—¿Esto está bien? —preguntó en voz baja señalando la cifra—. ¿No le falta un cero? El asistente revisó y negó. —No, así lo estipuló el señor juez. —Pues esto está a punto de ponerse muy malo muy pronto —le aseguró Nathan y como si el universo quisiera reforzar su presentimiento, en cuestión de se
—¿De verdad? ¡Júramelo, Nathan! ¡Júrame que tenemos la custodia de Sophi! —le pidió con lágrimas en los ojos. —¡Te lo juro mi amor! ¡Tenemos la custodia de Sophi! ¡Tenemos a nuestra niña! ¡Por fin todo esto terminó! —dijo Nathan exhalando con alivio. —¿¡Cuándo vienen!? ¡Ya quiero que vengan! —le s
Nathan se quedó mudo por un instante. La idea ya le había pasado por la mente. La verdad era que Meli y su hijo ya se habían acomodado perfectamente en Boston, ella tenía su empresa y la universidad y a sus amigos, y ahora Sophia también parecía necesitar un cambio de aires. —Bueno... supongo que p
"¡POR AQUÍ, IDIOTA!" Y debajo en letras pequeñas decía: "CAMINA. NO IBA A ENSUCIAR EL FERRARI POR TI" Nathan rio y avanzó por el camino de tierra, rodeado de hermosos árboles, por cerca de trescientos metros. Al fondo divisó una hermosa cabañita, tan rústica que tenía el techo lleno de enredadera
—¡Dime que sí! —sonrió Nathan levantándola en sus brazos y lanzándose con ella a la cama—. ¡Dime que sí! ¡Dime que sí! ¡Dime que sí! Meli rio y lo estrechó entre sus brazos con fuerza. —¿De verdad tienes que preguntarlo? ¡Claro que sí! ¡Por supuesto que sí! —exclamó mientras sus labios se encontra
—¡Una semana en Disneyland y tendrás que irte a Grecia sin mí, porque yo estaré más cansado que los niños! —protestó él, pero Meli le hizo el amor y con eso le calló la boca en dos segundos. Preparar aquella boda fue una completa y hermosa locura. Solo tenían dos semanas para eso, porque no habían
Nathan se aclaró la garganta y comenzó: —Meli, desde el primer día en que te vi supe que éramos almas gemelas. —Meli abrió la boca con incredulidad y él se encogió de hombros—. ¡Vamos, no puedes negarlo, del odio al amor solo había un tropiezo de tus fatídicos tacones rojos! —Meli dejó escapar una
—¡Naaaaaaaaaaathaaaaaaaaaaaannnnnn! El infierno era mejor que aquel grito, y a Nathan se le erizó hasta otro último vello de la nuca al escucharlo, porque salía de la garganta de la mujer que más amaba en el mundo y venía cargado de dolor. Él fue el primero en salir corriendo hacia la casa, y Harri