El rostro del gobernador Bharon se puso lívido al escuchar aquellas palabras. Era una locura que Siro lo hubiera delatado. ¡¿Por qué nadie le había avisado?! Se giró hacia Stephanie y ella pudo ver la indecisión en su rostro. —¡No te atrevas a traicionarme, Thomas! —gritó Stephanie al darse cuenta
—Vaya, vaya, tía querida —siseó Meli mirando a Heather—. Yo siempre te creí demasiado arrogante, pretenciosa y bastante inútil... no imaginaba que también acompañabas a tu marido en sus crímenes. La bofetada resonó en medio de la noche y Meli sintió que le ardía la piel, pero no era la primera que
Meli sentía que su corazón se saldría de su pecho. Nathan estaba en peligro, en peligro de muerte, solo por la locura y la maldad de gente como Marilyn y sus tíos que eran capaces de hacer cualquier cosa por dinero. Se acercó al borde de aquel puente y miró abajo. El agua corría feroz y ella solo p
—¡Nadie, nunca, va a olvidar este momento! —gritó a todo pulmón—. ¡Pasarán décadas y el mundo no va a olvidar eso jamás! —empujó a Aquiles con todas sus fuerzas y lo alejó de ella—. ¡Nadie los va a olvidar, porque ahora mismo, en este mismo instante... hay más de cuatrocientos millones de personas v
—¡Gracias a Dios! —sollozó Meli asustada, pero sabía que ahí no terminarían las cosas—. Quiero ir con usted —le dijo. —Puede ser peligroso... —No lo será. Ese hombre es un cobarde, y lo único que sabe hacer es levantar su distinguida nariz y decir lo poderoso que es. ¡Pero no va a hacer nada más!
Cuando Meli volvió a abrir los ojos, estaba en una habitación del hospital de la ciudad. Junto a ella, Nathan tenía cara de cansado y estaba ojeroso, pero lo primero que hizo fue sonreírle. —Dime que de verdad ya se acabó todo —susurró Meli con un puchero. —Sí, mi amor, ya se acabó todo —le sonrió
—¿Quieres que te compre un velero? —sonrió. —Bueno, no quiero esperar a los fines de semana cuando haya tour de las ballenas en el acuario. Si tenemos un velero, podemos ir a verlas nosotros mismos —dijo la niña encogiéndose de hombros. —Tu papá no sabe manejar un velero —rio Nathan. —No pasa nad
Nathan sonrió y se recostó en aquel sofá viendo el bailecito sexy de la victoria que Meli le hacía sobre aquellos tacones rojos. Seguía siendo ñoña, torpe y descoordinada, pero era suya, tan suya como el primer día aunque no hubiera podido reconocerlo entonces. Amaba a aquella mujer con todo su cora