―¿Estás bromeando, verdad? ―pregunto Gregory mientras se servía una taza de café.
Su hermano mayor, Bruce, y su primo Fred, estaban allí. Frederick estaba tan impresionado como él, escuchando la noticia bomba de la supuesta hija extramatrimonial de William Ward.
―Quisiera… ―aseguró Bruce apretándose el puente de la nariz, apoyando todo su peso sobre el espaldar de la silla.
Ese lunes habían llegado todos a las oficinas de WW y los viejos gemelos Ward se encerraron en la oficina de William junto a sus esposas. Ellos no podían ver nada desde donde estaban; las oficinas de la compañía tenían un estilo clásico, las paredes llegaban hasta la mitad, decoradas con revestimientos de madera oscura, y amplias ventanas que dejaban ver en ambas direcciones, solo había que liberar las persianas para disfrutar de privacidad, y eso fue justo lo que Emily, la madre de Fred, hizo apenas entró, evitando que todos ellos pudieran percibir lo que sucedía dentro desde su posición estratégica en la sala de reuniones.
―¿Entonces el tío Will engañó a la tía Holly? ―preguntó el hijo de Wallace con algo de pena. Bruce negó.
―No, parece que ella tiene treinta o treinta y uno ―aclaró el hijo mayor de William―, no estoy seguro.
―Nació en la época en que nuestros padres se divorciaron ―dijo Greg, sentándose de nuevo, entre Bruce y Fred―. Mamá andaba con Einar y papá tuvo su aventura con alguien.
Bruce asintió.
―¿Y qué dicen los gemelos? ―preguntó Fred.
―Están felices de tener una hermana, dicen que es genial que haya alguien por ahí que sea novedad, para variar, y no ellos ―respondió Bruce con frustración―. Lo cierto fue que en el momento en que esa mujer soltó la bomba, mi papá y yo nos levantamos de la silla como fieras… mamá reaccionó de forma más calmada y le preguntó si quería tomar algo.
―Mi tía es genial ―se rio Fred―. ¿En serio hizo eso?
―Mamá es buena sacando cuentas, ¿no? Por algo es contable ―les recordó Greg―. Lo cierto es que seguro hizo los cálculos y supo que esta chica nació cuando ellos dos estaban separados.
Se quedaron en silencio, Fred lamentó ver el estado de su primo Bruce, se notaba que no había descansado, las ojeras empezaban a marcarse bajo sus ojos.
―¿Y qué más pasó? ―preguntó Gregory.
―Pensé que tú sabías ―lo increpó Frederick.
―Yo me acabo de bajar del avión ―le recordó él―, estaba visitando a Einar durante el fin de semana.
―¿Y qué más saben de ella? ―preguntó Fred, estaba interesado en saber los detalles, lo cierto es que según la historia familiar, hacía más de cuatro generaciones que no nacía una mujer Ward. Bruce suspiró.
―Nos dijo su nombre, y que tiene el mismo color de ojos que nosotros, del resto no hay gran cosa ―contó este―. Papá quiere hacer averiguaciones porque, aunque asume que sí tuvo una relación amorosa con su madre durante los dos años que estuvo en Venezuela, lo último que supo de ella fue que se había casado con otra persona.
―Qué complicado ―soltó Fred, terminándose su taza de café.
―Lo que no entiendo es por qué no apareció antes ―expresó el mayor con desagrado y confusión―. Por qué esperó hasta ahora, es… inverosímil.
―Bueno, hermano ―intervino el rubio―; hace treinta años no eran tan expeditas las comunicaciones. Llamar entre países no era tan sencillo y seguro que papá no le dijo: hey, mujer, toma mi teléfono, me llamas si quedas embarazada ―se rio.
―¿Crees que esto es gracioso? ―se quejó Bruce con severidad.
―Es malditamente hilarante ―respondió su hermano con tranquilidad―. No has caído en cuenta, pero tanto mamá como papá fueron unos aventureros. Mamá me tuvo a mí con Einard, un guitarrista de una banda punk que recorría el país en una caravana y papá tuvo a su hija mestiza, seguramente con una caliente mujer latina… solo para volver a reunirse, hace veintinueve años, y darse cuenta que seguían enamorados y volver a casarse: la prueba está en las dos patadas en el culo que son Sean y Stan.
