¡Déjalo y entra!

Dentro de la cueva húmeda y fría, Phoenix se acomodó con dificultad, tratando de encontrar una posición que aliviara la presión en su vientre. Los vientos aullaban con una intensidad aterradora, azotando la entrada de la cueva como si quisieran arrancar la roca de la montaña. Afuera, Turin se mantenía firme, su cuerpo rígido, atento a cada movimiento en el campo de batalla que se desarrollaba a la distancia. Las corrientes de aire llevaban el olor metálico de la sangre y el rugido de la guerra, y él podía percibir cada detalle a través de sus sentidos agudizados.

Una fuerte patada dentro de su vientre hizo que Phoenix se doblara de dolor, sus dedos apretando instintivamente la roca fría bajo ella. Cerró los ojos y respiró hondo, tratando de contener la incomodidad, pero la sensación punzante persistió.

-¿Estás bien? -La voz de Turin resonó dentro de la cueva, firme, pero cargada de preocupación.

Phoenix acarició su vientre con delicadeza, como si el contacto pudiera calmar la tormenta
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