En su despacho, Crono se hallaba sentado en su sillón en una profunda confusión, revisando unos documentos. Entre susurros, dejó escapar su intranquilidad.
—¿Qué ha sucedido con Freya? No puedo comprender su drástico cambio de actitud en un año. Debería mantenerse obediente y evitar cualquier conflicto en esta mansión —murmuró con una expresión de inquietud. Apartó los papeles a un lado y se recostó en su silla, exhalando un suspiro cargado de pesar—. Eris tendría que haber mantenido a Freya bajo control, asegurándose de que no divulgara mi relación con ella con su padre. En este momento, no puedo permitirme perder el apoyo de Agamenón. Estoy recopilando pruebas que demostrarán que fue él el traidor, quien causó la muerte de mi amada Lea.
Crono no creía en las parejas destinadas. Hace tres años, se había enamorado profundamente de Lea, una loba de personalidad dulce, tierna y sumamente complaciente. En ese entonces, su anhelo era desafiar cualquier destino y unir su vida a la de Lea, otorgándole el prestigioso título de Luna de su manada, un honor que su padre le había dado en ese mismo período, antes de morir.
Sin embargo, la vida les deparaba una cruel sorpresa. En una fatídica noche, los Kelpies invadieron su manada, desencadenando un caos. En el tumulto de este enfrentamiento con el enemigo, Lea perdió la vida de manera trágica. Esta desgracia desató en Crono una amargura profunda y sembró las semillas de la desconfianza en su corazón. La necesidad de descubrir la verdad detrás de la tragedia que cambió su vida lo llevó a formular un sombrío plan. A través de su hija, pretendía hacer que Agamenón experimentara el mismo sufrimiento que él había soportado, solo para luego hacerlo pagar por las acciones que lo llevaron a perder a Lea.
En el despacho, Dionisio entró con una sonrisa en el rostro. Era el beta y amigo de Crono, y al ver la expresión de su amigo, no pudo evitar hacer un comentario.
—Amigo mío, no tienes buena cara. ¿Tu Luna está causando estragos en tu ánimo?
—Cállate y ven a ayudarme con estos documentos. No me hables de esa loba que debería estar ocupada en tareas más apropiadas, como tejer y mantenerse en silencio. Parece que fuera otra loba en comparación con la dulce y melosa chiquilla que conocí antes de casarme. —Respondió de manera brusca Crono, visiblemente molesto.
—Pues, no parece que esté tejiendo en este momento, ya que al llegar, la vi en la entrada de la mansión con tres personas, luego caminaron hacia el área de práctica de los guerreros —comentó conteniendo la risa.
Crono se levantó de un salto, vociferando con evidente preocupación.
—¿Qué hace en el campo de práctica? Esta loba está decidida a volverme loco. —Caminó a toda prisa hacia la salida del despacho.
Mientras tanto, Freya se encontraba con Isis, Siena y Apolo, preparándose para empezar a entrenar. Los guerreros solo saludaban con la cabeza asombrados de que su Luna estuviera en un lugar solo para lobos guerreros.
Los cuatro amigos comenzaron su entrenamiento, practicando combate cuerpo a cuerpo y perfeccionando sus habilidades. Demostraron ser expertos en el manejo de armas, especialmente en el uso de espadas y dagas. Apolo y Freya se enfrentaron en un combate cuerpo a cuerpo.
Los guerreros estaban sentados en gradas, boquiabiertos por lo que sus ojos veían. Nunca pensaron que su Luna supiera pelear y con técnicas diferentes a las de ellos. En ese momento, Crono llegó y se disponía a intervenir, pero su amigo lo detuvo. A regañadientes, Crono no avanzó y prefirió esperar a que la pelea llegara a su fin. Mientras observaba, él se quedó maravillado por lo que percibían sus agudos ojos grises. Freya era fuerte, sus movimientos eran precisos y ágiles, y estaba envuelta en un aura dominante que lo dejó impresionado y lleno de admiración.
Después de finalizar el agotador entrenamiento, los cuatro amigos se estrecharon las manos. Entre risas y bromas compartieron sus propias habilidades. Sin embargo, Crono, con una expresión furiosa, se acercó al grupo.
