¿A dónde vas, Ulrich?

El Lycan recorría el bosque con pasos pesados, cada movimiento cargado de una furia casi palpable. Los músculos tensos bajo su gruesa piel palpitaban con la rabia de haber sido engañado. Aquello, sin duda, había sido idea de Phoenix. La capa y el camisón dejados en la cueva fueron un insulto, una provocación silenciosa que incendiaba su sangre. Pero más que la ira por haber sido burlado, era su cercanía lo que lo atormentaba. Ella había estado cerca. Muy cerca. Y él la había dejado escapar.

Ulrich no retrocedería hasta encontrarla. O mejor dicho, hasta encontrar a los dos. Mastiff, en su mente, rugía en concordancia.

— ¡Vamos a despedazar a ese maldito! —

La voz ronca del lobo resonó en su cabeza.

Los ojos dorados del Lycan brillaron con una luz depredadora mientras se lanzaba entre los árboles, sus garras desgarrando el suelo húmedo. Cada olor del bosque se intensificaba en sus fosas nasales: musgo mojado, el hierro distante de la sangre dejada en el campo de batalla, la made
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