Al doblar la esquina, el edificio de dos plantas apareció ante ella, al cruzar el umbral, el aroma a hierbas y guiso la envolvió, pero ni siquiera eso logró reconfortarla. Avanzó por el pasillo con la mirada perdida, hasta que una voz cálida y rasposa la sacó de su ensimismamiento.—Muchachita, ¡llegaste! Hoy sí me vas a acompañar a cenar, ¿verdad?Era la señora Gloria, la dueña de la residencia, una mujer de cabello canoso y sonrisa maternal que siempre esperaba a Lucía con un plato de comida caliente y palabras de consuelo, dispuesta a escuchar cada queja sobre su agotador trabajo. Lucía intentó esbozar una sonrisa, pero ni siquiera sus músculos obedecían.—Señora Gloria no me siento bien. Mañana te acompaño a comer, te lo prometo.La anciana asomó la cabeza desde la cocina y, al ver el semblante deshecho de Lucía, apago la estufa y se la lavo las manos, luego camino apresurada para alcanzar a lucia, con sus manos arrugadas la sostuvo del brazo.—Muchachita, ¿qué te pasó? ¿Otra vez
Lucía entreabrió los ojos cuando la luz del sol se filtró por la ventana desnuda. Al instante, se llevó las manos al rostro, como si pudiera borrar las ojeras marcadas que delataban su noche de insomnio. Por más que lo había intentado, el sueño no quiso llegar. Cada vez que cerraba los párpados, veía la imagen de Apolo: sus manos fuertes sujetándola sin que ella opusiera resistencia, y en su propio reflejo se veía como una loba acorralada. Una y otra vez, esa escena se repetía en su mente, como una pesadilla dulce de la que no podía escapar.—¡Basta! Deja de pensar en él— gritó para sí misma, incorporándose en la cama con un movimiento brusco. Se levantó, se dirigió al baño y, tras asearse con gestos automáticos, se vistió, necesitaba salir de esas cuatro paredes.Al cerrar la puerta de su residencia, se giró para caminar, pero al levantar la mirada, un escalofrío le recorrió la columna vertebral. Allí estaba estacionado frente a su puerta el mismo carro negro en el que Apolo se había
Había pasado un mes desde que Crono y su familia emprendieron el viaje. Los niños, emocionados, pero con el corazón apretado, se despedían de Isis y los orcos en el refugio. Sus caritas reflejaban una tristeza dulce, sabían que no verían a sus amigos por mucho tiempo, y para ellos, el tiempo que pasaron allí había pasado muy rápido.Metis abrazaba a Boox con fuerza, sus pequeños bracitos apenas alcanzaban a rodear el cuello robusto del orco. Sus ojos brillaban con lágrimas que amenazaban por salir.—No quiero dejarte, amigo… —susurró, enterrando el rostro en su piel áspera—. Te voy a extrañar mucho. Extraño cuando me llevabas a la cima de la montaña en tu lomo.Boox gruñó suavemente, con una mezcla de tristeza y cariño en sus ojos negros. Aunque no hablaba, Metis lo entendía mejor que nadie.Freya se acercó y acarició el pelo de su hija.—Mi niña, ya te expliqué, Boox necesita estar con los suyos. Todos los seres vivos necesitan a su especie, o se mueren de soledad.—¡Pero él no está
—¡Tenemos que salvarla! —gritó Metis, con sus pequeños puños apretados.—Debemos hablar con papi para que no le haga nada —dijo Psique, con sus ojos llenos de preocupación.—Papi ya sabe lo que hizo, pero parece que no le importa —Ajax se encogió de hombros con un gesto que imitaba demasiado bien a su padre.Metis frunció el ceño, pensativa, con su mente trabajando a toda velocidad.—Tienes razón… ¡Hablemos mejor con mami! Si ella nos ayuda, los tres podemos rescatar a Eris.—¿Qué travesuras están planeando ustedes? —Natacha, que había estado observándolos desde cierta distancia, se acercó con las manos en las caderas.Sin responder, los niños salieron corriendo hacia el interior de la mansión, sus pasos resonando en los pasillos de madera pulida. Llegaron hasta el despacho de Freya y, los tres al mismo tiempo, tocaron la puerta con urgencia.—¡Pasen! —La voz preocupada de su madre sonó desde dentro.Los niños, con la respiración agitada por la carrera, entraron de golpe, seguidos de