—Freya, este no es lugar para una loba casada y con modales, no deberías estar exhibiéndote de esta manera ante mis guerreros. Deberías sentir vergüenza por ofrecer este espectáculo. No deberías haber venido aquí sin mi permiso. ¿Qué pensarán los guerreros de su Luna? Parece que solo estas interesada en causarme dolores de cabeza.
Freya se preguntaba por qué estaba allí. En su vida anterior, ese lobo ni siquiera le dirigía la mirada.
—No sabía que necesitaba tu permiso para poner un pie en el campo de entrenamiento —respondió Freya con sarcasmo—. Vergüenza deberías sentir tú exigiéndote con tu amante. Además, no veo ningún problema en que tus hombres vean que una loba como yo, su Luna, también puede luchar. Como has visto, solo he venido aquí a entrenar con mis amigos. No creo que eso sea un problema —añadió de manera desafiante, provocando que Crono apretara los dientes con frustración.
—Eres la Luna de una manada y tienes responsabilidades con mi gente; no deberías perder el tiempo aquí. Además, como loba casada, debes comportarte de manera adecuada y no estar cerca de otros hombres. Tu reputación podría quedar manchada por tus acciones —expresó Crono, dedicándole una mirada asesina a Apolo.
Dionisio, por su parte, se carcajeaba de la risa en su interior. Visualizaba a su querido amigo rindiéndose pronto a los pies de su Luna. Hace apenas dos días, Crono afirmaba que siempre estaría enamorado de Lea y que nunca aceptaría a otra loba en su corazón. Juraba que haría sufrir a la hija del traidor que llevó a la muerte de su amada. Sin embargo, parecía que su Luna haría estragos en la vida de su amigo.
Apolo quiso intervenir, pero Isis le apretó la mano y le hizo señas con la mirada para que se mantuviera callado.
—¿Ahora tengo responsabilidades con la manada? Que yo sepa, tu amante es quien tiene el control de los gastos de la mansión, que, por cierto, está toda descuidada, junto con las labores sociales. Yo solo estoy entrenando con mis amigos. No te comportes como un lobo macho troglodita y permíteme que entrene con mis amigos aquí en tu campo de entrenamiento o buscaré otro sitio donde hacerlo.
—Tú no me puedes estar amenazándome. Yo soy…
Dionisio, al ver que Crono estaba perdiendo la paciencia, se acercó rápidamente a su amigo y le murmuró muy bajo para que solo él escuchara.
—Crono, deberías pensar en lo que vas a decir. No te queda otra opción que ceder a sus peticiones si quieres mantenerla controlada, mejor es tenerla vigilada aquí que fuera de la mansión.
Crono inhaló profundamente, buscando aplacar la furia que ardía en su interior. Al observar a su alrededor, notó que sus hombres estaban atentos con los ojos bien abiertos, expectantes a su reacción. Reflexionó un segundo para encontrar las palabras adecuadas. Finalmente, con voz tranquila expresó.
—Está bien, puedes entrenar aquí. Tus amigos pueden venir al campo de entrenamiento contigo, pero estarán bajo mi supervisión. Por hoy se acabaron sus entrenamientos —echó un vistazo a sus guerreros con la mandíbula contraída—. Como puedes ver, mis hombres están de práctica y fueron interrumpidos por ustedes.
—No te preocupes por eso, ya hablé con el jefe de tus hombres y sé cuáles son los momentos en que el campo de entrenamiento estará sin actividad —gruñó Freya con los ojos fijos en su mate.
—Amiga, nosotros nos vamos. Te llamo más tarde —intervino Isis.
Freya volteó a ver a sus amigos y se despidió de ellos. Luego, sin mirar a Crono, le dio la espalda y comenzó a caminar hacia la mansión.
—Crono, no hagas una tontería. Trata de llevarte bien con ella. A las malas, solo vas a conseguir su desprecio. Y sabes que en estos momentos no te conviene andar con rumores sobre el Alfa y la Luna de nuestra región.
Crono apretó los puños mientras veía cómo Freya se alejaba de su vista. En su mente resonaban las palabras: "Te voy a castigar por todo el revuelo que estás causando y nadie te va a salvar", con arrogancia se dio la media vuelta y comenzó a hablar con sus hombres.
