Un murmullo nervioso recorrió el salón, pero nadie se atrevió a responder. Ulrich dejó que el silencio se prolongara, saboreando el miedo que emanaba de cada persona presente. Sus dedos se crisparon en los brazos del trono hasta que, con un movimiento brusco, golpeó el puño contra el respaldo. El sonido retumbó como un trueno, haciendo que algunos de los presentes se encogieran."¿Realmente creen que soy lo suficientemente estúpido como para pensar que Phoenix podría conseguir un carruaje por su cuenta y desaparecer sin dejar rastro?" Su voz se elevó en un gruñido amenazante. "Huelo mentiras en este salón. No crean que pueden engañarme."El rey se levantó del trono con un movimiento fluido, su presencia volviéndose aún más amenazadora. Caminó lentamente, sus pasos resonando en el silencio mortal. A cada persona que pasaba, sus ojos afilados escudriñaban más que sus expresiones; buscaba el más mínimo rastro de culpa.Cuando se detuvo frente a los guardias responsables de vigilar los ap
La madrugada aún envolvía el bosque en sombras densas cuando Turin forzó al caballo a un trote rápido, sujetando a Phoenix con firmeza contra su pecho. El viento cortante azotaba su rostro, pero no era nada comparado con el torbellino en su mente. Detrás de ellos, los primeros rayos del sol se alzaban como una promesa distante, tiñendo el horizonte en tonos anaranjados. Fue ese destello el que llamó su atención.-¿A dónde vamos? -La voz de Phoenix rompió el silencio, más firme de lo que realmente se sentía.Turin ajustó las riendas, con los ojos fijos en el sendero sinuoso frente a ellos.-Muy lejos de él, como pediste.Phoenix apretó los labios, su corazón latiendo en un ritmo frenético.-Sí, pero ¿a dónde? -Se inclinó ligeramente, mirando hacia atrás-. El sol... Estamos yendo hacia el oeste.-Sí, a un lugar seguro. Los sobrevivientes de otras ciudades se han reagrupado en un asentamiento secreto por allí -su voz era dura, inflexible.Pero Phoenix negó con la cabeza, sintiendo cómo s
Ulrich estaba en las puertas de Goldhaven, los músculos tensos mientras sus ojos depredadores recorrían la oscura línea del bosque. El cielo, antes iluminado por los últimos vestigios del amanecer, ahora se volvía sombrío y cargado. Nubes pesadas se acumulaban, girando como si el propio cielo estuviera a punto de desplomarse. En lo alto de los muros de Goldhaven, Elysia levantaba los brazos, sus pálidas manos brillando con poder. Su dominio sobre el viento y la tormenta era absoluto, un arma que Ulrich planeaba usar al máximo.Detrás de él, el ejército de Goldhaven estaba en posición. Arqueros alineados con precisión, cada uno con flechas envenenadas con acónito, el temido matalobos. Las catapultas, cargadas con proyectiles impregnados con la misma toxina, estaban apuntadas hacia el borde del bosque. Ulrich sabía que no podían permitir que los lobos dorados de Lucian avanzaran; cada segundo perdido podía costar la ciudad.Respiró hondo, sintiendo el aroma metálico de la guerra en el a
Dentro de la cueva húmeda y fría, Phoenix se acomodó con dificultad, tratando de encontrar una posición que aliviara la presión en su vientre. Los vientos aullaban con una intensidad aterradora, azotando la entrada de la cueva como si quisieran arrancar la roca de la montaña. Afuera, Turin se mantenía firme, su cuerpo rígido, atento a cada movimiento en el campo de batalla que se desarrollaba a la distancia. Las corrientes de aire llevaban el olor metálico de la sangre y el rugido de la guerra, y él podía percibir cada detalle a través de sus sentidos agudizados.Una fuerte patada dentro de su vientre hizo que Phoenix se doblara de dolor, sus dedos apretando instintivamente la roca fría bajo ella. Cerró los ojos y respiró hondo, tratando de contener la incomodidad, pero la sensación punzante persistió.-¿Estás bien? -La voz de Turin resonó dentro de la cueva, firme, pero cargada de preocupación.Phoenix acarició su vientre con delicadeza, como si el contacto pudiera calmar la tormenta
