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—¿Cómo es que te sientes cómoda durmiendo en cualquier sitio?—. Hizo la pregunta, más bien retórica. Isabella no pudo evitar mirarle, un poco sorprendida de verle con gafas. Enrique ignoró la cara de sorpresa de ella.

—Sígueme—. Ordenó, mientras se volvía hacia la puerta. Isabella vaciló un poco antes de conseguir levantarse sobre sus dos pies.

—Camina más rápido. No abriré esta puerta si te quedas encerrada fuera una vez más—. Habló mientras volvía a entrar en su casa. Aunque odiaba sus tripas, él todavía tenía un punto, así que ella reunió su poca fuerza para dejar su bolso y lo siguió rápidamente adentro antes de que la puerta se cerrara detrás de ella.

—Detente—. Le ordenó mientras se giraba hacia ella con una mano tendida para que se detuviera. Ella se quedó inmóvil, un poco sorprendida por su repentina orden. Mirándole fijamente, se dio cuenta de que se había cambiado la ropa por algo mucho más sencillo. Una sudadera y un pantalón holgado. Llevaba el pelo suelto hasta los hombro
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