—Los Orcos, nuevamente, atacaron a la manada Drunes, dejando un rastro de destrucción a su paso. Aunque conseguimos ahuyentarlos en este último enfrentamiento, la amenaza persiste y se acerca cada día más a nuestra manada. —La preocupación resonaba en el tono de voz de Batían al otro lado del teléfono; era evidente que había perdido a varios de sus valientes hombres en la defensa de otra manada en peligro. Crono mantenía la mirada tensa mientras atendía la llamada telefónica de su Gamma. Escuchaba en silencio, consciente de la gravedad de la situación. El antiguo líder alfa perdió la vida enfrentándose a esas criaturas y sin dejar descendientes, Crono se había convertido en uno de los principales candidatos para ocupar el liderazgo. Ahora, debía descubrir qué desencadenó la aparición de estas criaturas en las tierras de lobos, específicamente en las tierras altas del norte de Escocia. —Mañana estaré en las tierras de los Kelpies. Mantengo la esperanza de llegar a un acuerdo con el lí
Crono se hallaba inmerso en unos documentos cuando, de repente, golpes en la puerta interrumpieron su concentración. Alzó la cabeza con interés y, con gesto sereno, indicó. —Pase. Eris ingresó con un rostro afligido: mejilla hinchada, ojos enrojecidos y lágrimas que surcaban su rostro. Con una voz entrecortada, dejó escapar. —Mi alfa, después del almuerzo, la Luna me atacó, me insultó y humilló frente a los sirvientes. Esa mujer no es como usted me la había descrito. Ahora, ante los demás, soy simplemente su amante, ella dejó claro en el comedor, delante de todos, que me daba permiso para calentar su cama, porque ella no será su mate, ni le corresponderá como su esposa. Crono frunció el ceño, irritado por la situación. Era evidente que debía abordar este problema con su mate. Sin rodeos, le dijo a Eris. —Deja de llorar; no es para tanto. Ahora soy un hombre casado, y debes mantener la distancia. —Llevó una mano a su cabeza, como si intentara aliviar la creciente tensión. Era evide
Crono ingresó a su habitación, sintiendo su hombría palpitar. Con una mezcla de ansiedad y enojo rezongó. —Es una osada que se atreve a cuestionar todo lo que le digo. ¡Por poco me deja sin descendencia! —La frustración lo invadió por la mate que le tocó, una que desafiaba constantemente sus ordenes. Exasperado, buscó refugio en la ducha, esperando que el agua fría pudiera calmar las llamas de su rabia. A la mañana siguiente, cuando el sol aún no había iluminado completamente el cielo, Crono conducía a toda velocidad por las extensas montañas que rodeaban sus tierras, en dirección al misterioso reino de los Kelpies. Freya despertó temprano, sintiendo la necesidad de quedarse en su habitación. Decidió llamar a uno de los sirvientes, solicitándole que le llevaran el desayuno a su habitación. Además, tomó la iniciativa de invitar a su suegra para compartir el almuerzo. Freya sentía que el tiempo transcurría con lentitud. Sus ojos se dirigían constantemente hacia la ventana, y de repen
Mientras Crono avanzaba por una carretera envuelta en un aura que parecía haber detenido el tiempo, las casas distantes revelaban un estado de decadencia, y la rutina de la gente persistía con la extracción de agua de antiguos pozos. La escena lo desconcertaba, sumiéndolo en un sentimiento de tristeza. Al llegar a la majestuosa mansión de Pirro, Crono fue escoltado por lobos grotescos a lo largo de un pasillo lleno de incrustaciones de oro por los lados. Una imponente puerta se abrió ante él, y al atravesarla, se encontró con un lobo de unos 50 años. Las facciones del lobo eran similares a las de su suegro. Pirro, con una sonrisa trazada en su rostro, ocupaba majestuosamente una imponente silla frente a su escritorio. Él sabe, gracias a sus informantes, que las tierras altas carecían de guerreros para enfrentar a las criaturas destructoras, su confianza se reflejaba en su expresión. Estaba seguro de que Crono aceptaría las condiciones que planeaba proponer para luchar contra los Orco
