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—No lo harás. Llego pronto—. Ella respondió y él asintió en señal de comprensión. Cecile desvió la mirada hacia Isabella.

—Has traído a tu ayudante—. Afirmó Cecile y Isabella levantó los ojos de la mesa que había estado mirando durante un buen rato. Esta situación la ponía muy incómoda.

Enrique miró a Cecile con diversión en los ojos.

—Si hubiera sabido que podíamos hacer eso; habría traído el mío—. Añadió Cecile, todavía con la misma sonrisa en la cara.

Enrique dejó escapar una risita y Isabella se preguntó por qué aquella situación no le incomodaba en absoluto.

—Sí. Cada día es un nuevo día y con un nuevo día vienen los cambios—. Afirmó, gustándole cada pedacito de lo que estaba sucediendo. Aunque Cecile mantuvo la sonrisa y movió las cejas una vez ante su afirmación, él creía que su compostura no duraría hasta el final. Tarde o temprano, tendría que cambiar de opinión. Traer a Isabella era sólo su primer paso. Las mujeres eran celosas por naturaleza.

Un camarero se acercó a ellos c
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