El viaje había sido largo y tenso: dos días de silencios incómodos y paradas breves para descansar. Lucía pasó la mayor parte del trayecto fingiendo estar dormida. Cada vez que Apolo le ofrecía agua, comida o intentaba iniciar una conversación, ella simplemente lo rechazaba con un gesto de fastidio. Él, por su parte, se esforzaba por no perder la paciencia.A pesar de su actitud fría, las palabras de la anciana Gloria resonaban en su mente cada vez que cerraba los ojos: "No cierres tu corazón". Pero ¿cómo abrirlo cuando el pasado aún pesaba como una losa sobre su pecho?Al llegar a la mansión, Apolo bajó del carro, lo rodeó y abrió la puerta para Lucía. Ella, sin embargo, lo ignoró y salió sin mirarlo. No estaba dispuesta a darle el gusto de mostrarse vulnerable.Mientras Apolo sacaba los bolsos del maletero, una figura apareció a su costado. Era Susana, quien, al escuchar el ruido familiar del carro, había salido de la oficina con pasos apresurados. Al confirmar que era él, sus labio
Crono irrumpió en la mansión como un huracán de furia contenida, sus pasos resonando sobre el mármol con la fuerza de un trueno, haciendo que los sirvientes se apartaran de su camino y se escabulleran hacia la cocina. Estaba caminando hacia el despacho de su esposa para exigirle respuestas, pero justo cuando giraba hacia el corredor principal, ella apareció desde un costado de la sala. Su postura era serena, como siempre, pero sus ojos brillaban con una intensidad que solo él sabía descifrar.Cinco horas antes estaba en una reunión con los líderes de las manadas vecinas cuando recibió la noticia de que Freya había trasladado a Eris de los calabozos subterráneos a una celda más cómoda, con sirviente y custodio incluidos. ¿Una prisionera viviendo como invitada? La desfachatez de su esposa le quemaba la sangre.—Freya, ¿me explicas qué pasó aquí mientras estuve fuera? —gruñó Crono, avanzando con cada paso calculado. Se detuvo frente a ella, y con voz áspera continuó—. ¿Cómo es eso que sa
Lucía no quería molestar a Lisa, así que bajó las escaleras hacia la cocina. Al llegar, encontró el lugar vacío. Caminó hacia la nevera y la abrió. Sacó un vaso y la jarra de jugo de naranja. Se sirvió un poco, pero justo cuando llevaba el vaso a los labios, una voz chillona y burlona cortó el silencio, haciéndola rodar los ojos.—Vaya, es la primera vez que te veo fuera de tu habitación —dijo Susana, apoyada en el marco de la puerta con los brazos cruzados—. Parece que el ratón de biblioteca ya no se esconde en su rincón.Lucía contuvo un gruñido. Sabía que esa mujer no le facilitaría las cosas en esa casa. Con calma fingida, se giró hacia ella y bebió un sorbo del jugo.—No creo que tengamos la confianza suficiente como para que me insultes — dijo, con un tono deliberadamente sereno—. Pensé que Apolo te había dejado claro que no quería que me molestaras.Susana soltó una risa fingida, pero sus ojos brillaban con desprecio.—Oh, no lo tomes a mal, no era un insulto. Solo es raro vert
Fran y Yuli, que habían visto entrar a Apolo en la casa, decidieron seguirlo. Fran necesitaba reagendar sus clases de combate, pero lo que presenciaron los dejó helados. Sin pensarlo dos veces, Fran agarró a su hermana del brazo con fuerza y la arrastró hacia su carro.—¿Qué haces, hermano? ¡Suéltame! —protestó Yuli, frotándose el brazo en cuanto él la soltó.—Viste con tus propios ojos que ese lobo es un hombre prohibido, que está enamorado de su mate y es capaz de todo por ella. ¿Qué más necesitas para entenderlo? —le susurró con severidad.Yuli bajó la cabeza, no por vergüenza, sino por rabia.—Esa traidora de Susana… ¿Cómo se atrevió? La muy descarada no demostraba nada delante de mí, y yo, como una tonta, le contaba sobre los rechazos de Apolo. Cuando la vea, ella va a ver…Fran movió la cabeza de un lado a otro, exasperado. No sabía qué hacer con la terquedad de su hermana.—¡Basta, Yuli! Tienes pajaritos preñados en la cabeza. ¿Qué importa que Susana también estuviera enamorada