Por primera vez en su vida, a pesar de todo, Nathan King se sentía realmente bendecido. Tenía dos hijos hermosos que estaban juntos, y justo en aquel momento reían como locos viendo a las ballenas. ¡Sí, Sophi por fin había vuelto a las ballenas! Nathan abrazó a Meli y besó sus labios con suavidad.
—Hola, Sophia, buenos días —saludó el juez con una sonrisa amable. Habiendo sido juez de la corte de la familia por tantos años, ya sabía lo estresados que estaban los niños en un momento como aquel. —Hola —dijo Sophi cohibida. —¿Sabes por qué estás aquí? —preguntó el juez. —Usted va a decidir si
—Doctor Brooks, ¿desde cuándo es usted el psicólogo de Sophia? —Desde que la señora King tuvo el accidente de esquí. Sophia tenía poco más de dos años y a su padre le preocupaba no saber lidiar con ella y con la ausencia de su madre —respondió el doctor. —¿Y su padre sabía qué hacer? —No, el seño
Para Nathan y Paul no fue nada extraño ver a Marilyn subir a aquel estrado y jurar sobre la biblia con lágrimas en los ojos solo para tratar de victimizarse. Su abogado, por supuesto, fue el primero en interrogarla. —Señora King, ¿cómo fue para usted despertar y saber que su hija la creía muerta?
Nathan se puso de pie. —No, Su Señoría. No voy a negar a Amelie Wilde ni al hijo que tengo con ella. Hace solo dos semanas supe que los dos estaban vivos y no pretendo ocultarlos. —Su Señoría, si nos lo permite, nos gustaría llamar a declarar al doctor Benson, ha sido el doctor de la familia duran
Nathan sintió que su corazón se detenía al escuchar aquello. Había un montón de demandas de por medio y él no las había enumerado, pero el terror de que Marilyn pudiera quedarse con su hija era suficiente como para hacerlo contener el aliento con desesperación. Y como si eso no fuera suficiente, la
—¿Esto está bien? —preguntó en voz baja señalando la cifra—. ¿No le falta un cero? El asistente revisó y negó. —No, así lo estipuló el señor juez. —Pues esto está a punto de ponerse muy malo muy pronto —le aseguró Nathan y como si el universo quisiera reforzar su presentimiento, en cuestión de se
—¿De verdad? ¡Júramelo, Nathan! ¡Júrame que tenemos la custodia de Sophi! —le pidió con lágrimas en los ojos. —¡Te lo juro mi amor! ¡Tenemos la custodia de Sophi! ¡Tenemos a nuestra niña! ¡Por fin todo esto terminó! —dijo Nathan exhalando con alivio. —¿¡Cuándo vienen!? ¡Ya quiero que vengan! —le s