La atmósfera en la gala era opulenta, llena de luces brillantes y murmullos de conversaciones elegantes. Dana se sentía atrapada en una jaula dorada mientras Felipe la presentaba a sus colegas como si fuera un trofeo. “Esta es Dana, mi esposa,” dijo con una sonrisa que no alcanzaba sus ojos, apretando su mano en la cintura de ella con una posesión casi palpable. Aunque los demás los miraban como una pareja feliz, Dana sabía que la realidad era muy diferente.Felipe la mantenía cerca, como si su proximidad fuera una declaración de propiedad. Ella podía sentir el peso de las miradas de los demás, pero en su interior, una tormenta de emociones se desataba. “¿Cuánto tiempo más podré soportar esto?” se preguntaba mientras sonreía forzadamente a quienes se acercaban a saludarlos.Mientras Felipe se movía por la sala, presentándola a personas de importancia, Dana se sintió como un objeto en una vitrina. “¿Quiénes son estas personas? ¿Qué hacen realmente?”, pensaba, sintiéndose cada vez más f
Dana llegó a la residencia sintiéndose abrumada por los acontecimientos de la gala. La opulencia de la noche anterior aún resonaba en su mente, pero ahora estaba de vuelta en la fría realidad de su hogar. Al entrar, la sirvienta la vio y se acercó con una sonrisa cordial.—¿Desea que prepare la mesa, señora? —preguntó la sirvienta, con una amabilidad que contrastaba con el peso que Dana sentía en su pecho.—No, gracias. No tengo hambre —respondió Dana, sintiendo que la simple idea de compartir una comida con Felipe era demasiado. Con un gesto de la mano, se despidió y subió directamente a su dormitorio.La casa estaba en silencio, y Dana se sintió sola en sus pensamientos. Recordó cómo, desde su boda, las cosas habían cambiado drásticamente. Felipe ya no era el hombre amable y comprensivo que había conocido; su actitud había tomado un giro oscuro y distante. Al llegar a su habitación, cerró la puerta y se permitió un suspiro de alivio. Necesitaba un momento para
Dana se sentó en la silla de su nueva oficina, sintiendo la suavidad del cuero bajo su cuerpo. Era un espacio elegante, decorado con un estilo moderno y minimalista, pero aun así, había algo intimidante en él. Miró a su alrededor, tratando de absorber la magnitud de su nueva realidad. Había llegado a un punto crucial en su vida, y sabía que debía aprovecharlo al máximo.Con determinación, tomó el teléfono y marcó el número de Eduardo, su amigo íntimo y confidente. Necesitaba hablar con alguien que la entendiera, alguien que conociera su historia. Cuando la llamada se conectó, la voz de Eduardo resonó al otro lado.—¡Dana! —exclamó, su tono lleno de energía. —¿Eres tú? ¡Qué sorpresa!—Hola, Eduardo. Soy yo —respondió Dana, sintiendo un alivio al oír su voz familiar. —Necesito hablar contigo.—Claro, ¿qué pasa? —preguntó él, su tono de inmediato más serio.—Es sobre Felipe. Las cosas han cambiado mucho desde la boda. No sé cómo manejarlo —dijo Dana,
Dana estaba decidida a hacer todo lo posible para que las cosas marcharan bien en su nueva posición como subdirectora. Sin embargo, el desprecio que Felipe mostraba hacia ella la hacía recordar constantemente que no estaba en la milicia, que debía mantenerse al margen. Ahora era una subdirectora y, al mismo tiempo, su esposa. Esos roles no le pesaban; lo que realmente le dolía era la frialdad y la distancia de Felipe. Se preguntaba si el amor que había soñado alguna vez podría existir entre ellos, pero no de esa manera, ni menos con él.Felipe le había prometido que todo cambiaría, pero cada día se sentía más atrapada en un juego de poder. Su comportamiento era una mezcla de indiferencia y control, y a menudo se preguntaba si realmente estaba en una relación o simplemente en una lucha por el dominio. Era obvio que él estaba tratando de hacerla sentir inferior, y eso la lastimaba más de lo que estaba dispuesta a admitir.Una semana pasó desde que comenzó su nuevo trabaj
