Capítulo 3

•Ada Sloan•

No podía ver absolutamente nada, lo que me hizo entrar en pánico al instante.

Estaba encerrada en un ascensor con un desconocido en completa oscuridad, le tenía miedo al contacto físico y la ansiedad era mi mejor aliada en esos casos, por lo que no demoró en aparecer.

No, no, no.

Intenté calmar mis nervios, pero cada segundo que pasaba, la ansiedad se apoderaba de mi cuerpo y me impedía poder estar en completa tranquilidad, así como lo estaba aquel hombre.

¿Y si se trataba del mismo imbécil que años atrás creó los traumas con los que hoy en día me tocaba lidiar?

—Tranquila, al parecer se fue la luz o se trata de una falla técnica con el ascensor —su voz me sacó de mis pensamientos y me pegué más a la pared al notar como me miraba.

No lo hacía de mala manera, al contrario, su mirada era cálida y trataba de transmitir tranquilidad, pero a esas alturas yo solo podía pensar en mi pasado.

En aquella noche donde mi vida cambió por completo y quedó marcada para siempre.

Desde ese día no confiaba en nadie, por lo que estar en ese reducido lugar con ese hombre, solo lograba ponerme más nerviosa de lo normal.

Sin poder evitarlo, comencé a llorar desconsoladamente y me dejé caer al piso del ascensor haciéndome bolita.

La ansiedad estaba haciendo de las suyas conmigo, me estaba costando demasiado respirar y la cara me comenzaba a hormiguear, sin mencionar los fatídicos pensamientos que pasaban por mí mente en ese instante.

Al notar como quería acercarse a mí, me alejé rápidamente y me arrastré por el suelo hasta el otro extremo del ascensor.

Sabía que parecía una loca esquizofrenia con esa actitud, pero no podía evitarlo, mi cuerpo estaba a la defensiva.

—¡No te acerques! —exclamé presa de los nervios y con las lágrimas corriendo por mis mejillas.

Él me miró con el ceño fruncido y, para mí sorpresa, se arrodilló junto a mí a una distancia considerable.

—Tranquila, no te voy a hacer daño, solo quiero ayudarte —dijo con voz tranquila y lo miré de vuelta aún en medio de mi trance.

—No me importa, igual no te acerques —le exigí con la voz rota y él frunció más el ceño, pero aún así no dijo nada más.

Se terminó de sentar cerca de mí, dejó el teléfono boca arriba en el suelo, logrando que la linterna alumbrara todo el lugar y me miró fijamente.

Él a lo mejor no entendía nada de lo que estaba pasando, pensaba que estaba loca y solo me seguía la corriente porque creía que le haría daño en cualquier momento.

Pero lo que no sabía era que la persona dañada era yo, que quienes necesitábamos ayuda éramos mi niña interior y yo.

Mi pecho quemaba por la falta de oxígeno, sentía que en cualquier momento perdería la consciencia y tenía miedo de morir allí, en el ascensor del hospital en compañía de un guapo desconocido.

Sin poder resistirme más, me acosté en el piso del ascensor boca arriba e intenté respirar tanto como mis pulmones me lo permitieron, pero, al no poder lograrlo, lloré fuertemente y comencé a desesperarme.

El desconocido por su parte se acercó rápidamente a mí, me tomó por la nuca y me hizo mirarlo a los ojos.

—Mírame y respira conmigo —me ordenó al instante y negué rápidamente al intentarlo y no poder llevar aire a mis pulmones.

—N-no puedo —le respondí como pude y él maldijo en voz alta.

Me soltó para quitarse el saco, colocarlo en el piso y recostar mi cabeza encima del mismo. Luego, tomó nuevamente mi rostro entre sus manos.

—Vas a respirar conmigo pausadamente, ¿Entendido? —lo miré nuevamente a los ojos y asentí.

No sabía si sería capaz de lograrlo, pero algo en su mirada me decía que era alguien de fiar.

No recordaba exactamente cuándo fue la última vez que tuve una cita con alguien, ni cuando fue la última vez que besé a un apuesto hombre como el que estaba frente a mí pidiéndome que respirara con calma.

