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CAPÍTULO 5 - Los Hermanos Ward

La puerta se abrió sin esperar a que ellos dieran la voz de entrada. En el umbral se encontraba Gregory que, con el rostro pálido y una mueca de amargura, observaba en dirección a Jessica, que a su vez se enfrentaba a la puerta desde su posición circunspecta en el escritorio.

Cualquier rastro de desolación, duda o estupor por parte de la mujer despareció de inmediato, dejando una máscara de frialdad detrás. Ofuscado, Greg la miró directo a los ojos, y sin percatarse de si había alguien más en la oficina, entró.

―No soy tu hermano ―dijo con la voz firme, más alta de lo que pretendía―. William no es mi padre biológico.

La inexpresividad de Jessica ante su afirmación le ponía los nervios de punta. El sonido de una garganta aclarándose, hizo que se girara a ver al hombre latino que la acompañaba, y que desde la puerta no había visto.

―Creo que es buena idea que pase, señor Ward ―dijo Joaquín con seriedad―. No creo que usted quiera tocar ningún tema de índole personal desde el pasillo, donde todos podrían enterarse ―puntualizó él.

El Vikingo quiso patearse a sí mismo, la ofuscación nubló su juicio, nervioso por las circunstancias del atolladero donde se había metido. ¿Qué iban a decir sus hermanos si se enteraban que él estuvo follando con la hermana de ellos a miles de pies de altura? Le causaba escalofríos solo de pensarlo.

Dio un paso dentro de la oficina, miró a Joaquín que estaba de pie frente al sofá lateral, donde se detuvo debido a su intromisión tan poco educada.

―Lo lamento, yo… ―Se detuvo, pasándose la mano por la nuca, como si buscara aliviar un gran peso.

Joaquín sintió pena por el pobre hombre, si no era hijo de William como decía, entonces él estaba en el medio de una disputa en la que no tenía cabida, ni culpas.

―Voy a volver al hotel ―le anunció a su prima, acercándose hasta ella para dejarle un beso en la mejilla―. Regreso con nuestras cosas en un rato, sé que no quieres que esté presente ante la avalancha que se te viene encima. ―Ella asintió ante su afirmación susurrada al oído―. Nos vemos luego, señor Ward. ―Estrechó su mano con firmeza, luego se marchó, cerrando la puerta tras de sí.

―No soy tu hermano ―repitió el rubio apenas salió Joaquín.

―Te oí la primera vez ―contestó ella con frialdad. Rodeó el escritorio y tomó asiento, abriendo la carpeta con los documentos de la empresa que tenía que estudiar―. Eso debería importarme porque… ―acotó con indiferencia, enfocando su atención en el primer párrafo de la hoja.

Gregory abrió los ojos sorprendido ante su actitud. ¿Acaso no lo recordaba del avión? Si antes se había sentido agobiado por descubrir que la mujer que lo traía loco desde el fin de semana, que incluso estuvo tentado a cometer un delito cibernético, era hija de su padre adoptivo, el que no lo recordara era incluso peor.

Golpe al plexo solar y patada en los testículos, esa era la mejor comparación.

No deseaba continuar dando un espectáculo lastimero, pero ella ni siquiera levantaba la vista de la hoja, de hecho, estiró su brazo sobre el escritorio para coger un bolígrafo de la lapicera que habían dejado allí ―personalizado con la imagen de la compañía como las carpetas― e hizo unas anotaciones al margen del folio.

Sabía que debía irse de allí, porque solo se estaba humillando a sí mismo, pero algo impedía que se moviera; no sabía si era su ego el que lo mantenía clavado en el sitio, sin embargo, sentía que debía decirle algo a esa mujer descarada que tenía en frente.

―¿En serio no te acuerdas de mí? ―la increpó con voz más lastimera de la que quería utilizar―. ¿No recuerdas cómo me asaltaste en el avión?

Ella levantó la vista, solo la vista porque ni siquiera movió la cabeza, soltó una risita maliciosa.

―Claro que me acuerdo ―respondió dejando el bolígrafo sobre los documentos―. Me divertí mucho de hecho, y no recuerdo que dijeras que no en ningún momento… así que la palabra “asalto” está mal implementada aquí.