La atmósfera era tensa, y Felipe se dio cuenta de que había cometido un error al dejar que las cosas llegaran tan lejos. Sin embargo, no podía permitir que eso se interpusiera en su objetivo de mantener el control.—No voy a dejar que esto se convierta en un problema —dijo Felipe, tratando de recuperar su autoridad.—No soy una niña a la que puedas dominar —respondió Dana, su voz firme y decidida. —No voy a quedarme aquí y permitir que me trates así.Felipe sintió que su mundo se desmoronaba. La mujer que había conocido, aquella que solía ser dulce y comprensiva, se había transformado en alguien que no podía controlar. Era una luchadora, y él no estaba preparado para eso.—No entrarás en mi dormitorio —dijo ella, bloqueando su camino. —Si quieres hablar, hazlo en tu estudio. No sabes de lo que soy capaz, y eso es verdad.Felipe se quedó mirando a Dana, dándose cuenta de que la situación había cambiado drásticamente. Ella no era solo su esposa; era una fuerza a tener en cuenta. La dinám
La mañana en la oficina comenzó con un aire de inquietud. Dana se sentó en su nuevo escritorio, que aún olía a pintura fresca. Aunque las tensiones entre ella y Felipe parecían haberse calmado en casa, la atmósfera en el trabajo era diferente. Ser subdirectora implicaba una gran responsabilidad, pero también un peso que a veces parecía insoportable.Las miradas de sus compañeros eran elocuentes; algunas eran de admiración, pero muchas otras estaban llenas de desdén. En particular, un grupo de mujeres en el departamento de marketing había comenzado a murmurar a sus espaldas. Dana no podía ignorar los comentarios sobre su falta de experiencia y la forma en que había conseguido su puesto.En la sala de descanso, Laura, Beatriz y Marta se reunieron para discutir la situación de Dana.—No puedo creer que ella sea la subdirectora. ¿Quién se cree? —dijo Laura, con voz baja.—Exacto. Solo porque está casada con Felipe, ahora tiene este puesto. No tiene la experiencia necesaria —asintió Beatri
La oficina de Dana estaba llena de nerviosismo y anticipación. Era un día crucial; debía presentar su propuesta a cuatro magnates de la industria de la construcción y las materias primas. La presión era palpable, especialmente porque todos en la empresa creían que era una misión imposible. Pero Dana estaba decidida a demostrar que no solo podía manejar la situación, sino que también podía superar las expectativas.Dana revisó los últimos detalles de su presentación mientras los cuatro magnates entraban en la sala. El primero era Marco Vitale, un conocido magnate de la construcción en Italia, famoso por su enfoque rígido y su falta de paciencia. A su lado estaba Elena Rossi, una ejecutiva de ventas de materiales que siempre buscaba obtener el mejor trato. Luego estaba Giovanni Ferri, un veterano en la industria, que no dudaba en hacer sentir su poder en la sala. Finalmente, Cairo Morriel, su amigo y confidente, también se unía a la reunión, pero en su papel de magnate en la industria d
La noticia de la firma de los contratos con los cuatro magnates se esparció por la empresa como un reguero de pólvora. Dana había logrado lo que muchos consideraban imposible, y eso no solo la colocó en el centro de atención, sino que también desató una serie de reacciones entre sus compañeros. Mientras algunos la aclamaban como una heroína, otros la miraban con envidia y desdén.El ambiente en la sala de descanso era tenso. Un grupo de empleadas se había reunido alrededor de la máquina de café, y sus murmullos se intensificaron al ver entrar a Dana.—¿No pueden creer que lo haya hecho? —dijo Laura, cruzando los brazos—. Firmar con esos cuatro magnates. Es increíble, pero... ¿realmente se lo merece?—¿Por qué no? —respondió Beatriz, defensiva—. Ella trabajó duro y se preparó. No es solo suerte.—Pero, ¿acaso no creen que debió prometerles algo más? —intervino Marta, con una mirada escéptica—. Esos tipos no firman contratos sin un beneficio adicional.Laura asintió, mientras que Beatri