Desde aquella noche donde me tocaron sin mi consentimiento mientras dormía, todo cambió radicalmente en mi vida.

No toleraba el contacto físico, me daba miedo relacionarme con alguien y descubrir que se trataba del mismo hombre que aquella noche aprovechó que todos estaban dormidos para colarse en mi habitación y tocarme mientras dormía.

—¡Respira conmigo, maldición! —me exigió con voz dura al notar como me desesperaba cada vez más por no poder respirar.

Así que lo hice, comencé a respirar como él me lo indicaba e ignoré sus manos en mi rostro, las ignoré porque a pesar de mi miedo al contacto físico, me gustaba la sensación que dejaban en mí.

Pasados varios minutos, mi respiración comenzó a ser más calmada y el hormigueo en mi cara comenzó a desaparecer.

—¿Te sientes mejor? —me preguntó luego de unos segundos en completo silencio y asentí.

Gracias a ese desconocido el ataque de ansiedad había cesado.

Increíblemente, ser calmada por él en medio de uno de mis ataques de ansiedad había sido todo un logro, no toleraba que nadie me tocara ni se acercara a mí y menos en un momento como ese.

—Muchas gracias, sentí que iba a morir aquí —le confesé y él río.

—Pues me alegra haberte podido ayudar, créeme que me desesperé al verte llorar y casi sin respiración.

Le sonreí en respuesta y me senté nuevamente, alejando sus manos de mi rostro. Pegué mi espalda en la pared del ascensor y respiré hondo, esta vez con éxito.

—Se supone que ya debería estar acostumbrada a dichos ataques y aprender a lidiar con ellos, pero siento que cada vez es más difícil —confesé luego de unos minutos.

Me sentía mal conmigo misma por no poder ser fuerte en un momento como ese y olvidar todo lo que viví aquella agónica noche.

—Es completamente entendible y no pasa nada, en casos como esos solo debes tratar de mantener tu mente enfocada en cosas positivas y todo fluirá para bien.

Le sonreí en respuesta y me quedé mirando un punto fijo.

Pero salí de mis cavilaciones cuando él sacó varios caramelos del bolsillo de su saco y me lo tendió.

Lo miré dudosa pero aún así los acepté, al parecer estaríamos mucho rato en el ascensor.

—Por cierto, soy Vlad Vólkov —me tendió su mano y la acepté estrechándola al instante.

—Un gusto, soy Ada Sloan —le respondí de vuelta y él sonrió.

—Bonito nombre, el día que tenga una hija la llamaré como tú —me ruboricé al oírlo y traté de que no se diera cuenta de que su comentario había despertado mariposas en mí estómago.

Luego de tantos años, por fin alguien había logrado despertar en mi emociones que creía muertas. Algo que solo lograba darme algo de miedo, pues sabía que eso me hacía un poco más vulnerable de lo normal.

Y más con él, quién era un desconocido del que probablemente no volvería a saber más.

Destapé un caramelo y me lo llevé a la boca, disfrutando el sabor del mismo en mi paladar. Él imitó mi acto al instante y reí al escucharlo gemir de dolor cuando por accidente se mordió la lengua.

Sin poder evitarlo, solté una carcajada y él me miró mal. 

—¿Qué es tan gracioso?

—Que te mordiste la lengua de una manera tan ridícula —dije en medio de risas y él imitó mi acto al instante.

—En mi defensa diré que es por tu belleza que me ha dejado encantado —confesó y me quedé pasmada en mi sitio y sin saber qué decir.

—Yo... —dejé la palabra a medias cuando él sonrió y me miró fijamente —. Gracias —dije finalmente y con el corazón a mil por segundo.

—¿Te puedo preguntar algo? —asentí —. ¿Por qué no querías que me acercara a tí al principio?

Me tensé al escuchar su pregunta y miré a todos lados intentando ganar tiempo para inventar algo que sonara creíble.

En definitiva no le podía decir la verdad, no tenía el valor para hacerlo y menos con él, alguien a quien no conocía del todo.

