Mientras seguían explorando James no pudo evitar sentir una profunda tristeza y frustración que brotaban de su interior. El edificio estaba en malas condiciones: las paredes estaban agrietadas y desgastadas, los suelos estaban llenos de agujeros y escombros, y todo el lugar parecía triste y vacío.
Nathan y Meli se miraron porque jamás habían visto tanta honestidad junta. —No me digas... ¿y como cuánto quieres sacarle? —murmuró Nathan viendo la expresión de su hijo. —Como seis millones, para ser exactos —dijo Maddi con una sonrisa tan luminosa que todos se quedaron un poco atontados. —¡Vamo
Maddi estudiaba en las mañanas, y James trabajaba, y en las tardes le dedicaban toda su energía al proyecto. Cuando la obra negra terminó de solidificarse, ellos dos fueron los primeros en sorprenderse, porque no habían esperado que se sintiera tan real y tan mágico a la vez. —Nunca había visto na
Puso los ojos en blanco y respiró profundo por un momento antes de dirigirse a ellos. —Señor conde —saludó con cortesía—. Espero que su presencia esta noche junto a su... invitada, sea solamente agradable. ¿Verdad? —No soy su invitada, soy su prometida —replicó Sabrina pero James ni la miró. —Man
Maddi estaba que no cabía en ella de la alegría. Aquel era un hermoso sueño hecho realidad, y por esas cosas buenas que tiene la vida, Sabrina y su conde se habían marchado sin que tuviera el malestar de cruzarse con ellos. Pronto los niños se fueron a dormir, y Maddi y James se aseguraron de que t
A James se le cayó el corazón al suelo, porque entendió que ese dolor que había estado intentando curar durante meses, ese que creía un poco aliviado al menos, seguía siendo más profundo de lo que imaginaba. —Maddi... no puedes pensar así. —Esto te va a sonar muy cruel —murmuró ella mientras las l
—¡No puedo, Harry, Ron y Hermione se niegan a bañarse! —replicó él a gritos porque estaba enredado con otra tarea. —¡Haz un esfuerzo, me está haciendo pipi en la cara y tú tendrás que besar esta boca! —lo amenazó ella. —¡Sí señora, ya voy! Maddi lo vio aparecer mojado como un pollo y con una enor
James sintió que la habitación le daba vueltas. —¿Perdón? —murmuró ¿Qué quieres decir con...? ¿En serio? El conde Westerfield asintió y James no estuvo muy seguro de si creerle o no, porque eso podía tener demasiadas ramificaciones en las que en ese justo momento no quería pensar. Ya había mandad