Bruce lo miró con el ceño aún más fruncido, pero segundos después lo suavizó y se echó a reír.
―Demonios, es probable que tenga una hermana ―musitó pasándose ambas manos por el cabello―. ¿Por qué las parejas de esta familia son tan complicadas?
―Oh, vamos, no es tan malo ―intervino Fred―, no es como que sea una enfermedad venérea, o incluso una mujer que te trae de cabeza, todo se solucionará.
―Sí, Fred aquí tiene razón, hermano ―Greg apretó su hombro con firmeza―. No es como la accidentada cenicienta de él.
―O la misteriosa amazona del avión ―atacó Frederick ante el tono burlón.
―Touché ―puntualizó el rubio―. Las jodidas mujeres nos van a volver loco. ¿Creen que los gays lo tengan menos complicado?
―No, para nada ―respondió Stan entrando en la sala―. Los dramas son los dramas y no están exentos de ellos. ¿Acaso no has visto las reinas del drama que pueden llegar a ser?
Los gemelos se sentaron uno al lado del otro, frente a ellos. Traían en sus manos unos portaplanos y otros documentos que depositaron en la mesa.
Stan era arquitecto, y junto a su equipo se encargaba del diseño del nuevo centro comercial. Era el gemelo de cabello largo y ondulado. Sean era el ingeniero de la familia, y manejaba el departamento de ingeniería, tenía su oficina oficial en el Embarcadero, donde monitoreaba todo los procesos de entrada y salida de maquinaria y materiales; no obstante, a primera hora de la mañana recibieron el mensaje de que el nuevo socio J.M iba a ir a conocer las oficinas a las diez, así que todos los Ward debían presentarse junto a la plana mayor para estar al tanto de la nueva adición al equipo; que todos esperaban fuese solo inversionista y no que deseara ser parte activa de la empresa.
Así que, de una forma u otra, los Ward tenían que reunirse todos, ese lunes, en la sede principal.
Pero la noticia de que había una hija bastarda por ahí, que recién aparecía, justo en un momento crucial, los traía a casi todos con los nervios de punta.
―¿Crees que quiera dinero? ―preguntó Gregory tras unos minutos de silencio y cavilaciones.
―Ella dijo que no ―respondió Sean, jugando con el colgante de su collar. Él se valía de la excusa de que como era ingeniero sus atuendos no requerían trajes ni corbatas, así que iba con pantalón de mezclilla y un suéter ceñido al cuerpo.
―¿Y le creen? ―inquirió de nuevo el rubio, con escepticismo.
―Bueno, en realidad, no parecía estar necesitada ―comentó Stan, levantándose para servirse un café―. Se veía bien vestida, elegante… no como una extranjera recién llegada y asustada.
―La verdad es que después de mencionar que era hija de nuestro padre ―contó Bruce― y tomarse un vaso con agua que le ofreció mamá, simplemente dijo que quería conocer al hombre que le dio la vida y abandonó a su madre a su suerte. Luego agradeció por el agua a mamá y se marchó.
―¿Qué dijo mi tío a esa acusación? ―preguntó Fred.
―Que él nunca supo nada, que cuando dejó Venezuela la tal Carla no le dijo que estaba embarazada y después de eso nunca volvió a saber de ella, salvo que se había casado con un hombre que era amigo de ambos y que tenía una hija, más no qué edad tenía esta ―resumió Stan con bastante celeridad―. Todo es posible, quiero decir, tiene el mismo color de ojos que nosotros.
―Sí, pero todos sabemos que los ojos grises no son hereditarios ―le recordó Fred―, no está en nuestra genética o algo así, es un fenómeno llamado Rayleigh[1] o alguna falta de melanina, nadie sabe… pero no es herencia.
―Bueno, pero es lógico que, si nuestros padres sufren de este fenómeno, los hijos también puedan sufrirlo ¿no? ―inquirió Gregory―. Todos ustedes tienen los ojos grises, seguro que, si yo fuese hijo biológico de papá, también los tendría grises.
Todos asintieron.
―Bueno, no sabemos qué va a pasar con esa mujer ―recalcó Bruce―, tampoco sabemos más de ella, no tenemos un teléfono o email o dirección. Ni siquiera sabemos si está en San Francisco de paso, así que lo mejor es dejar el tema por ahora, hay cosas más importantes en las que concentrarse.
