Capítulo setenta y dos 72

Lucía entreabrió los ojos cuando la luz del sol se filtró por la ventana desnuda. Al instante, se llevó las manos al rostro, como si pudiera borrar las ojeras marcadas que delataban su noche de insomnio. Por más que lo había intentado, el sueño no quiso llegar. Cada vez que cerraba los párpados, veía la imagen de Apolo: sus manos fuertes sujetándola sin que ella opusiera resistencia, y en su propio reflejo se veía como una loba acorralada. Una y otra vez, esa escena se repetía en su mente, como una pesadilla dulce de la que no podía escapar.

—¡Basta! Deja de pensar en él— gritó para sí misma, incorporándose en la cama con un movimiento brusco. Se levantó, se dirigió al baño y, tras asearse con gestos automáticos, se vistió, necesitaba salir de esas cuatro paredes.

Al cerrar la puerta de su residencia, se giró para caminar, pero al levantar la mirada, un escalofrío le recorrió la columna vertebral. Allí estaba estacionado frente a su puerta el mismo carro negro en el que Apolo se había
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