Con un suspiro, se levantó de la cama y salió a la noche. Vagó por las calles de la ciudad, intentando aclarar su mente y averiguar qué hacer a continuación. Echaba de menos a su Abby, desesperadamente, sintiendo que era casi imposible reconciliar la mujer de la que se había enamorado con la que que
Rex gruñó entre dientes pero terminó dándole la espalda y marchándose. Tenía un "te amo" enorme atorado en la garganta, pero no entendía cómo era posible que no saliera. ¿¡Por qué no salía!? Se subió al auto y se encontró a Will, Nathan y un par de amigos en el característico club de streep donde c
Rex no dejaba de mirar la cajita con los aretes, en la proa del barco todo estaba preparado, las flores, las mesas, la champaña. Will se veía orondo y listo para casarse, y cuando Rex atravesó la puerta del camarote de Sophi, el pedacito de corazón que todavía tenía se le cayó a los pies. La muchac
Se encontró con Nathan en la escalera del segundo piso, recogió las llaves de la lancha y le dio un abrazo. —¡Joder, Rex! ¿Estás bien? —murmuró Nathan. —¡Sí, es solo que te voy a extrañar mucho! ¡Te quiero, amigo! —exclamó antes de irse. —Hay que ver que este sí es un atrofiado sentimental. ¡A mí
Los ojos en blanco, ¡eso era lo que tenía! ¡los ojos en blanco! Sophi se perdía en aquella excitación que solo Rex podía provocarle. Quería matarlo por ser tan idiota, pero no podía evitar desearlo profundamente, y sus dedos acariciándola solo la iban volviendo loca. —¿Quieres saber lo que voy a ha
—¡Eso fue tu culpa, imbécil! —replicó ella. —¡Pues esa me la voy a sacar a orgasmos, ¿cómo ves?! —siseó besándola con violencia mientras acariciaba su sexo y extendía su humedad, y Sophi se tensó al sentir su miembro presionar en la entrada de su trasero. —Espera... —intentó protestar, pero aquell
Rex estaba nervioso, era inútil negarlo. Sophia dormía a su lado, acurrucada contra un costado de su cuerpo mientras él miraba al techo con una mano bajo la nuca. Ni siquiera podía empezar a describir lo agradable que era sentir su calor contra él. Era pequeña y era suya, y no podía imaginar nada me
—¿La que llevaste al aeropuerto? —Claro que no, Sophi, sabes por qué llevé a esa chica, a... este... —Rex arrugó el ceño y Sophi suspiró. —Ni siquiera recuerdas cómo se llama, ¿verdad? Rex negó encogiéndose de hombros. —Sabes bien por qué la llevé, pero ya tenía todo listo para salir volando a E