―Eso es cierto ―se sumó Fred―. Hoy sí vamos a conocer al nuevo socio, lo ideal es enfocarnos en un problema en la vez.
―Bueno, entonces mejor hablemos de la cenicienta ―propuso el rubio con una sonrisa maliciosa.
―¡Claro! ―aceptó él enarcando una ceja al mirarlo―. Justo después de que hables de la castaña que te usó de juguete sexual en el avión y ni siquiera te dijo su nombre.
Todos rieron ante esa respuesta. Frederick era considerado el Ward más amable y gentil, pero no significaba que fuese tonto. Había crecido con otros cuatro Ward, porque a pesar de que Gregory no era hijo biológico de William, su vida y crianza fue con ellos, nadie dudaba que Will amaba a Greg como su hijo.
―Pues esa mujer me ha dejado trastornado ―confesó sin un ápice de vergüenza―. Se subió a ese avión y desde que la miré y olí su perfume supe que estaba perdido.
―Te enamoraste ―se burló Stan.
―Irremediablemente ―asumió el rubio en tono teatral―. Pero está bien, porque dudo mucho que pueda volver a verla, es decir, no sé ni su nombre, si vive en Los Ángeles, o solo estaba de paso… no creo que sea del mundo de la farándula.
―Joder, debió ser muy buena cama ―se mofó Bruce.
―Hermano, me usó como quiso ―asintió el rubio con una sonrisa de nostalgia―. Me dejó inconsciente en ese avión hasta que la azafata me despertó, desnudo y empalmado… al menos tengo la dignidad de que quedaré como una leyenda en esa aerolínea, porque el gran Vikingo de entre mis piernas estaba bien erguido en todo su glorioso esplendor.
―¿No que los vikingos eran los que conquistaban? ―preguntó con una risita su hermano Sean―. Y no me refiero a tu pito, hermano.
―Pues sí, pero ya ves… Mi pito y yo encontramos una tierra inconquistable ―suspiró con pesar.
Desde que esa mujer latina se perdió entre el mar de cabezas y gente del aeropuerto, él se sintió descolocado y desconsolado. Nunca antes una fémina le había dado esquinazo como esa, mucho menos, fue objeto de un rechazo tan rotundo como el sufrido. Sí, no mentía cuando aceptaba que estaba de un modo irrremediable flechado por esa extraña y misteriosa mujer. Lo único que le quedaba era contratar a un hacker que pirateara los archivos de la aerolínea para que le diera el nombre de su compañera de vuelo, o ver si alguno de sus conocidos y contactos tenía el modo de descubrir quién era la dama en cuestión, porque tenía acciones en British Airways. Y no era una exageración, estaba barajando varios nombres, antiguos amigos de la universidad que pudiesen ayudarle.
―¿Y qué contigo? ―increpó Bruce a Frederick―. ¿Tienes ahora una nueva princesa en tu vida? ¿Qué es eso de la cenicienta?
―No que Geraldine era la mujer de tus sueños y todo eso ―le recordó Sean con una mueca burlona.
―Pues me alegro de que mi primo se busque otra ―agregó Greg en tono solemne―, de verdad que es un desperdicio dedicarse a una sola mujer, sin por lo menos haber probado las mieles de algunas otras… muchas de preferencia.
―Algunos tenemos suerte de encontrar al amor de su vida a la primera, Vikingo ―le amonestó Frederick con una sonrisa―. Pero esta dama se ve interesante. Quién sabe, la verdad es que no espero casarme con ella, y ya que Geraldine y yo estamos en una de nuestras separaciones técnicas, pues… puedo divertirme sin remordimiento… además, me parece que está de paso en la ciudad.
―Aaaaah ―exclamó el rubio―. Entonces lo que tú quieres es un romance de primavera ―se mofó de su romanticismo―. Bueno, está bien, somos jóvenes, hay que divertirnos, yo lo que quiero es el desquite con la mujer del avión, una buena follada donde sea ella quien quede agotada en la cama y recuperaré el honor.
Todos se rieron, Frederick negó con su cabeza, sin dar crédito a lo que escuchaba.
―Pues me alegro de no tener esos problemas ―suspiró Stan―, por ahora no lo necesito.
