La sala del trono estaba sumida en un silencio casi palpable, interrumpido solo por el sonido rítmico de las gotas de lluvia golpeando las altas ventanas y el leve chisporroteo de las antorchas en las paredes de piedra. Turin, el beta de Ulrich, estaba sentado en su lugar habitual, con la mirada perdida en los detalles grabados en el piso de mármol. La reciente noticia de que el pueblo había elegido a Lucian como nuevo líder resonaba como un trueno en su mente. Unos pasos apresurados interrumpieron su reflexión. Uno de los guardias entró, deteniéndose a una distancia respetuosa antes de inclinarse ligeramente. "Señor Turin," anunció el guardia con voz firme. "El arzobispo Franz Walsh y el anciano Aurelius han llegado." Turin levantó la vista, sus rasgos duros ocultando cualquier atisbo de emoción. "Hazlos pasar." El guardia hizo una reverencia y se retiró. Unos segundos después, las pesadas puertas dobles de la sala del trono se abrieron, revelando las figuras del arzobispo F
Turin salió de la sala del trono, sus pasos resonando en el largo pasillo de piedra. La expresión en su rostro era sombría, y su corazón latía como tambores de guerra. Cada movimiento parecía calculado, casi depredador. Atravesó el castillo con prisa, ignorando las miradas curiosas de los pocos sirvientes que cruzaron su camino. Al llegar a la sala de los ancianos, abrió las pesadas puertas sin ceremonias.Dentro, Eldrus estaba sentado a la cabecera de una mesa rodeado por otros ancianos. El ambiente olía a velas de cera y pergaminos antiguos. Eldrus alzó la mirada con calma, pero su expresión se endureció al ver a Turin."Necesito hablar contigo. A solas," dijo Turin, su voz cargada de urgencia.Los demás ancianos intercambiaron miradas, vacilando por un momento. Eldrus levantó la mano, un gesto que los hizo levantarse de sus sillas sin cuestionar. Uno a uno, salieron en silencio, dejando solo a Eldrus y Turin en la sala.Cuando la puerta se cerró, Eldrus apoyó las manos sobre la mes
La celda estaba húmeda, fétida y mal iluminada por una única vela parpadeante. Los ojos de Turin se fijaron en una cama arrimada a la pared. Las sábanas oscuras parecían cubrir algo, o a alguien. Escuchó un gemido débil y caminó hacia el sonido."¿Naomi?" llamó, con una voz firme pero teñida de preocupación.No hubo respuesta. Turin se arrodilló junto a la cama y tiró de la manta. La visión que lo esperaba hizo que su corazón se acelerara. Naomi yacía pálida, con los ojos entrecerrados y las sábanas manchadas de sangre fresca."¡Naomi!" volvió a llamarla, con el desespero creciendo en su voz.Ella abrió los ojos con esfuerzo, su respiración superficial."Perdón…" murmuró, casi inaudible.Turin la sostuvo con cuidado en sus brazos, mientras la rabia y la culpa competían por dominar su corazón."¿Qué sucedió? ¿Quién te hizo esto? ¡Háblame!"Naomi movió los labios, pero las palabras eran débiles."Perdón…"Él negó con la cabeza, intentando contener las lágrimas que comenzaban a formarse.