―¿Y por qué actuaste como si no me conocieras? ―preguntó furioso por la desfachatez de Jessica.

―Porque no te conocía ―le hizo notar con total tranquilidad―. Que yo recuerde, te dije claramente que no deseaba conocer tu nombre, ¿o me equivoco?

«Touché» pensó Gregory.

―¿En serio no te disgustó ni sentiste nada por la idea de que tal vez fuese tu hermano? ―le preguntó, apoyando ambas manos en el escritorio, inclinándose sobre ella con toda su estatura, para intimidarla.

―Morbo ―respondió Jessica con una sonrisa de medio lado, sin un rastro de vergüenza o temor.

―¿Qué? ―inquirió él, confundido.

―Sentí morbo ―aclaró ella―. La verdad fue que no sabía que William Ward tenía otro hijo, en cierta medida no es como que siguiera su vida por todos lados, así que sentí morbo… me acosté con mi sexy y caliente hermano mayor.

El tono fue por demás lascivo, aunque sus ojos grises permanecían impasibles ante el intenso escrutinio.

Gregory quería decirse a sí mismo que era una enferma por pensar eso, pero ahora que la tenía en frente se mentiría de forma descarada si no admitiera ―aunque solo fuese para sus adentros― que también le parecía morbosamente sexy la idea.

Se miraron a los ojos por un rato, sin decirse nada, cada uno midiendo la reacción del otro. Jessica se sentía aliviada, lo cierto era que, a pesar de lo mucho que pudiese detestar a esa familia, tenía en claro que los hijos de William, es decir, sus hermanos, no tenían la culpa de su situación; por lo tanto no veía necesidad de ser ruin o fría con ellos. No esperaba que se hicieran amigos, mucho menos algún trato fraternal por parte de ellos, más cuando había llegado del modo en que lo hizo, haciendo tambalear su mundo.

Pero si la trataban mal, o sin el mínimo de respeto que se merecía, entonces sí se iba a volver una arpía cruel y fría.

Ella borró la leve sonrisa de sus labios y se puso en pie; Greg se enderezó al ver su actitud decidida, derrotado porque ella no se intimidó, ni siquiera un leve rubor en sus mejillas.

―La verdad es que no me interesa nada que no tenga que ver con los negocios ―explicó ella, metiendo sus manos en los bolsillos, adoptando una actitud desinteresada―. Si eres o no hijo de William, si eres o no mi hermano, ni siquiera si eres o no casado… y si no tienes nada que decirme que esté relacionado con la compañía, esta conversación finalizó, porque apuesto que habrá un desfile de machos dolidos en mi oficina antes de que se acaba la jornada.

Anonadado y atónito, Gregory decidió recoger los pedazos de su dignidad destrozada y retirarse, rumiando su amargura en el camino a su propia oficina, que para su mala suerte estaba justo al frente de la de ella, eso implicaba que cada vez que entrara, saliera o tuviera las persianas arriba, iba a verla.

Cuando salió de allí ―azotando la puerta como era de esperarse― se adentró en su despacho. Destilaba furia y frustración por todos lados, así que bajó las persianas para que nadie interrumpiera su estado de amargura. Además de que no deseaba que sus hermanos notaran cómo estaba, porque no tenía fuerza para explicarles lo sucedido con ella. Debía llevarse a la tumba lo ocurrido con la “señorita Medina”; al menos le quedaba el consuelo de que podría desahogarse con su primo.

Frederick creyó que el azote de esa puerta se escuchó en todo el piso. Él mismo respingó cuando el golpe retumbó en las ventanas de la pared que compartía con la oficina de al lado. Pensó en ir a tocarle la puerta y hacerle un montón de preguntas, en especial porque se sentía burlado y quería saber si en verdad ella no lo engañó diciéndole que no sabía a qué piso iba.

Tal vez lo peor de todo fue la confesión del Vikingo, saber que la mujer que lo había flechado con su fogosidad e indiferencia fue anticlimático, porque aunque su divertida cenicienta se veía simpática, él mismo podía intuir que de verdad era fuego en su estado más puro y Fred deseaba derretirse en ella.

¡Había deseado!

Había deseado derretirse en ella.

Cuando no tenía conocimiento del lazo que los unía.