―Te oigo, hermano. ―Sean elevó el puño para chocarlo con su gemelo―. El único aquí que tiene todo claro es Bruce.
―El maravilloso… ―dijo con voz pomposa Greg.
―…El portentoso… ―agregó Stan.
―…El incomparable… ―se sumó Sean.
―… Y futuro esposo ―entonó Fred.
―Hermano mayor ―corearon todos, soltando la risa.
Bruce les mostró el dedo del medio, haciendo que las carcajadas fuesen más sonoras. Aparentemente necesitaban eso, sentirse ligeros ante lo que se avecinaba. Estuvieron en silencio por varios minutos, cada uno enfrascado en su cabeza y pensamiento.
―¿Y cómo se llama la nueva hermanita? ―preguntó Greg con una sonrisa burlona. En cierta forma era incómodo estar en silencios tan largos―. ¿Tendré que llamarla hermanita?
―Jazmín o Josephine ―respondió Bruce―. No recuerdo bien.
―Janeth ―dijo Stan.
―En realidad la noticia nos dejó tan atónitos que en lo que menos nos fijamos fue en su nombre, solo lo dijo una vez y se marchó ―contestó Sean con más tranquilidad―. Todo fue rápido, unos diez minutos tal vez, incluso la pobre se veía trastornada, como si no quisiese estar allí.
―Supongo que deberíamos buscarla ―sugirió Bruce con algo de preocupación tras meditarlo un poco―. Quiero decir, si de verdad esa chica es nuestra hermana, debe estar pasando también por un montón de cosas… no debe ser fácil estar en esta ciudad en busca de un padre perdido que te dejó abandonada.
―¡¡Y allí está el amor fraternal!! ―exclamó Greg riéndose―. En el fondo eres un sentimental, hermano mayor. ―Le palmeó la espalda con cariño.
―Aparecerá en cualquier momento ―aseguró Stan―, lo presiento, porque es verdad, nadie solo aparece para decir: Hola, soy la hija que dejaste abandonada hace treinta años, ahora me marcho de nuevo… La vamos a ver más temprano que tarde, ya verán.
Cinco minutos después entraban los viejos Ward, sus esposas permanecieron en la oficina de Will porque ellas no eran parte de la mesa directiva de WW. Wallace, a diferencia de William, era un poco más fornido que su gemelo, también llevaba el cabello cortado de manera distinta, así que no era difícil identificarlos. en especial porque Wall siempre cargaba una expresión hosca. Solo que, en ese instante, ambos tenían la misma cara, con la ligera diferencia del brillo burlón en los ojos del padre de Fred.
Era obvio que estaba disfrutando de lo lindo de la metida de pata de su gemelo.
Casi de inmediato llegó Leon Allen, el otro socio de la empresa, un hombre que contaba con treinta y siete años; su atractivo era proporcional a sus conquistas, lo que significaba que era un mujeriego reconocido. Sin embargo, no se podía negar que era un excelente negociante y había heredado sus acciones del socio minoritario de WW, un tío por parte de su madre.
La secretaria ingresó entregando a cada miembro una carpeta con los documentos de la reunión, con los puntos a tratar por cada uno. A petición del señor Habott, se habían adicionado tres sillas para las personas que se unían. Bruce había sugerido que era posible que eso se debiera a que aparte del socio y el abogado, seguro incluían a un asistente. Esperaron de forma paciente, conversando sobre el resto de los proyectos que pronto estarían culminados, Allen confirmó la información que los gemelos enviaron por correo el fin de semana, el edificio en Ontario estaría listo para ser entregado en apenas quince días.
Un revuelo en el pasillo les anunció que J.M había llegado. Al igual que las oficinas de los ejecutivos principales, la sala de reuniones era una estancia con paredes hasta un metro veinte de alto y el resto eran paneles de vidrio para dar la sensación de amplitud.
Todos se volvieron en dirección a las tres personas que se acercaban; dos hombres: uno de ellos era el abogado y el otro alguien de marcados rasgos latinos; avanzaban conversando de forma animada. Detrás de ellos, una mujer que no se alcanzaba a ver por completo, caminaba con paso firme, atenta a lo que veía. La puerta de la sala se abrió para darles paso, los dos hombres entraron y Tom Habott hizo las presentaciones pertinentes.
