Nahia respiró profundo frente a la puerta de la casa de Aaron. Tocó un par de veces y él le abrió con una sonrisa que habría derretido los polos. —Señora supervisora, por favor pase —le dijo echándose a un lado y Nahia se fijó en que llevaba aquel arnés bien apretado. —¿Por cuánto tiempo te lo man
—Ya estoy a gusto —murmuró el niño y Aaron lo abrazó y le dio un beso en la cabeza antes de revolverle el cabello y volverse hacia Nahia. —Gracias por ayudarme —dijo. —Es un placer —respondió Nahia. Los dos se quedaron en silencio un momento, apreciando lo que habían logrado juntos. —Bien, ya so
—¿Le vas a hacer una silla que suba y baje escalones? —lo increpó Victoria con curiosidad. —No necesito hacerla, ya está hecha. Unos estudiantes de ingeniería en Zurich fabricaron una, se llama Scewo —explicó Caleb sacando la tableta y mostrándoles un video—. Han estado buscando financiamiento pero
—¿Ya está? —Todavía, casi casi —murmuró Aaron mientras la familia entera se preparaba. Eran las dos de la madrugada y debía faltar muy poco para que pudieran entrar en acción. Él y su abuela se turnaban detrás de la mirilla del rifle esperando el momento justo, y apenas vio a Nahia sentarse en el
—Esta es nuestra salida —susurró Katerina y la familia se escabulló mientras aquellos dos se peleaban por la serenata, la hora, los vampiros y los unicornios. Ni siquiera se dieron cuenta de que al final solo quedaban ellos dos, Kyle y la bebé que dormía en sus brazos. —Este... creo que no debería
Nahia cerró los ojos cuando sintió la boca de Aaron sobre la suya, era como si su presencia se intensificara en medio de la noche. Sus labios eran suaves y cálidos, y una sensación de fuego recorrió todo su cuerpo. Ella estaba perdida en aquel momento, desconectada de la realidad. Su boca estaba lle
No le quedó más remedio que agarrarse del borde de la encimera mientras lo sentía atravesarla una y otra vez, sus movimientos eran cada vez más rápidos y frenéticos, como si el tiempo no fuera suficiente para alcanzar el clímax juntos y aun así no era suficiente. —¡Más... por favor...! —suplicó des
Aaron ni siquiera los contó. Soportó estoicamente hasta el último sartenazo porque sabía que se lo merecía y porque ella necesitaba desahogarse. En algún punto aquella madurez tenía que romperse para dar paso a una avalancha de emociones que no era sano contener. —¡Te amo! —exclamó él mientras se e