¡dígame dónde está!

La habitación era una obra maestra de lujo y sofisticación. Las paredes estaban adornadas con tapices bordados con hilos de oro, y el suelo estaba cubierto por una alfombra gruesa de tonos profundos, amortiguando cualquier ruido. El aire estaba impregnado con el sutil aroma de aceites esenciales, una mezcla de lavanda y sándalo que promovía la relajación. Los muebles eran de madera noble, tallados con maestría, y las cortinas, hechas de terciopelo pesado, enmarcaban ventanas enormes que ofrecían una vista impresionante de las tierras circundantes.

Phoenix descansaba sobre la cama con dosel, sus sábanas suaves como la seda contrastando con la inquietud que invadía su cuerpo. La camisola beige que llevaba puesta era de un tejido tan fino que apenas parecía estar allí. El silencio pesado de la habitación se rompió abruptamente cuando sus ojos se abrieron, desorbitados, su pecho jadeando con una respiración acelerada. La sensación de desorientación fue inmediata. Su último recuerdo había
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