Seguía varado en la misma hoja, leyendo la misma línea una y otra vez, enfocado solo en si Jessica Medina se había burlado de él aquel sábado, creyendo que incluso lo del tacón roto era una estratagema para espiar a sus nuevos socios.

«Pero parecía verdaderamente perdida» pensó con frustración.

Se levantó para ir a la oficina de Medina, para encararla y sacarse de encima esa sensación desagradable de desengaño, no obstante, al momento en que salía, Bruce Ward entraba en la oficina contigua, tras haber dado un toque seco sobre la puerta.

―Tenemos que hablar ―soltó con hostilidad su primo, así que decidió ir a buscar un café, para ver si él mismo se calmaba un poco.

Jessica levantó la vista del cuarto folio de la carpeta al escuchar el golpe y con el ceño fruncido vio cómo Bruce Ward ingresaba a la oficina sin esperar autorización.

―Sí, claro, pasa adelante ―comentó con cinismo.

―¿Cuáles son tus intenciones con la empresa? ―preguntó alzando la voz.

―Hacer dinero ―respondió sin inmutarse―. O al menos eso intento, pero primero necesito terminar de leer esto ―señaló los papeles frente a ella.

Bruce contrajo la frente incluso peor que ella, como si no diera crédito a lo que Jessica le decía.

―Esta es la vida de mi papá y mi tío ―advirtió él con tono acusador―, no permitiré que destruyas lo que con tanto esfuerzo mi familia construyó.

―¿Estuviste en la reunión de hace unos minutos dónde dije que yo no juego con el dinero? ―preguntó la mujer con evidente fastidio―. Me ha costado sangre, sudor y lágrimas llegar a dónde estoy, no vengo persiguiendo ninguna venganza retorcida, lo cierto es que Ward Walls es una inversión sólida y vale la pena. Vi mi oportunidad y la tomé, pensé con cabeza fría hacer esta inversión, incluso y a pesar de que mi opinión sobre William Ward no es la mejor.

Dijo todo eso con la voz calmada, sin inflexiones especiales que delataran nerviosismo; Jessica comprendía la ventaja de bailar alrededor de la verdad en vez de lanzarse a una mentira que flaqueara en cualquier momento y la dejara en evidencia.

―La verdad es que no entiendo por qué ―dijo Bruce bajando la voz y sentándose frente a ella. La latina lo miró como si no lo comprendiera―. ¿Por qué fuiste a contarnos que él era tu padre?

―Porque si no lo soltaba iba a terminar siendo un lastre en mis negocios ―contestó sin un gramo de duda en su voz. Jessica se recostó del espaldar de la silla―. Verlo y hablar con él, que me tratara con amabilidad cuando yo sabía que era mi padre, que dejó a mi madre embarazada y se negó a responder ni una sola de las misivas que le envío… iba a ser una agonía.

»Eventualmente la incomodidad se va a ir, podremos terminar los negocios y quizás ni siquiera tendremos que volver a vernos, Tom puede encargarse de representarnos aquí en California, lo hace con las inversiones de Silicon Valley.

Bruce Ward y Jessica Medina se enfrascaron en un duelo de miradas donde ninguno de los dos dio su brazo a torcer, si en verdad no era hija de William Ward y no tenían parentesco, iba a ser una ironía que se parecieran tanto en el carácter.

Al menos daba la impresión de ser sincera en cuanto a que no le interesaba destruirlo, y mientras esperaban el informe de la investigación de quién era esa mujer, que solicitaron a su secretaria esa misma mañana, minutos después de acabada la reunión; no le quedaba más opción que creerle todo lo que decía.

Jessica hacia un esfuerzo para mantener las cosas por separado, los hijos de William Ward no tenían la culpa de lo que había pasado, su madre se lo repitió una y otra vez, ni siquiera la mujer que era su esposa tenía la culpa porque ella no lo buscó, fue él quien se marchó una mañana, sin decir nada, al mejor estilo de una mala película de Hollywood.

Pero la mala actitud de los hombres Ward no se lo ponía fácil.

Así que decidió ignorar, porque lo único que se repetía en su cabeza en ese momento era: «No voy a caer, no voy a caer», cuando en realidad lo que le provocaba era gritarle que se marchara de allí si no quería terminar con la carpeta en la cabeza.

