Ulrich estaba de pie junto a la ventana, con los brazos cruzados y una expresión seria. El peso de la responsabilidad parecía más grande que nunca. Cuando los nobles entraron, no se giró de inmediato, esperando a que la puerta se cerrara antes de hablar."Majestad", dijo el marqués Alistair Dewhurst, con un tono ligeramente desafiante. "Esperamos instrucciones claras sobre cómo proceder ante esta situación."Ulrich respiró hondo y se giró para enfrentarlos."Tendremos que cerrar todas las fronteras. No solo aquí en Rivermoor, sino en todo el reino."La declaración fue recibida con un murmullo de voces entre los nobles. Ulrich levantó la mano, silenciándolos."Conde Leopold Riverhaven y Lord Gregor Stormvale, ustedes serán responsables de garantizar la máxima seguridad en los canales del Gran Río. Quiero soldados patrullando todas las rutas navegables y un monitoreo constante de las aguas alrededor de Rivermoor. Desplieguen fuerzas adicionales en todo el perímetro."El conde asintió, a
Phoenix pasó el día sumida en una mezcla de ansiedad y actividades incesantes. Sus damas de compañía, Genevieve, Isadora y Eloise, la ayudaban a guardar los baúles, doblando ropa y organizando objetos mientras ella intentaba ahuyentar la creciente inquietud en su pecho.Cada gesto suyo era automático, como si sus manos se movieran solas, mientras su mente estaba atrapada en la misma pregunta:"¿Vendrá Ulrich?"El tiempo parecía avanzar con lentitud, y las pequeñas conversaciones entre las damas pasaban desapercibidas para Phoenix. La tarde finalmente llegó, y con ella, el momento que temía y anhelaba al mismo tiempo."Majestad," dijo Eloise suavemente, interrumpiendo sus pensamientos. "Es hora de prepararse."Phoenix respiró hondo y se levantó, permitiendo que sus damas eligieran un vestido sencillo: lino blanco con bordados verdes. La capa ligera de algodón y las sandalias de cuero completaron el conjunto, dándole una apariencia modesta pero elegante.Eloise, con dedos hábiles, comen
Al entrar en el salón principal del templo, Phoenix quedó sin palabras. El espacio era vasto, con un techo abovedado pintado con imágenes vívidas de ríos, cascadas y criaturas acuáticas legendarias. El suelo era de mármol pulido, reflejando la luz que emanaba de lámparas colgantes que proyectaban suaves ondulaciones, imitando el movimiento del agua. En el centro del salón, una enorme fuente de mármol blanco con vetas azuladas dominaba la escena. Tenía la forma de una copa invertida, con escalones en cascada por los que el agua fluía delicadamente hacia una piscina natural en la base, llamada el Espejo de las Aguas. El sonido del agua goteando era casi hipnótico. En la parte superior de la fuente había una escultura de una figura femenina que representaba a Mira, la Peeira, con las manos extendidas como si ofreciera algo al mundo. "De las manos de Mira," explicó Odalyn con voz suave, "brotará agua cristalina si la bendición es concedida. Y, al final, mirarán las aguas del Espejo.
