—¿Crees que Sabrina lo haya hecho a propósito? —preguntó Maddi de repente y James suspiró. —¿Hay algún daño que ella no haga a propósito? —replicó James—. Lo que no entiendo es por qué. —Bueno... a Sabrina le gusta el lujo y la buena vida, y tú querías un hijo. A lo mejor creyó que si sabías de su
Para Maddi tener a aquellos bebés en sus brazos fue la experiencia más feliz y perfecta del mundo. Las niñas tenían poco cabellito, muy claro y encaracolado como el de James, y el niño se parecía más a ella. —Tienen tus ojos —murmuró Maddi emocionada y James sintió que se derretía por dentro mientr
Maddi se mordió los labios para que las lágrimas de emoción no se le salieran demasiado rápido. —Entonces... ¿vendrías a ayudar en la escuela a tiempo completo? —preguntó y James asintió con ternura. —Si la señora directora me deja, claro que sí —respondió él—. Así tú tendrás tiempo para estudiar,
Aaron Orlenko, el mayor de los gemelos Orlenko, solo tenía un instinto básico y ese era "pelear o pelear". Era un guerrero nato, quizás por eso las jaulas de peleas clandestinas eran su lugar preferido. Callado, versátil y peligroso, había puesto en práctica cada una de sus habilidades para fundar u
—Amén, hermano —suspiró Aaron y exactamente cinco minutos después salían a la oficina. Esa misma noche a las once abordaban un avión con destino a Boston. Apenas si habían despegado cuando Aaron lo vio pelearse con una computadora portátil. —¿Todo bien? —¡Esta m*****a cosa no se quiere conectar a
La conversación de ahí en adelante fue trivial. Ella había terminado de estudiar la preparatoria con honores y quería estudiar en Europa. —¡¿Cómo que en Europa, Nahia?! —rezongó Austin acelerando—. ¡Yo acabo de llegar! Ella lo miró a través del espejo y asintió. —Lo sé, Austin. Pero ¿qué me quier
Comencemos por lo que de verdad nos interesa: ese pedazo de cosa sexy que era Aaron Orlenko. Gemelo, protector hasta el infinito, adoptado junto a su hermano a los doce años por la familia más hermosa y más dura que había en Ucrania. Adoraba a sus padres y a sus cuatro hermanos, y ellos lo habían c
Jeff Carter se puso pálido como la cera al oír esas palabras y se sentó pesadamente en su silla ejecutiva mirando a su hijo. —¿¡Casi atropellas a una persona!? —gritó furioso—. ¿Y dices que ella está tratando de cargártelo? ¡Como si no alcanzara quiénes son, ahora tengo que besar el suelo por donde