Maddi estaba que no cabía en ella de la alegría. Aquel era un hermoso sueño hecho realidad, y por esas cosas buenas que tiene la vida, Sabrina y su conde se habían marchado sin que tuviera el malestar de cruzarse con ellos. Pronto los niños se fueron a dormir, y Maddi y James se aseguraron de que t
A James se le cayó el corazón al suelo, porque entendió que ese dolor que había estado intentando curar durante meses, ese que creía un poco aliviado al menos, seguía siendo más profundo de lo que imaginaba. —Maddi... no puedes pensar así. —Esto te va a sonar muy cruel —murmuró ella mientras las l
—¡No puedo, Harry, Ron y Hermione se niegan a bañarse! —replicó él a gritos porque estaba enredado con otra tarea. —¡Haz un esfuerzo, me está haciendo pipi en la cara y tú tendrás que besar esta boca! —lo amenazó ella. —¡Sí señora, ya voy! Maddi lo vio aparecer mojado como un pollo y con una enor
James sintió que la habitación le daba vueltas. —¿Perdón? —murmuró ¿Qué quieres decir con...? ¿En serio? El conde Westerfield asintió y James no estuvo muy seguro de si creerle o no, porque eso podía tener demasiadas ramificaciones en las que en ese justo momento no quería pensar. Ya había mandad
—¿Y tú no confías en mi esterilidad? —preguntó James. —Nunca confié en Sabrina, empieza por ahí —murmuró su madre con una mueca—. Y con respecto a los resultados de tus exámenes... hijo, ¿cómo es que tú dices que son? —Pocos, lentos y feos. —¡Bueno, eso no significa horribles, inválidos y extinto
Era como una patada en el estómago, una que le sacaba el aire y lo llenaba de rabia al darse cuenta de que aquella era la voz de Martin Prescott. —¿¡Qué le hiciste a Maddi!? ¿¡Dónde está!? —gritó furioso pero no necesitó preguntar dos veces porque el llanto de los bebés de fondo le decían que estab
James apretó los dientes. —De preferencia que pueda caminar hasta la cárcel —gruñó. —Haré lo que pueda —sentenció Aaron entregándole un audífono para que se lo pusiera—. Pero no le prometo nada. Echó a andar hacia el patio posterior mientras James subía las escaleras desde la entrada principal e
—¡Los bebés! —y aquellas dos palabras fueron una orden. James entró corriendo y se agachó junto a Maddi, que se había dejado resbalar por la pared de la impresión. —¡Nena! ¡Nena, mírame, estás bien! ¿Estás bien? La puso de pie, revisando rápidamente su ropa, que estaba intacta, pero ella parecía