El aire en el harén era denso, cargado con perfumes dulces y el murmullo constante de las concubinas. El lugar, adornado con cojines de terciopelo y cortinas diáfanas, exudaba un lujo opresivo. Willow entró sosteniendo la copa de vino que Aurelius le había entregado, sus dedos firmes alrededor del delicado cristal. Avanzó con pasos calculados, la determinación en su rostro eclipsando cualquier fragilidad que pudiera mostrar.Las mujeres, esparcidas por el lugar, conversaban entre risas apagadas. Amara peinaba el cabello de Aisha; Layla y Zahra tejían cerca de la ventana, mientras Samira reía ante un chiste de Savannah. Todas las miradas se dirigieron hacia Willow cuando esta se sentó frente a un gran espejo dorado.Willow mantuvo la mirada fija en su reflejo, con la mente ocupada en pensamientos sombríos. Aurelius le había dado una misión, una última misión: matar a Turin. Las implicaciones de esto no eran simples, pero sabía que vacilar no era una opción. Ya había demostrado su lealt
Willow entró, vacilante, mirando a su alrededor como si esperara que todo aquello fuera una trampa. El sirviente se quedó en la entrada, haciendo una nueva reverencia."Estos son sus nuevos aposentos, Lady Willow," anunció, con voz calmada y respetuosa.Willow se giró lentamente para mirarlo, la sorpresa visible en sus ojos."¿Mis nuevos aposentos? ¿Por orden de quién?""Del señor Turin," respondió el sirviente.Ella sintió su corazón acelerarse por un breve instante."¿Y no dijo nada más?"El sirviente negó con la cabeza."No, señora. Solo que debía asegurarme de que todo estuviera listo para su llegada. Si necesita algo, solo llámeme."Con eso, el sirviente hizo otra reverencia y salió, cerrando las pesadas puertas tras de sí.Willow permaneció inmóvil, asimilando lo que acababa de ocurrir. Sus dedos aún sostenían la copa de vino mientras su mirada recorría los detalles de la habitación. Ese era un gesto inesperado de Turin, pero no podía decidir si era un regalo o un golpe cuidados
Willow soltó un suspiro ahogado antes de desplomarse de lado, su cuerpo inerte cayendo sobre el lujoso sofá. La luz de la chimenea danzaba en sus ojos vidriosos mientras la sala se sumía en un pesado silencio, interrumpido solo por el crepitar de las llamas.Turin permaneció allí por un momento, mirando el cuerpo de Willow, con una expresión marcada por una mezcla de triunfo y pesar.Se levantó lentamente, tomando la copa de vino de la mesa. La acercó a su nariz e inhaló profundamente, confirmando el sutil aroma a veneno que Willow pensó que él no notaría."Fuiste buena en el juego, Willow..." murmuró antes de verter el vino en el suelo. "Pero no lo suficiente."Sin mirar atrás, salió de la habitación, cerrando la puerta tras de sí. El sonido de sus pasos se perdió en los pasillos mientras la noche continuaba su curso. Sin embargo, pronto notó algo fuera de lo común. Los guardias parecían inquietos.Algunos pasaban apresurados, lanzándole miradas furtivas. Otros permanecían inmóviles
Turin volvió a su forma humana, con los músculos tensos y la respiración pesada después de la brutal lucha. La sangre seca en su piel y las heridas abiertas no lo detenían; sabía que debía continuar. Eldrus debía ser advertido. No había tiempo que perder.Comenzó a recorrer los pasillos nuevamente, ahora con pasos más rápidos. Sus sentidos estaban agudizados, listos para reaccionar ante cualquier amenaza. Pronto, nuevos guardias aparecieron frente a él, algunos en forma humana, otros ya transformados en lobos, bloqueando su camino.Sin dudarlo, Turin avanzó. Su entrenamiento como beta y su feroz determinación lo hacían casi imparable. Esquivó una lanza que pasó rozando su hombro, golpeando al guardia con un puñetazo que lo lanzó contra la pared. Cuando un lobo intentó atacarlo por un costado, Turin se lanzó sobre él, derribándolo al suelo y rompiéndole el cuello con un movimiento rápido y preciso.Por cada pasillo que atravesaba, más guardias se interponían en su camino, pero Turin no
El círculo alrededor de la hoguera estaba silencioso, salvo por el crujir de las llamas que proyectaban sombras danzantes sobre los rostros sombríos de los hombres allí reunidos. Turin, con la mirada fija en las llamas, comenzó a hablar. Su voz era grave, cargada de cansancio y culpa. "El ataque fue rápido. En cuestión de horas, la ciudad estaba en llamas, y apenas logramos reunir a los que quedaban." Ulrich, sentado al lado opuesto del fuego, entrecerró los ojos; su postura rígida delataba la tensión acumulada. Su voz cortó el silencio como una hoja afilada. "¿Cuántos escaparon?" Turin bajó la mirada al suelo por un momento, respirando profundamente antes de responder. Su voz salió baja, casi un susurro. "Unos pocos... tal vez un centenar. Muchos se quedaron para luchar y morir. Cuando nos dimos cuenta de que no había forma de ganar, enviamos a algunos supervivientes al Oeste, al Reino de Rowan." Eldrus, apoyado contra un árbol cercano, levantó la cabeza con esfuerzo. Su