—Pero ella creía que arruinaría su cuerpo —comprendió Maddi. James se metió las manos en los bolsillos y negó. —Tienes que entender algo, en mi familia las mujeres no se sientan a esperar a que un hombre las mantenga —replicó James—. Mi madre dirige una compañía de exportaciones gigantesca, mi her
Maddi temblaba y no era de frío. Habían hecho la cita para una clínica especializada, y James había insistido en acompañarla, pero Maddi no lo había dejado pasar más allá de la sala de espera. —No tienes por qué hacer esto sola —murmuró James. —Sí, sí tengo. Esta es mi decisión y es mi responsabil
Dos horas después de llegar de regreso al departamento, ya James había hecho las maletas y Maddi no entendía nada. —¿Nos vamos? —Sí, no quiero que sigamos viviendo en este edificio —respondió James—. Hablé con mi hermana y me dejó la llave de su departamento en la ciudad, hasta que tú y yo encontr
James miró a Maddie con un suspiro y ella se encogió de hombros. —¿Tailandesa y "The big bang theory"? —preguntó la muchacha sabiendo que era su comida y su serie favoritas. —Te voy a tomar la palabra —le advirtió James mientras ella se iba con Loretta y él empujaba la puerta para encontrarse con
James salió de aquella oficina apresurado, sin importarle que tras él quedaba Sabrina, furiosa y lista para hacer un escándalo mayor. Solo le importaba que Maddi no se sentía bien y debía estar ahí para ella. Le bastó un segundo después de empujar la puerta del baño de mujeres para saber lo que le
Maddi poco a poco iba sintiéndose mejor de salud, pero su ánimo no mejoraba mucho. James podía ver cuánto peleaba cada día por ponerle buena cara, y si era honesto ya no sabía qué hacer para animarla. Estaba rompiéndose la cabeza, intentando imaginar algo que la hiciera salir de la casa, cuando rec
James hizo lo normal, huir cuando vio a su madre corretearlo con aquel sartén, hasta que se dio cuenta de que ya no tenía quince años ni había hecho nada malo como para estar escapando de su madre. —¡Para, para, mamá! Que yo no soy el tío Rex ni te tengo miedo... El sartenazo le dijo que probablem
—¡Ya entra, James! —exclamó ella poniéndole los ojos en blanco—. Y amarra el caballo por ahí no sea que se te vaya. —Tú ríete, pero de niño tuve un poni —replicó él. Saltó la baranda del balcón y le mostró lo que llevaba en las manos. —¡Uy, uy, uy! Helado de menta. ¿Te he dicho que eres el mejor?