línea segura se conectara. Había tomado todas las precauciones necesarias: el dispositivo estaba encriptado y el canal era imposible de rastrear. Felipe era inteligente, pero incluso él tendría problemas para interceptar esta llamada. Cuando finalmente escuchó la voz de su madre al otro lado de la línea, una mezcla de alivio y preocupación la invadió.—Mamá, soy yo —dijo en un susurro, asegurándose de que la puerta estuviera cerrada.—Dana, ¿qué está pasando? —respondió la voz firme de su madre, una mujer acostumbrada a lidiar con crisis, una exmilitar como su hija, pero con más experiencia y cicatrices que contar.Dana suspiró, pasando una mano por su cabello. No había tiempo para rodeos.—Felipe está sospechando. No sé cuánto tiempo más podré mantenerlo distraído. Necesito que me ayudes a asegurarme de que no encuentre nada.Hubo un silencio a