Volvió su atención al informe que estaba leyendo, tomando notas y constatando que la información fuese correcta. En eso estuvo diez minutos antes de que Bruce suspirara sonoramente exasperado y se retirara de la oficina.

«¿Quién vendrá ahora?» se preguntó con una exhalación de cansancio.

Y cuando miró su reloj de pulsera, se dio cuenta que era la una de la tarde; pensando en llamar a su primo para ir a almorzar y continuar estudiando todo desde un bonito café o una terraza del hotel Hyatt, volvieron a tocar la puerta, esta vez de forma amable y pausada.

―Adelante ―anunció en voz alta, la puerta se abrió y dos cabezas se asomaron por el umbral, sonriéndole con picardía.

―Pensábamos invitarte a comer ―dijo Sean, mirando con interés al otro escritorio vacío.

―Pero yo le dije que tal vez nos ibas a rechazar ―acotó Stan mirándola con calidez―. Así que se nos ocurrió no dejarte escapatoria y traer la comida hasta aquí. ―Levantó las manos donde varias bolsas de un restaurante de la zona dejaban escapar un delicioso aroma a cangrejo―. ¿No dejarás a tus hermanitos parados en la puerta?

Jessica los miró a ambos con perplejidad, aunque se hubiesen mostrado más amables y receptivos que el resto de los Ward, no sentía mucha confianza.

―Pasen adelante ―pidió de manera educada―, gracias por sus consideraciones.

Los dos entraron casi dando saltos, cerraron la puerta detrás de sí y por un instante Jessica se quiso reír de su actitud tan desenfadada; sin embargo, no iba a bajar la guardia, porque no sería la primera vez que podía ser subestimada por algún hombre.

Sin importar que hubiesen pasado dos décadas del nuevo y moderno siglo XXI, los prejuicios continuaban arraigados en las personas, que al verla no pensaban que era una inteligente inversionista que se labró a sí misma, sino que su percepción era la de una caliente y atractiva latina que probablemente era una chica interesada o una esposa trofeo.

Aunque ellos no lo creyeran, solo cuando decía su nombre, la gente cambiaba de actitud. Jessica Medina era un nombre respetado dentro del mercado de las innovaciones tecnológicas; en cambio, en ese sitio, ella no tenía ese aval, para los Ward, de forma muy literal, era nadie.

Recogió los folios leídos, colocando las hojas al contrario para tener una marca de dónde había quedado, cerró la carpeta y tomando el resto de hojas que había sacado de la gaveta de su escritorio, las guardó en el mismo sitio, dejando despejado el espacio para poder comer.

Stan sacó uno a uno los envases, mientras Sean ponía vasos de plástico de otra bolsa y servía jugo de manzana.

―Sean tiene mala bebida ―explicó Stan cuando Jessica levantó una ceja suspicaz ante la botella―. Una cerveza y se pone en exceso cariñoso.

―Eso no es verdad ―desmintió el gemelo de cabello recortado―. Simplemente no me gusta beber en la oficina.

―Está bien, no me disgusta el jugo de manzana ―dijo ella―, no es mi favorito, pero lo puedo tomar.

―¿Quién lo diría? ―replicó Sean en un tonito irónico.

―¿Qué cosa? ―objetó Jessica a las risitas de ambos hombres.

―Que serías idéntica a nuestro padre y hermano mayor ―puntualizó Stan―. Tampoco les gusta el jugo de manzana.

―Eso no significa nada ―aclaró la latina, recibiendo el envase con su sopa de cangrejo―. A muchas personas no les gusta el jugo de manzana.

Comieron sus primeros bocados en silencio, Jessica disfrutó el notorio cambio, tanto como lo hizo con la deliciosa sopa.

―¿Ya habías venido antes a San Francisco? ―inquirió Stan.

Jessica notó que él, de los gemelos, era el que parecía más tranquilo y centrado. Sean le recordaba un poco al humor de Joaquín, con sus chistes inapropiados y su aura divertida. Ella asintió, mientras tomaba un sorbo del jugo y hacía una mueca.

―Como dije, tengo inversiones en Silicon Valley, he venido a algunas de las empresas donde tengo acciones o a visitar los proyectos que he financiado ―explicó.

