—¿Por la pared? —preguntó James. —Hasta una de las ventanas, sí señor —contestó Aaron sin inmutarse. —¿Desarmado? —insistió James. —Incluso una bala de goma puede matar a un bebé —le explicó él—. Es un riesgo que no podemos correr. Pero no se preocupe, vamos a sacar a todos de ahí a salvo. Solo t
Los dedos de Martin se cerraron con desesperación sobre sus muñecas y Aaron gruñó. —¡No me sueltes... no...! —gritó. —Nadie va a soltarte —gruñó James—. ¡Vas a ir a la cárcel, que es lo que te mereces, y me voy a asegurar de que pases el resto de tu vida sin ver la luz del sol! —¿Y crees que eso
Aaron no entendía qué pasaba con Nahia, pero había algo entre ellos que no les permitiría separarse definitivamente jamás, y esa era una certeza que no podía evitar. Así que solo quedaba darle el pecho a la situación, tatuajes incluidos, y resolver ese asunto de una vez por todas... comenzando por l
"No voy a hacerlo, solo quiero saber que está bien", replicó James. "Cuídala, por favor... y cuida a tus sobrinos". —Claro que sí, hermanito —respondió Nahia—. Yo me encargo. Pero aunque ella no tuviera ni la más mínima idea de a dónde iban, James sí la tenía, así que apenas volvió dentro del hosp
Nahia le soltó un puñetazo en la nariz que no le hizo a Aaron ni cosquillas. —No querías pegarme de verdad —la provocó mientras la rodeaba con sus brazos para atraerla y ella forcejeó para soltarse. —¡Déjame, Aaron! —protestó—. ¡Te dije que no quiero estar ni cerca de ti! —Mentirosa... —sonrió él
Aaron se movía con la habilidad de alguien acostumbrado a satisfacer a una mujer. Sus dedos exploraban su interior, haciendo círculos sobre su clítoris, dándole placer y haciéndola gemir con cada toque. De un momento a otro la penetró con fuerza y profundidad, llenándola hasta el fondo, hasta que Na
—¡¿Pero cómo se te ocurrió, papá?! —exclamó Nahia furiosa—. ¡Si él va, yo no voy! —¡Déjame que te explique algo, señorita! —Nahia apretó los dientes cuando escuchó la voz severa y molesta de su padre—. ¡"Él" salvó a tu cuñada, a tus sobrinos, y a cuatro bebés, y le quitó para siempre una amenaza de
—¡Dios, me siento tan estúpida! —murmuró ella cubriéndose el rostro con las manos. —Créeme, yo más. Si solo te hubiera dicho... —Aaron se acercó a ella con lentitud y tiró de una de sus manos para acercarla a él—. Pero Nahia tienes que creer en mí. —Levantó su barbilla y la hizo mirarlo mientras lo