—Por nada, son cosas del pasado que es mejor dejar en su lugar —dije rápidamente y no pasó desapercibido para mí como tensó la mandíbula y le cambió el rostro radicalmente.

—¿Quién fue, Ada? —preguntó con los dientes apretados y volteé a verlo rápidamente. 

¿Cómo sabía de mi pasado? ¿Acaso fui demasiado obvia?

No, no es posible.

Cualquier persona le puede tener miedo al contacto físico sin necesidad de vivir lo mismo que yo, ¿O no?

—Sí lo sabes, pero tienes miedo y no quieres admitirlo —dijo finalmente y temblé al escucharlo.

Lo sabía, él lo sabía, carajo.

Pero, ¿Cómo?

Primera vez en mi vida que lo veía, ¿Cómo era posible que supiera sobre mi pasado?

Absolutamente nadie sabía sobre eso, ni mi mejor amiga que era casi como una hermana para mí.

Era tanto el miedo que sentía de hablar, que decidí no mencionarlo con nadie y llevarme ese secreto a la tumba.

Prefería eso a vivir con el miedo constante de que aquel hombre me hiciera daño nuevamente por hablar y denunciarlo.

—Lo siento, pero no entiendo a qué te refieres —repliqué al instante intentando convencerlo de mis palabras.

Aunque claro, mi voz temblorosa no ayudaba en lo absoluto.

Abracé mis piernas y dejé caer mi mentón encima de mis rodillas, todo esto ante la atenta mirada de Vlad, quién estaba visiblemente molesto por algo.

Quizá porque sabía que le estaba mintiendo.

Afortunadamente, no mencionó nada más al respecto y dejó el tema de conversación en el olvido, lo que fue un gran alivio para mí.

No me sentía cómoda hablando de ello con absolutamente nadie, por lo que prefería quedarme así en silencio y ya.

Pasaron los minutos y ninguno de los dos dijo absolutamente nada, logrando que el lugar quedara en un silencio sepulcral, pero cómodo.

Hice a un lado mis pensamientos cuando tomó su teléfono aún con la linterna encendida y comenzó a teclear algo en el mismo.

Aparté mi mirada y comencé a ver las paredes del ascensor para distraerme, pues no tenía mi teléfono encima y el aburrimiento comenzaba a hacer de las suyas conmigo.

—¿Quieres jugar Candy Crush conmigo? —su pregunta me sacó de mis pensamientos y me hizo voltear a verlo rápidamente.

¡Me encantaba ese juego desde que tenía uso de razón!

—¿De verdad? —pregunté entusiasmada y él asintió —¡Me encantaría! —exclamé emocionada y él rió al ver mi reacción, que al darme cuenta que era la de una niña pequeña, me sonrojé.

Él no dijo nada más y se sentó a mi lado, logrando que mi respiración se detuviera al instante, pero aún así intenté disimular todo lo que pude.

No quería darle a entender que su cercanía despertaba emociones que creía muertas hace tiempo.

Me tendió su teléfono y lo miré emocionada. Lo tomé al instante y, ante su atenta mirada, comencé a jugar.

Desde que había descubierto ese juego me había obsesionado con el mismo.

—¡Vaya, eres buenísima jugando! —dijo con emoción al ver como había ganado en cuestión de segundos.

Le sonreí en respuesta y le ofrecí el teléfono nuevamente.

—¿No quieres jugar más? —preguntó extrañado.

—Es tu turno, veamos si me puedes ganar —lo reté y él alzó una ceja al oírme.

—Ya verás que sí te ganaré, soy un crack —tomó el teléfono y comenzó a mover sus dedos en la pantalla del mismo jugando de manera ágil, logrando sorprenderme.

Pero al pasar los minutos, me reí al ver cómo perdió por falta de movimientos en el juego y me miró mal.

—¿Decías señor crack? —le pregunté con burla a lo que él río también.

—Está bien, perdí, pero que quede claro que muy pocas veces me sucede algo como eso —aclaró rápidamente y yo solté una carcajada al oírlo.

Al parecer no le gustaba perder, pero era muy decente al hacérmelo saber.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo