Abby sonrió mientras sus ojos se abrían despacio. El cuerpo de Rex seguía caliente y delicioso y posesivo. La cena se había trasladado a las tres de la madrugada, después de unas cuantas sesiones de sexo tan intenso que Abby estaba segura de que nunca en su vida volvería a caminar derecha. Lo miró
—Oye, no digas eso, yo definitivamente iría. ¿Cuándo es? —lo animó Rex. —No sabemos... somos malos para la planificación —admitió otro que se llamaba Steve—. Pero si alguien como tú viniera, seguro que otra gente se animaría. Rex miró a Abby y ella asintió con la cabeza porque ya se imaginaba la p
Otra semana. Otra extremadamente corta semana había pasado. Después del evento de los veteranos habían descansado un par de días, si era que a hacer el amor hasta en la encimera de la cocina se le podía considerar descanso, pero para Rex seguía sin ser suficiente. Luego de eso volvieron a retomar
Rex aguzó la vista y se fijó entonces en un hombre que caminaba detrás de ella, siguiéndola entre la gente. En un segundo sintió un escalofrío que no pudo explicar, no supo si por la actitud del hombre o porque Abby no se había dado cuenta de que alguien la seguía, pero Rex dejó su copa de champaña
—¿Estás seguro de que quieres saberlo? ¡No, claro que no estaba seguro! ¿Cómo iba a querer escuchar la historia de cómo algún hijo de put@ le había roto el corazón a Abby? Sin embargo vivir en la ignorancia no lo ayudaría para nada a entender a aquella mujer y a ella de verdad quería entenderla. —
Rex sonrió con cierto alivio y luego suspiró. —OK, OK, regreso. ¿Cuándo llega? —En una semana. Vamos a ir todos al aeropuerto a recibirlos, con los globos, la música y el alboroto, así que ven lo más pronto posible. ¡Si te pierdes esto te juro que te voy a hacer vadú, Rex! —¡Vudú, tarada! —¡Eso
Un león en una jaula, recién traído del África, confundido y enojado, habría tenido mejor carácter que Rex Lanning. Aquella cuenta regresiva lo estaba matando, cada hora se le hacía un minuto, cada día se le hacía una hora. Ni siquiera era capaz de controlar la tensión tan grande que sentía mientras
—Es mejor prevenir ¿no? —murmuró. —Bueno, como quieras. Solo procura traer a alguien agradable. Para Rex Lanning conseguir quien lo acompañara no era precisamente un problema, aunque últimamente aquella larga lista de mujeres en su agenda telefónica había dejado de enorgullecerlo. Llamó a varias