Capítulo 4

•Ada Sloan•

Él imitó mi acto y juntos reímos durante unos minutos donde se me olvidaron todos mis problemas, el lugar en el que nos encontrábamos y mi miedo a estar en un espacio reducido con una persona del sexo opuesto.

A los pocos minutos dejé de reír y, sin poder evitarlo, me quedé mirándolo fijamente al igual que él a mí, como si no existiera nada más a nuestro alrededor.

A pesar de la poca luz que había en el lugar, pude notar el azul de su mirada y me quedé embelesada con la misma. Tenía unos ojos realmente hermosos, sin mencionar sus largas y abundantes pestañas.

Bajé mi mirada hasta sus labios y noté como los relamía al sentir mi mirada en los mismos.

El sonido del juego seguía sonando de fondo, pero aún así ambos estábamos muy ocupados mirándonos mutuamente que no le préstamos atención a ese detalle.

Era un hombre realmente guapo, cualquier mujer en su sano juicio lo notaría, sin duda.

—¿Qué edad tienes, Ada? —su pregunta me sacó de mis pensamientos.

—Veintisiete, ¿Y tú?

—Treinta y dos —respondió orgulloso y lo miré sorprendida.

La verdad era que no los aparentaba en lo absoluto.

—Vaya, no los aparentas —le dije a lo que él sonrió en respuesta.

—Gracias, eso es un verdadero halago para mí.

Le sonreí en respuesta.

—¿Y tienes mucho tiempo graduada como médico? —preguntó nuevamente y negué.

—No, en unos meses cumpliré los dos años de haberme graduado —respondí de vuelta y él asintió.

Miré las hojas que se suponía debía entregarle a la doctora Russell y reí bajito al imaginar lo furiosa que debía estar al ver lo mucho que me estaba tardando.

Porque si, debía estar encerrada en el ascensor varias horas, aproximadamente.

—¿Qué hora es? —le pregunté luego de unos segundos y él miró su reloj de mano rápidamente.

—Las 3:23 AM.

—Russell me va a matar —murmuré y él me miró extrañado.

—¿Quién es Russell?

—Mi jefa, me mandó a imprimir estas historias médicas y al ver lo mucho que me he demorado, de seguro ya le habrán salido canas verdes.

Río al escucharme e imité su acto.

¡Tenía una sonrisa preciosa, carajo!

—Bueno, al ver en la situación en la que te encuentras como para no hacer lo que te pidió, creo que no te matará así como dices, querida —intentó darme ánimos y me relajé un poco al pensar en sus palabras porque era cierto.

Pegué mi cabeza de la pared metálica y cerré los ojos durante unos instantes, moría de sueño y sin duda aprovecharía esos pocos minutos para poder descansar.

Sabía que en cualquier momento llegarían por nosotros, así que no podía dormir una siesta antes de comenzar con mis labores en el área de emergencias.

—¿No has dormido nada en todo lo que va de noche? —abrí los ojos al escuchar su pregunta y asentí.

—No.

—Si quieres puedes usar mi saco como almohada, no creo que sea cómodo para tí dormir en esa posición —reí al escucharlo y negué.

Por más que lo intentara, no iba a poder dormir en su compañía.

El miedo que sentía me lo impedía, no quería volver a pasar por lo mismo y algo me decía que no debía confiarme de nadie por muy cara bonita que fuera.

Cerré los ojos durante unos instantes intentando calmar el irracional sueño que estaba amenazando con dejarme inconsciente por varias horas, pero sabía que sería difícil el poder dormir en completa paz.

—Insisto, si quieres dormir puedes hacerlo, prometo alejarme lo más que pueda para que no te sientas incómoda con mi presencia —se rodó hasta una esquina del ascensor y, por ende, de mi, lo que me brindó un poco de confianza.

—Te tomaré la palabra, pero solo por unos minutos, no me puedo dormir y que al venir por nosotros me vean en esas condiciones.

—Tú tranquila, si vienen por nosotros yo te levanto antes de que puedan verte dormir, ¿Te parece?

Sonreí al escucharlo y asentí.

Tomé su saco, lo hice bolita y lo puse en el suelo antes de acostarme de lado encima del mismo.

Al instante su exquisito perfume llegó a mis fosas nasales y juro que amé con todo mi corazón, pero aún así no dije nada.

Al confirmar nuevamente que se encontraba en una distancia considerable, cerré los ojos y me dejé llevar por los brazos de Morfeo.

Algo dentro de mí me decía que él era de fiar y que no me haría daño.

(...)

Vlad Vólkov•

Tomé mi teléfono rápidamente y comencé a teclear en el mismo en el chat de Owen, mi mano derecha.

Necesitaba respuestas sobre el miedo que tenía Ada al contacto físico. Al leer el expediente que me habían dado sobre ella, eso no aparecía por ningún lado.

Razón por la que me cabreé al instante.

Sabía que eso solo podía significar una cosa, conocía muchos casos parecidos y todos apuntaban a lo mismo, pero aún así quería creer que a Ada no le había pasado nada.

Que su miedo al contacto físico se trataba de algo más, pero lamentablemente todo apuntaba a que efectivamente o la habían tocado sin su consentimiento, o habían llegado a algo más con ella.

Algo a lo que definitivamente no estaba de acuerdo.

Imaginarla pidiendo ayuda mientras alguien más la poseía sin importarle nada, hizo que la sangre en mi sistema hirviera.

Estaba rogando que Owen me diera buenas noticias, pero si había un culpable detrás de aquel miedo que ella sentía, rogaba tenerlo al frente para matarlo lenta y dolorosamente.

Lo haría pagar por cada lágrima derramada.

Desvíe la mirada de la pantalla de mi teléfono y la miré dormir plácidamente en el suelo. Algo dentro de mí se encendió al notar su increíble parecido con Tania, quién en mi infancia consideré mi primer amor.

Eran idénticas, tanto así que hasta me atrevía a decir que se trataba de su hermana gemela.

Pero eso era algo imposible, Tania era hija única.

Salí de mis pensamientos cuando el sonido de la notificación en mi teléfono me hizo voltear a ver la pantalla del mismo.

Mi humor cambió al leer como ya venían en camino a sacarnos de aquí, pues al sabotear el ascensor sabía que los bomberos no tardarían en acudir para arreglar la falla.

Por lo que mis minutos a solas con Ada estaban por terminar.

Pero aún así no me importaba, había logrado crear un vínculo amistoso con ella y eso sería suficiente para poder verla nuevamente y saludarla.

Me había ganado su confianza en esas horas y era suficiente para mí, por los momentos.

Ya me encargaría de hacerla entrar en confianza de otra manera y que gritara mi nombre mientras la hacía mía.

Le di un último vistazo y sonreí al verla dormir.

Había llegado la hora de hacerla mi mujer, solo mía, carajo. 

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