Jessica no supo cuántos minutos pasaron en silencio, ella sentía que el corazón le martilleaba en el pecho tan fuerte que casi aseguraba que él podría escucharlo. Se medían el uno al otro con la mirada fría; la latina procurando mantenerse impasible y él con el ceño fruncido, delatando su ofuscación.
―Tú no eres mi hija ―soltó después de que el mutismo de ambos se hizo insoportable.
―En realidad no me importa si me cree o no, señor Ward ―contestó ella a la acusación.
―Quiero una prueba de paternidad ―exigió el hombre. No se sentó, se mantuvo en medio de la oficina, con una mano dentro del bolsillo y una pose altiva que buscaba imponerse sobre ella.
Solo que Jessica en vez de ponerse a farfullar nerviosa ante la solicitud, solo se echó a reír.
Cada vez más alto.
Y así como empezó se d
«Está demente» pensó Gregory. «No iré, ¿acaso cree que no tengo dignidad?»Verla marcharse por el pasillo fue una experiencia reveladora. Con las persianas arriba, su oficina quedaba al descubierto y él podía mirar a todos los que se acercaban. Primero fue Bruce, saliendo de aquella oficina como si hubiese encontrado la horma de su zapato, la mueca de enfado de su cara era directamente proporcional a las señales de confusión que denotaba. Luego fueron los gemelos, como cabía esperarse, ellos llegaron en plan más fraternal, Jessica Medina era la novedad. De un modo que nadie más alcanzaba comprender ―ni siquiera él― veían en la latina a una hermana sin lugar a dudas, lo cual parecía despertar un instinto protector hacia ella. Él creía que simplemente era que su hermano mayor era un calco al carbón del padre, y sus herm
Jessica se sentó en la tina de agua fresca y soltó un sonido extraño ―mezcla de risa y siseo― debido al contraste del agua tibia contra sus partes íntimas que palpitaban inflamadas por la actividad física.Apenas amanecía cuando Gregory abandonó la habitación, mientras se alistaba sonrió al darse cuenta cómo ella se había estirado como un gatito perezoso al abrir los ojos y verlo vestirse. El desquite fue glorioso, aunque a él le entraba la duda de si había sido un conquistador o habían quedado en tablas; no deseaba darle voz a ese pensamiento que le decía que de hecho estaba peor que al bajarse del avión.―¿Qué hora es? ―preguntó la latina con voz adormilada.―Las siete de la mañana ―contestó él, admirando lo dulce que parecía con ese gesto relajado del sueño cuando volvió a cerrar los ojo
―Así que inversiones. ―Leon abrió la conversación con una sonrisa de admiración sincera, mientras se llevaba la copa de vino a los labios y mantenía sus ojos encima de Jessica, mirándola con intensidad―. Debo decir que es impresionante.Jessi hizo un gesto simple, como si estuviera restándole importancia. ―Una chica tiene que ganarse la vida ―sentenció con naturalidad.Leon fue puntual, apareció en la oficina de ella a la hora acordada y la llevó a un agradable restaurante que estaba a mitad de camino entre un ambiente elegante/ejecutivo y uno romántico. La latina pensó que era seguro que, durante la noche, con las luces de baja intensidad, velas y música suave, todo cambiaba, dándole un aire más íntimo. Sonrió para sus adentros, conocía muy bien la clase de intención detrás su interés y galantería.Optó
Jessica se calzó las únicas zapatillas bajitas que podía ponerse con esa falda, puesto que se había despojado de los tacones y no pensaba montarse en esos aparatos de tortura una vez más.Irónicamente, las bailarinas que usaba eran esas que él le había obsequiado cuando lo conoció como Rick, porque del resto, en su guardarropa solo quedaban dos pares de zapatos deportivos con los que solía ir al gimnasio de los hoteles donde se hospedaba para hacer algo de ejercicio ―al menos dos o tres días a la semana―. Durante el descenso se preguntó los motivos para que Frederick Ward hubiese llegado hasta su hotel, más a una hora tan tardía; barajó diversas razones pero ninguna le parecía ideal… o correcta, menos cuando su última conversación, esa misma mañana, había sido tan desagradable.Las puertas se abrieron al vestíbulo y s
La noticia sobre el obsequio de las flores de Jessica se volvió un chisme que recorrió la oficina bastante rápido; Stan aseguraba a todos los Wards ―incluidos su papá y tío―, que esas rosas habían sido enviadas por Allen, porque durante el almuerzo en el que se aparecieron, el otro socio se mostraba “demasiado interesado” en ella. Y el tono empleado por el hermano pequeño estaba cargado de reprobación evidente.Fred se mantenía en silencio, no iba a decirle a ninguno de ellos que de hecho fue él quien hizo el mentado regalo, en especial, cuando veía la expresión adusta de su primo, que parecía en serio cabreado por eso.El resto de ese día Jessica, Joaquín y Linda estuvieron encerrados en su oficina, armando una propuesta para la mesa directiva; lo que redujo a cero la interacción de los inversionistas latinos dentro de la compañía.
―Ella tiene razón ―reflexionó Sean una vez entraron a la oficina de Stan, se encontraba jugando con la pelota anti estrés de su gemelo. Allí se habían congregado todos los Wards más jóvenes tras la cruda reunión.―Ese no es el punto ―replicó Bruce, quien observaba la calle por la ventana.El despacho de Stan quedaba dentro de un amplio salón donde trabajaba con su equipo de diseño civil, este constaba de varias mesas de dibujo, una pantalla plana de enormes dimensiones, un plotter para planos y los escritorios de los empleados ubicados de manera estratégica para aprovechar la luz natural.Desde su oficina personal, él podía supervisar el trabajo con facilidad, aunque era un espacio que siempre se mantenía abierto porque consideraba que lo mejor era crear una relación lineal con sus subordinados. En realidad, ese espacio se usaba para almacenar papeler&
El viernes sucedió en un parpadeo, cada uno de los Ward en su propio mundo, rumeando sus propios pensamientos.En cambio, Jessica dedicó el viernes a consentirse; junto a Joaquín, se fueron a un spa para que les hicieran masajes. Su primo se burló de ella todo el tiempo, porque la tensión de sus hombros y cuello la mantuvieron adolorida desde el miércoles en la noche, así que sus gruñidos mientras la mujer masajeaba sus músculos parecían los de un animal molesto.―Entonces vas a ir a un club con tus hermanos ―dijo él cuando estaban en la zona de pedicura, recibiendo un arreglo de pies a manos de dos rubias despampanantes.―Vamos a ir ―corrigió ella― los dos. Tú irás conmigo ―le explicó.―No puedes hacer planes sin consultarme ―le amonestó Joaquín―. No sabes si tengo algo que hacer esta noche.―¿Tienes que hacer algo esta noc
Las puertas del elevador se abrieron a un pasillo tenuemente iluminado, una pareja pasó por su lado cuando Jessica se encaminó rumbo a su habitación. Recostado contra la puerta se encontraba Gregory, con las manos entre los bolsillos del pantalón, la cabeza inclinada hacia abajo, mirando de forma distraída un punto del suelo, como si en ese sitio se encontraran las respuestas de todos los problemas de su existencia.La latina se mordió el labio inferior admirando su estampa, era alto y atractivo, eso ya lo había notado desde la primera vez que lo vio en el avión; le gustaba que no fuese precisamente un hombre en extremo fornido, tenía un cuerpo formado, gracias a la genética que a otra cosa, más no demostraba ser un fanático del fitness o los deportes, y eso estaba muy bien para ella, porque Jessica apreciaba más la inteligencia que el físico.Luego tenía esos ojos