El viento cortante soplaba entre los cabellos negros de Phoenix mientras se aferraba al pelaje gris de Turin, su mente dividida entre el dolor en su vientre y el miedo constante de ser encontrada. La fricción de su piel desnuda contra el lobo era una molestia distante en medio de la tensión que la consumía. Tenía otras prioridades.La primera: mantener el hechizo Vacuum Custodire activo, creando un espacio seguro a su alrededor que anulaba cualquier rastro de olor o vibración que Ulrich pudiera rastrear. El hechizo exigía concentración absoluta, absorbiendo lentamente su energía, pero era lo único que los separaba de la furia del Lycan.La segunda: proteger a su bebé. Cada sacudida, cada paso feroz de Turin enviaba oleadas de dolor agudo a través de su vientre, y sentía los movimientos inquietos de la criatura creciendo dentro de ella. El miedo a caer, a lastimar a ese pequeño ser que había jurado proteger, era un peso que la asfixiaba.La tercera: Ulrich. O mejor dicho, el monstruo e
El Lycan recorría el bosque con pasos pesados, cada movimiento cargado de una furia casi palpable. Los músculos tensos bajo su gruesa piel palpitaban con la rabia de haber sido engañado. Aquello, sin duda, había sido idea de Phoenix. La capa y el camisón dejados en la cueva fueron un insulto, una provocación silenciosa que incendiaba su sangre. Pero más que la ira por haber sido burlado, era su cercanía lo que lo atormentaba. Ella había estado cerca. Muy cerca. Y él la había dejado escapar. Ulrich no retrocedería hasta encontrarla. O mejor dicho, hasta encontrar a los dos. Mastiff, en su mente, rugía en concordancia. — ¡Vamos a despedazar a ese maldito! — La voz ronca del lobo resonó en su cabeza. Los ojos dorados del Lycan brillaron con una luz depredadora mientras se lanzaba entre los árboles, sus garras desgarrando el suelo húmedo. Cada olor del bosque se intensificaba en sus fosas nasales: musgo mojado, el hierro distante de la sangre dejada en el campo de batalla, la made
Phoenix y Turin avanzaban con determinación por el Reino del Valle del Norte. La joven reina permanecía firme sobre el lomo del lobo gris de Turin, mientras el paisaje árido y salvaje pasaba como un borrón. Habían dejado atrás las colinas humeantes y los acantilados de hierro, cruzando bosques densos hasta alcanzar una región de escasa vegetación. Los pocos árboles dispersos formaban sombras frágiles a lo largo de las orillas del canal que serpenteaba por las tierras.Cuando las robustas murallas de Stormhold surgieron en el horizonte, Turin redujo el paso. Levantó la cabeza, olfateando el aire denso y húmedo, y dijo con voz grave:—Hemos llegado al territorio de Stormhold.Phoenix miró a su alrededor, sus ojos azules centelleaban con una mezcla de cansancio y alivio. Cada paso los acercaba a Skogdrann, al futuro y a la libertad. Inhaló profundamente, sintiendo el peso del momento.—¿Vamos a descansar aquí? —preguntó ella, esperando algún indicio de alivio.—De ninguna manera. —Turin
El corazón de Phoenix se aceleró, latiendo tan fuerte que parecía resonar en sus oídos.— ¿Qué pasa? — Jadeante, intentó levantarse con dificultad, pero los dolores punzantes en su vientre la hicieron gruñir de protesto.Turin se acercó, sus músculos tensos como cuerdas estiradas.— Tenemos que correr — afirmó con firmeza, aunque la preocupación nublaba su mirada.— ¿Correr? — Phoenix casi se rio, pero otra contracción le robó el aliento. — No puedo ni levantarme.Un rugido distante cortó el aire, helando la sangre de Phoenix. Turin gruñó en respuesta, sus ojos entrecerrados en concentración.— Ahora — insistió. — Por el bien del bebé.Antes de que Phoenix pudiera protestar, Turin la levantó con cuidado en sus brazos, su calor envolviéndola como un escudo contra el frío creciente. La transformación llegó en un abrir y cerrar de ojos: huesos alargándose, músculos moldeándose, hasta que el lobo gris estuvo frente a ella nuevamente.Phoenix intentó montar en su lomo, pero su cuerpo debil