En la región del sur, Gena estaba arrodillada entre la hierba, absorta arrancado malezas, cuando de pronto una voz masculina la sobresaltó:—Hola, Gena —dijo Dionisio, apareciendo con discreción—. Necesito hablar con tu hermana. ¿Te importaría regresar a la mansión con tu mamá?La joven se levantó de golpe, llevándose una mano al pecho. Con los ojos llenos de alarma, preguntó con voz quebrada.—¿Le pasó algo a mi madre?—No, tranquila —respondió él, alzando las manos—. Solo necesito quedarme a solas con Siena.Gena lo miró con curiosidad, y de pronto todo cobró sentido en su mente: "Ah... por eso mi hermana huía de él". Una sonrisa cómplice se dibujó en sus labios.—Cuide bien de ella, señor —dijo, juguetona—. Y dígale que volví con mamá.Dionisio soltó una risa baja.—Nada de señor —replicó, guiñándole un ojo—. Suena mejor que me llames Dionisio o cuñado.—Cuñado, no la haga sufrir, recuerda que ahora tiene una familia que la defiende.Dionisio esbozó una sonrisa fugaz, Luego señaló
Freya descansó cinco días. Al amanecer cuando el sol apenas salía por el horizonte, emprendió un viaje junto a Crono y sus hijos, el camino hacia la manada de su padre le traía malos recuerdos. Los niños, estaban ansiosos por la aventura, no dejaban de asomarse por la ventana, señalando los paisajes y preguntando una y otra vez.—¿Falta mucho?—Tengan paciencia, pronto llegaremos —respondía Crono, sin quitar la mirada de la carretera.Freya, aún débil por las heridas del atentado, contemplaba a través de la ventana la naturaleza con una nostalgia que no podía evitar.—No creí que volvería a ver estas tierras —murmuró, mientras el paisaje despertaba fantasmas del pasado. Se volvió hacia sus hijos que se encontraban absortos en sus juegos, inocentes ante la tristeza que ella experimenta.Sin apartar la vista de la carretera, Crono extendió su mano derecha y apretó con cariño su mano que reposaba sobre su pierna, como si ese simple gesto bastara para ahuyentar sus penas.—Ojalá pudiera b
Apolo permaneció inmóvil frente a la cafetería, observando a través del cristal cómo Lucía atendía a los clientes con amabilidad y seriedad. Su pecho se elevó con varias respiraciones profundas, cada una cargada de emoción. Reunió valor y empujó la puerta. Entró con pasos firmes y caminó hacia una mesa vacía junto a la ventana. Una sonrisa rebelde se dibujó en sus labios al confirmar que, después de tanto tiempo, por fin la había encontrado. Sus ojos inquietos la buscaron, la vio más hermosa de como la recordaba.Lucía escribía distraída en su pequeña libreta cuando escuchó:—¿Viste al hombre que acaba de entrar? —preguntó una chica recostada en el mostrador—. No deja de mirar para acá.Lucía alzó la vista y allí lo vio, se quedó paralizada, observando su cabello rubio como siempre rebelde que brillaba bajo la luz que entraba por la ventana. Llevaba una camisa azul y un jean, algo inusual en él; estaba acostumbrada a verlo sudando en ropa de entrenamiento. Aunque vestía de forma casua
Lucía intentó concentrarse en su trabajo después de que Apolo se marchara, pero cada minuto que pasaba era una tortura. Las miradas curiosas de sus compañeras la seguían a cada paso que daba, especialmente la de Susi.—Oye, ¿en serio es tu mate? —preguntó la cajera con voz baja mientras servía un café, sin poder disimular su curiosidad.Lucia apretó los dientes, sin ganas de dar explicaciones.—No es lo que ustedes dos piensan —noto la presencia de Sisi—. No estamos juntos.—Pues él no parece pensar lo mismo, si ni lo quieres deja que otras lo aprovechemos —murmuró Susi con un dejo de envidia, lo que hizo que Lucía rodara los ojos. No entendía ese reproche por alguien que ni siquiera conocía. Respiró hondo, fingió ignorarla y clavó la mirada en las mesas vacías. Decidió limpiarlas: sus manos continuaron trabajando mecánicamente, pero su mente era un manojo de nervios.Las horas transcurrieron con amarga lentitud para Lucia. Cada vez que la puerta de la cafetería se abría, su mirada se