―Señores, que bueno es verlos ―dijo con voz afable y entusiasta―. Quiero presentarles a Joaquín y Jessica Medina, ellos compraron las acciones de Ward Walls.
Expresiones atónitas se fijaban en la mujer, que tras un barrido general mantuvo la expresión fría e impasible.
Wallace se adelantó junto con Allen a darles la bienvenida, sin percatarse que detrás de ellos quedaban el resto de los Ward, sin poder moverse.
Gregory sintió que el mundo había dejado de existir bajo sus pies, la exótica latina del avión estaba allí, frente a él. Vistiendo un impecable traje de dos piezas de color negro, hecho a la medida.
Frederick se puso nervioso, le tomó por sorpresa descubrir que la sexy trigueña del sábado se encontraba plantada en esa sala, con una expresión tan impersonal en su rostro, esa vez no con la melena recogida, sino con una cascada de cabello castaño oscuro enmarcando su rostro de finos rasgos.
Bruce y los gemelos hacían un esfuerzo por mantener sus mandíbulas en su sitio.
Fue William quien, con voz contenida, puso voz a todas las mentes que observaban la escena.
―¡¿Qué significa esto?! ―casi bramó.
Ella giró su cabeza en dirección al hombre que le había gritado. Entornó ligeramente los ojos y con una frialdad glacial que los hizo estremecer a todos, respondió.
―Yo compré las acciones en la bolsa, soy la nueva socia de Ward Walls.
Wallace miró a su hermano y luego a la joven mujer, repitió la operación un par de veces y al detallarla con más cuidado, notó sus ojos.
La sorpresa pudo más que todo lo demás, luego sonrió con una mueca de burla, e inquirió sin poder contenerse:
―¿Eres tú la joven que dice que es hija de mi hermano?
[1] Un fenómeno de refracción de la luz.
Gregory se giró hacia su primo Fred con el espanto pintado en el rostro. Tan consternado se encontraba que no fue capaz de percibir el pasmo en el semblante de este; que se volteó también en su dirección buscando un ancla a la realidad, porque su primo era su mejor amigo, la persona que solía darle claridad cuando andaba confundido, a pesar de hacer pésimos chistes sobre la vida sexual y amorosa de Frederick.Sin embargo, antes de poder articular palabra para comunicarle al Vikingo que esa mujer era su cenicienta, este abrió la boca y soltó su sentencia en un susurro aterrador:―La mujer del avión.Fred abrió los ojos espantado.―¿Qué? ―preguntó con un hilo de voz.―Ella es la mujer del avión ―repitió el otro de nuevo, lleno de nerviosismo.El intercambió se dio en voces muy bajas, tanto que más parecía que s
La puerta se abrió sin esperar a que ellos dieran la voz de entrada. En el umbral se encontraba Gregory que, con el rostro pálido y una mueca de amargura, observaba en dirección a Jessica, que a su vez se enfrentaba a la puerta desde su posición circunspecta en el escritorio.Cualquier rastro de desolación, duda o estupor por parte de la mujer despareció de inmediato, dejando una máscara de frialdad detrás. Ofuscado, Greg la miró directo a los ojos, y sin percatarse de si había alguien más en la oficina, entró.―No soy tu hermano ―dijo con la voz firme, más alta de lo que pretendía―. William no es mi padre biológico.La inexpresividad de Jessica ante su afirmación le ponía los nervios de punta. El sonido de una garganta aclarándose, hizo que se girara a ver al hombre latino que la acompañaba, y que desde la puerta no había v
Jessica no supo cuántos minutos pasaron en silencio, ella sentía que el corazón le martilleaba en el pecho tan fuerte que casi aseguraba que él podría escucharlo. Se medían el uno al otro con la mirada fría; la latina procurando mantenerse impasible y él con el ceño fruncido, delatando su ofuscación.―Tú no eres mi hija ―soltó después de que el mutismo de ambos se hizo insoportable.―En realidad no me importa si me cree o no, señor Ward ―contestó ella a la acusación.―Quiero una prueba de paternidad ―exigió el hombre. No se sentó, se mantuvo en medio de la oficina, con una mano dentro del bolsillo y una pose altiva que buscaba imponerse sobre ella.Solo que Jessica en vez de ponerse a farfullar nerviosa ante la solicitud, solo se echó a reír.Cada vez más alto.Y así como empezó se d