Freya se despertó en una agradable sensación que la envolvía, sobresaltándose al percibir un aroma fresco que llenaba sus sentidos. Cuando abrió los ojos se asombró con la imponente y vigorosa figura de Crono recostada a su lado. Inclinándose, comenzó a darle delicados golpecitos en el hombro con el dedo. — Despierta, lobo sinvergüenza. Esta no es tu habitación —murmuró Freya con las cejas entrecerradas, expresando su descontento. Crono se removió con cansancio; llevaba dos días sin dormir y su agotamiento era evidente. Aun con los ojos cerrados, respondió de manera adormilada. —Déjame descansar. Por una vez en tu vida, podrías comportarte como mi Luna y déjame dormir. —¡No! Te retiras de mi habitación o te fastidiare hasta que te marches —ella no estaba dispuesta a ceder. Crono alzó la cabeza con expresión fatigada, sintiendo cómo el mal humor se apoderaba de él. Estaba a punto de responder cuando percibió el sonido de la puerta abriéndose. Giró hacia la entrada y observó a la pe
Freya llevaba una semana recuperándose; afortunadamente, sus heridas no eran de gravedad. Durante este tiempo, se dedicó a revisar los documentos concernientes a las labores sociales de la manada. Su tranquilidad se vio interrumpida cuando le informaron que su padre estaba en la mansión. Agamenón recibió la noticia de lo ocurrido a su hija. Sin perder tiempo, se dirigió hacia la imponente mansión para enfrentar a Crono, quien en ese momento se encontraba fuera de la manada, en una reunión con su gamma. Freya, salió de la habitación a toda prisa y descendió las escaleras. Al llegar a la sala se encontró a su padre y se arrojó a sus brazos con cariño. —Papi, ¿qué haces aquí? Me alegra verte —expresó Freya, rompiendo el silencio. —Cariño, me informaron sobre el incidente con la loba que tu esposo mantenía aquí. Vine a ajustar cuentas con él —respondió Agamenón mientras estrechaba a su hija entre sus brazos. La conexión entre padre e hija se intensificó en ese abrazo de protección y c
—¡Maldición, Freya! Eres una salvaje. Me arrepiento profundamente de haber convencido a tu padre de no anular el matrimonio cuando me lo propuso. La diosa Selene me ha castigado con una despiadada mate que quiere acabar con mi existencia si me descuido. —Se quejó mirándola con los ojos entrecerrados—. ¿Porque quieres matarte? —Gritó, apretando los dientes. Era la primera vez que se enfrentaba a una loba con ese carácter. Freya sintió un nudo en la garganta al observar los ojos grises de Crono oscurecerse y la furia contraída en su rostro. El temor la invadió al pensar que la fuera a castigar, se apartó rápidamente hacia el otro extremo de la oficina, dejando el escritorio como barrera entre ambos. Mantuvo la frente en alto y la mirada desafiante, aunque en su interior temblaba de miedo, reflexionó. "Creo que me he excedido". Crono dio un paso hacia ella, y en un intento por defenderse, Freya le advirtió con voz tensa. —Crono, no te acerques. Si me haces daño, te juro que la próxima
—Escúchame bien Freya, tú no te vas a meter tus narices en este asunto donde está implicada la manada Sith. Yo soy líder alfa de esta región y es mi deber investigar a fondo sobre como entraron los Kelpies. —la miró fijamente y de forma autoritaria continuó—. Ahora vas hacer una buena esposa y te vas a quedar ejecutando los asuntos que te corresponde como Luna desde esta mansión. —¡Claro que no! No voy hacer lo que me digas, en verdad eres un tonto. Los problemas que involucren a la manada Sith tienen que ver conmigo. —Soltó un gran suspiro cargado de rabia—. Ese maldito es muy inteligente para inculpar a su propia familia sin ser detectado. No te preocupes, yo lo voy a destruir con mis propias manos —los ojos de Freya se volvieron como fuego. Crono se asustó al percibir el rencor que emanaba de ellos. —Freya, tú sabes quién es el traidor. Dime ¿Quién está confabulando en mi contra? Confía en mí, yo te ayudaré a destruirlo. Freya soltó de repente una carcajada, levantándose del sofá