Al doblar la esquina, el edificio de dos plantas apareció ante ella, al cruzar el umbral, el aroma a hierbas y guiso la envolvió, pero ni siquiera eso logró reconfortarla. Avanzó por el pasillo con la mirada perdida, hasta que una voz cálida y rasposa la sacó de su ensimismamiento.—Muchachita, ¡llegaste! Hoy sí me vas a acompañar a cenar, ¿verdad?Era la señora Gloria, la dueña de la residencia, una mujer de cabello canoso y sonrisa maternal que siempre esperaba a Lucía con un plato de comida caliente y palabras de consuelo, dispuesta a escuchar cada queja sobre su agotador trabajo. Lucía intentó esbozar una sonrisa, pero ni siquiera sus músculos obedecían.—Señora Gloria no me siento bien. Mañana te acompaño a comer, te lo prometo.La anciana asomó la cabeza desde la cocina y, al ver el semblante deshecho de Lucía, apago la estufa y se la lavo las manos, luego camino apresurada para alcanzar a lucia, con sus manos arrugadas la sostuvo del brazo.—Muchachita, ¿qué te pasó? ¿Otra vez
Lucía entreabrió los ojos cuando la luz del sol se filtró por la ventana desnuda. Al instante, se llevó las manos al rostro, como si pudiera borrar las ojeras marcadas que delataban su noche de insomnio. Por más que lo había intentado, el sueño no quiso llegar. Cada vez que cerraba los párpados, veía la imagen de Apolo: sus manos fuertes sujetándola sin que ella opusiera resistencia, y en su propio reflejo se veía como una loba acorralada. Una y otra vez, esa escena se repetía en su mente, como una pesadilla dulce de la que no podía escapar.—¡Basta! Deja de pensar en él— gritó para sí misma, incorporándose en la cama con un movimiento brusco. Se levantó, se dirigió al baño y, tras asearse con gestos automáticos, se vistió, necesitaba salir de esas cuatro paredes.Al cerrar la puerta de su residencia, se giró para caminar, pero al levantar la mirada, un escalofrío le recorrió la columna vertebral. Allí estaba estacionado frente a su puerta el mismo carro negro en el que Apolo se había
Había pasado un mes desde que Crono y su familia emprendieron el viaje. Los niños, emocionados, pero con el corazón apretado, se despedían de Isis y los orcos en el refugio. Sus caritas reflejaban una tristeza dulce, sabían que no verían a sus amigos por mucho tiempo, y para ellos, el tiempo que pasaron allí había pasado muy rápido.Metis abrazaba a Boox con fuerza, sus pequeños bracitos apenas alcanzaban a rodear el cuello robusto del orco. Sus ojos brillaban con lágrimas que amenazaban por salir.—No quiero dejarte, amigo… —susurró, enterrando el rostro en su piel áspera—. Te voy a extrañar mucho. Extraño cuando me llevabas a la cima de la montaña en tu lomo.Boox gruñó suavemente, con una mezcla de tristeza y cariño en sus ojos negros. Aunque no hablaba, Metis lo entendía mejor que nadie.Freya se acercó y acarició el pelo de su hija.—Mi niña, ya te expliqué, Boox necesita estar con los suyos. Todos los seres vivos necesitan a su especie, o se mueren de soledad.—¡Pero él no está
—¡Tenemos que salvarla! —gritó Metis, con sus pequeños puños apretados.—Debemos hablar con papi para que no le haga nada —dijo Psique, con sus ojos llenos de preocupación.—Papi ya sabe lo que hizo, pero parece que no le importa —Ajax se encogió de hombros con un gesto que imitaba demasiado bien a su padre.Metis frunció el ceño, pensativa, con su mente trabajando a toda velocidad.—Tienes razón… ¡Hablemos mejor con mami! Si ella nos ayuda, los tres podemos rescatar a Eris.—¿Qué travesuras están planeando ustedes? —Natacha, que había estado observándolos desde cierta distancia, se acercó con las manos en las caderas.Sin responder, los niños salieron corriendo hacia el interior de la mansión, sus pasos resonando en los pasillos de madera pulida. Llegaron hasta el despacho de Freya y, los tres al mismo tiempo, tocaron la puerta con urgencia.—¡Pasen! —La voz preocupada de su madre sonó desde dentro.Los niños, con la respiración agitada por la carrera, entraron de golpe, seguidos de