Cool ―dijo Sean―. ¿Por qué no nos buscaste antes?

―Sean ―musitó su gemelo con amonestación.

―¿Qué? ―preguntó el otro―. Quiero saber.

En su voz no había rencor, sino genuina curiosidad.

―La verdad es que no tuve necesidad ―respondió con su tono más plano―. Yo no fui importante para William Ward ¿por qué iba serlo él para mí?

―Pero al final compraste las acciones de nuestra empresa ―le hizo notar Stan.

―Sí, lo sé ―asumió Jessica―. Sin embargo, por muy contradictorio que pueda sonar, no era la primera vez que me ofrecían acciones de compañías inmobiliarias, solo nunca me habían interesado, y justo cuando les mencioné a mis corredores que estaba pensando en invertir en ese mercado, me ofrecieron las de WW.

―Y las compraste ―terminó Sean. Ella asintió.

―Pensaste que era el destino ―asintió Stan. Jessica inclinó la cabeza un poco, como si dudara de esa afirmación, pero al final asintió.

―Podría decirse.

―Pues me molesta que, si sabías de nosotros, no nos hubieses buscado antes ―rezongó Sean―. Habríamos hecho cosas geniales juntos, divertido juntos, estudiado juntos…

―Probablemente, con lo linda que eres, habríamos tenido que golpear a más de uno ―agregó Stan.

Ella soltó una carcajada.

―Sabía que William no me iba a aceptar ―espetó Jessica―. Por un tiempo no me importó que yo no le importase… ―explicó con una leve nostalgia en su voz.

Ambos hombres miraron a la mujer que se concentraba en su sopa, tal vez extraviada en sus propias memorias.

―Bueno, nunca es tarde ―interrumpió Sean―. Podemos empezar, incluso pareces menor que nosotros.

―Tengo treinta ―aclaró la latina.

―Y nosotros veintiocho, no hay gran diferencia ―insistió él.

―No presiones, Sean ―amonestó Stan―. Aunque sí sería genial que pudiéramos salir por ahí, si no te sientes cómoda haciéndolo como nuestra hermana, tal vez como nuestra socia. ―Sonrió con amabilidad.

Jessica los miró a los dos, casi se los imaginó de niños, llenos de rizos sedosos y oscuros, con piel clara y ojos grises; era seguro que habían roto más de un corazón en la escuela, también que con su dulzura consiguieron salirse con la suya en más de una ocasión.

Si de verdad quería demostrar que no tenía problemas con los Ward y quería llevar la fiesta en paz, era buena idea limar asperezas al menos con ellos. Asintió.

―Claro, podemos salir cualquiera de estas noches ―aceptó con voz suave―. No hay problema, no conozco mucho la ciudad, usualmente mis visitas duran máximo dos días, todos ellos trabajando.

―¡¡Genial!! ―se expresaron ambos al tiempo.

El almuerzo terminó en conversaciones menos comprometedoras a nivel emocional, Jessica se enteró de que Stan hablaba francés, y entre bufidos de aburrimiento de Sean, sostuvieron una corta charla en ese idioma. Sean era fanático del ejercicio, se podía ver por sus dimensiones, aunque ella notó que sus hermanos tenían buena genética, no eran muy fornidos, exceptuando tal vez Gregory que tenía un cuerpo atractivo. Todos eran delgados y bastante altos.

Tras obsequiarle a Jessica un postre de chocolate, que Sean fue a buscar a la sala de descanso del piso, donde tenían un refrigerador, Stan se encargó de recoger las cosas con ayuda de ella y luego se retiraron con la promesa de que, a más tardar el jueves, irían a un bar a tomarse unas cervezas.

Ella volvió a sus papeles y análisis, era preocupante que apenas la empresa se hubiese mantenido a flote, tras la debacle inmobiliaria de 2008. Iba por la mitad de los folios cuando la puerta se abrió una vez más y la persona que estaba esperando desde el principio de todas aquellas visitas se apareció finalmente.

William Ward.

Ingresó en la oficina con aire digno, ni siquiera se anunció tocando la puerta. Se plantó frente a ella y la observó de forma altiva.

Al fin el encuentro entre padre e hija se iba a dar.

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