Nathan llevaba un traje negro y Meli un vestido azul de seda que le llegaba hasta los pies. Nathan estaba ansioso e irritable. No podía dejar de pensar en la última vez que habían interactuado con los Wilde, hacía ya dos años. Aquiles y Heather eran gente despreciable, miserables ladrones, y Stepha
Thomas Bharon pasó por todos los colores del arcoíris mientras Amelie lo miraba a los ojos. —¿Está segura de lo que está diciendo, señora King? —siseó entre dientes y Meli achicó los ojos—. Usted parece una mujer inteligente, ¿le parece inteligente enemistarse con el gobernador? Meli sonrió con in
—Lo sé, pero no la capturaron llevando a los niños, solo tiene en contra la declaración de varias personas al azar, y por desgracia Rex no pudo ver la cara de quien lo apuñaló —le explicó el fiscal, frustrado también. —¡Pero ella confesó! ¡Ella confesó, lo hizo delante de mí, delante de las cámaras
—¿Sabes cuál es el problema de la gente como Thomas Bharon? —¿Cuál? —Que son demasiado arrogantes como para dudar de sí mismos, creen que la gente tiene que obedecerlos solo porque ellos lo dicen, y no pueden aceptar que otras personas sean más inteligentes. ¿Qué crees si le damos a Bharon una pro
El problema con la opinión pública era justamente ese: no había que tener pruebas, solo bastaba con que una madre comprometida como la señora King abriera la boca para hacer semejante denuncia, para que todo el mundo la escuchara, porque todos en aquella ciudad habían estado pendientes del secuestro
Entre los gritos y el alboroto, oyó que alguien llamaba su nombre desde lejos. Era Nathan, finalmente había llegado. Se abrió paso entre la multitud hasta llegar a él. —Nathan, esto es un desastre —le dijo en cuanto lo tuvo cerca— Bharon está detrás de todo esto, tiene que ser él. —Lo sé —respondi
Meli sentía que iba a volverse loca. No podía creer que de nuevo estuvieran pasando por una crisis como aquella. —¡Dios, esto es una pesadilla! —sollozó acurrucándose en los brazos de Nathan, que la estrechó con fuerza contra su pecho, como si jamás quisiera dejarla ir—. ¿Cuándo esa gente va a deja
Apenas los vio salir, Meli se giró hacia Paul. —¿Hiciste lo que te pedí? —le preguntó. —Sí, ya están todos aquí. Te están esperando en la sala de reuniones número cuatro. —Bien. Déjame hablar sola con ellos —le pidió Meli y caminó con determinación hasta aquella sala. Adentro había doce personas