Phoenix rompió el silencio, su voz clara y firme, pero cargada de emoción: "Yo, Phoenix, me arrodillo ante la fuerza de mi Alfa, no como señal de sumisión, sino como prueba de mi lealtad y respeto. Juro ser tu compañera, tu guía en las sombras y tu luz en la oscuridad. Ofrezco mi sabiduría para equilibrar tu fuerza, mi corazón para proteger tu manada y mi alma para caminar a tu lado hasta que la luna ya no brille. Prometo luchar a tu lado en las batallas, aliviar tus dolores en las pérdidas y celebrar tus victorias como si fueran mías. A partir de hoy, soy tu Luna, tan fuerte como la luz de la luna que guía a la manada." Sus ojos no se apartaron de los de él mientras hablaba, cada palabra cargada de sinceridad. Su voz parecía resonar no solo en el salón, sino también en el corazón de Ulrich. É
El pasillo del palacio estaba silencioso, pero el sonido de los pasos de Lady Evelyne Rivestone resonaba como una tormenta de ira contenida. Su expresión era rígida, los labios apretados en una línea fina, y las manos crispaban la tela del vestido, como si apenas pudiera contener su indignación. Mientras atravesaba las amplias galerías iluminadas por candelabros, la mente de Evelyne hervía. No podía creer lo que había presenciado esa mañana. Al llegar a la puerta del despacho del duque Karl Dubois, Evelyne ni siquiera se molestó en tocar. Empujó la pesada puerta de madera, entrando como un huracán. El duque estaba tranquilamente sentado en una silla de cuero, un cigarro colgando de sus labios, el humo retorciéndose perezosamente en el aire mientras hojeaba un informe. Al escuchar la puerta abrirse bruscamente, levantó la mirada, sin prisa. "Ah, Evelyne," dijo el duque, soltando un perfecto anillo de humo. "Parece que alguien está particularmente animada esta tarde. ¿Ocurrió algo i
El regreso al palacio, iluminado por el brillo plateado de la luna, estuvo marcado por un silencio inquietante. La comitiva avanzaba a un ritmo deliberado y, aunque las expresiones de los presentes reflejaban alegría, había una tensión latente en el aire. Ulrich y Phoenix, caminando lado a lado, compartían sonrisas discretas, pero ambos estaban sumidos en sus pensamientos. Las imágenes sombrías que habían presenciado durante la ceremonia en el Templo de las Aguas seguían grabadas en sus mentes, un cruel recordatorio de las incertidumbres que se cernían sobre el futuro. A su alrededor, la vizcondesa Odalyn Moorfield y el vizconde Edwin Moorfield intercambiaban breves palabras, sus voces como una melodía distante. Detrás de ellos, las damas de compañía de Phoenix —Genevieve, Isadora y Eloise— conversaban entre sí, intentando aliviar la atmósfera con comentarios sobre la ceremonia. Sin embargo, ni siquiera su ligereza podía disipar el peso que recaía sobre la pareja real. Al llegar a
Ulrich retrocedió un paso, sus piernas de repente débiles. Miró a Phoenix, que seguía durmiendo serenamente, ajena a su descubrimiento. Lo que sentía era una mezcla de emociones tan intensas que era difícil nombrarlas: sorpresa, incredulidad, temor... y una chispa de alegría. Se acercó de nuevo, inclinándose para quedar a la altura de su vientre. Por un momento, solo escuchó. El sonido del pequeño corazón era una melodía peculiar, diferente a todo lo que había experimentado antes, pero que, de alguna manera, parecía perfectamente natural. Era su hijo. Su hijo y el de Phoenix. "Mi hijo... Nuestro hijo." El lobo dentro de él, Mastiff, permaneció en silencio, pero Ulrich podía sentir su presencia, calmada por primera vez en mucho tiempo. ¿Qué significaba eso? ¿Qué representaría este nuevo ser para el Norte? ¿Para ellos? Sus ojos, brillando en la penumbra, se fijaron en Phoenix, que dormía profundamente. Inocente. Serena. Ajena a la tormenta que acababa de desatarse dentro de él.
La luz de la mañana entraba por las cortinas de tela fina, iluminando la habitación de una manera suave y acogedora. Phoenix despertó con el cálido sol acariciando su rostro y se dio cuenta de que estaba sola en la cama. Se estiró, sintiendo cómo sus músculos se despertaban lentamente, pero antes de preguntarse dónde estaba Ulrich, la puerta se abrió con un leve chirrido.Ulrich entró cargando una enorme bandeja repleta de comida. Era una visión casi cómica: frutas frescas, panes, quesos, lonchas de carne e incluso pequeños dulces ocupaban cada centímetro de la bandeja. "Buenos días," dijo con una sonrisa, sus ojos brillando con algo que Phoenix no pudo identificar de inmediato. Ella inclinó la cabeza, observando la montaña de comida. "Ulrich... ¿Te levantaste hambriento o esto es para alimentar a todo el ejército del Norte?" Él simplemente rio, acercándose a la cama. Antes de responder, se inclinó y la besó suavemente en los labios, el calor del toque enviando una ola de conf