—¡Nadie, nunca, va a olvidar este momento! —gritó a todo pulmón—. ¡Pasarán décadas y el mundo no va a olvidar eso jamás! —empujó a Aquiles con todas sus fuerzas y lo alejó de ella—. ¡Nadie los va a olvidar, porque ahora mismo, en este mismo instante... hay más de cuatrocientos millones de personas v
—¡Gracias a Dios! —sollozó Meli asustada, pero sabía que ahí no terminarían las cosas—. Quiero ir con usted —le dijo. —Puede ser peligroso... —No lo será. Ese hombre es un cobarde, y lo único que sabe hacer es levantar su distinguida nariz y decir lo poderoso que es. ¡Pero no va a hacer nada más!
Cuando Meli volvió a abrir los ojos, estaba en una habitación del hospital de la ciudad. Junto a ella, Nathan tenía cara de cansado y estaba ojeroso, pero lo primero que hizo fue sonreírle. —Dime que de verdad ya se acabó todo —susurró Meli con un puchero. —Sí, mi amor, ya se acabó todo —le sonrió
—¿Quieres que te compre un velero? —sonrió. —Bueno, no quiero esperar a los fines de semana cuando haya tour de las ballenas en el acuario. Si tenemos un velero, podemos ir a verlas nosotros mismos —dijo la niña encogiéndose de hombros. —Tu papá no sabe manejar un velero —rio Nathan. —No pasa nad
Nathan sonrió y se recostó en aquel sofá viendo el bailecito sexy de la victoria que Meli le hacía sobre aquellos tacones rojos. Seguía siendo ñoña, torpe y descoordinada, pero era suya, tan suya como el primer día aunque no hubiera podido reconocerlo entonces. Amaba a aquella mujer con todo su cora
Tres años después. —¡Nathaaaaaaannnnn! Aquel grito de Meli salió coqueto, peligroso y amenazante. Dos segundos después lo veía asomarse por la puerta como un niño que hubiera hecho una travesura. —¡Soy inocente! —dio nada más entrar a la habitación. —Tú sí, pero él no —dijo Meli señalando a Rex,
Otros tres años después. —Amor, despierta. Aquellas palabras dulces susurradas en su oído hicieron que Meli sonriera. —Cinco minutos —pidió con un puchero. —Y diez también, pero recuerda que hoy es el cumpleaños de James, y algo me dice que el ambiente allá afuera anda revolucionado —sonrió Nath
Seis meses. Los más felices en la vida de Nathan King, tanto que dejó la empresa en manos de un director ejecutivo experto y se declaró dueño con licencia de paternidad. Nathan no había podido disfrutar del embarazo de James, así que ahora pretendía hacerlo con el de aquel bebé hermoso que venía en