«Está demente» pensó Gregory. «No iré, ¿acaso cree que no tengo dignidad?»Verla marcharse por el pasillo fue una experiencia reveladora. Con las persianas arriba, su oficina quedaba al descubierto y él podía mirar a todos los que se acercaban. Primero fue Bruce, saliendo de aquella oficina como si hubiese encontrado la horma de su zapato, la mueca de enfado de su cara era directamente proporcional a las señales de confusión que denotaba. Luego fueron los gemelos, como cabía esperarse, ellos llegaron en plan más fraternal, Jessica Medina era la novedad. De un modo que nadie más alcanzaba comprender ―ni siquiera él― veían en la latina a una hermana sin lugar a dudas, lo cual parecía despertar un instinto protector hacia ella. Él creía que simplemente era que su hermano mayor era un calco al carbón del padre, y sus herm
Jessica se sentó en la tina de agua fresca y soltó un sonido extraño ―mezcla de risa y siseo― debido al contraste del agua tibia contra sus partes íntimas que palpitaban inflamadas por la actividad física.Apenas amanecía cuando Gregory abandonó la habitación, mientras se alistaba sonrió al darse cuenta cómo ella se había estirado como un gatito perezoso al abrir los ojos y verlo vestirse. El desquite fue glorioso, aunque a él le entraba la duda de si había sido un conquistador o habían quedado en tablas; no deseaba darle voz a ese pensamiento que le decía que de hecho estaba peor que al bajarse del avión.―¿Qué hora es? ―preguntó la latina con voz adormilada.―Las siete de la mañana ―contestó él, admirando lo dulce que parecía con ese gesto relajado del sueño cuando volvió a cerrar los ojo
―Así que inversiones. ―Leon abrió la conversación con una sonrisa de admiración sincera, mientras se llevaba la copa de vino a los labios y mantenía sus ojos encima de Jessica, mirándola con intensidad―. Debo decir que es impresionante.Jessi hizo un gesto simple, como si estuviera restándole importancia. ―Una chica tiene que ganarse la vida ―sentenció con naturalidad.Leon fue puntual, apareció en la oficina de ella a la hora acordada y la llevó a un agradable restaurante que estaba a mitad de camino entre un ambiente elegante/ejecutivo y uno romántico. La latina pensó que era seguro que, durante la noche, con las luces de baja intensidad, velas y música suave, todo cambiaba, dándole un aire más íntimo. Sonrió para sus adentros, conocía muy bien la clase de intención detrás su interés y galantería.Optó
Jessica se calzó las únicas zapatillas bajitas que podía ponerse con esa falda, puesto que se había despojado de los tacones y no pensaba montarse en esos aparatos de tortura una vez más.Irónicamente, las bailarinas que usaba eran esas que él le había obsequiado cuando lo conoció como Rick, porque del resto, en su guardarropa solo quedaban dos pares de zapatos deportivos con los que solía ir al gimnasio de los hoteles donde se hospedaba para hacer algo de ejercicio ―al menos dos o tres días a la semana―. Durante el descenso se preguntó los motivos para que Frederick Ward hubiese llegado hasta su hotel, más a una hora tan tardía; barajó diversas razones pero ninguna le parecía ideal… o correcta, menos cuando su última conversación, esa misma mañana, había sido tan desagradable.Las puertas se abrieron al vestíbulo y s
La noticia sobre el obsequio de las flores de Jessica se volvió un chisme que recorrió la oficina bastante rápido; Stan aseguraba a todos los Wards ―incluidos su papá y tío―, que esas rosas habían sido enviadas por Allen, porque durante el almuerzo en el que se aparecieron, el otro socio se mostraba “demasiado interesado” en ella. Y el tono empleado por el hermano pequeño estaba cargado de reprobación evidente.Fred se mantenía en silencio, no iba a decirle a ninguno de ellos que de hecho fue él quien hizo el mentado regalo, en especial, cuando veía la expresión adusta de su primo, que parecía en serio cabreado por eso.El resto de ese día Jessica, Joaquín y Linda estuvieron encerrados en su oficina, armando una propuesta para la mesa directiva; lo que redujo a cero la interacción de los inversionistas latinos dentro de la compañía.