Para Nathan y Paul no fue nada extraño ver a Marilyn subir a aquel estrado y jurar sobre la biblia con lágrimas en los ojos solo para tratar de victimizarse. Su abogado, por supuesto, fue el primero en interrogarla. —Señora King, ¿cómo fue para usted despertar y saber que su hija la creía muerta?
Nathan se puso de pie. —No, Su Señoría. No voy a negar a Amelie Wilde ni al hijo que tengo con ella. Hace solo dos semanas supe que los dos estaban vivos y no pretendo ocultarlos. —Su Señoría, si nos lo permite, nos gustaría llamar a declarar al doctor Benson, ha sido el doctor de la familia duran
Nathan sintió que su corazón se detenía al escuchar aquello. Había un montón de demandas de por medio y él no las había enumerado, pero el terror de que Marilyn pudiera quedarse con su hija era suficiente como para hacerlo contener el aliento con desesperación. Y como si eso no fuera suficiente, la
—¿Esto está bien? —preguntó en voz baja señalando la cifra—. ¿No le falta un cero? El asistente revisó y negó. —No, así lo estipuló el señor juez. —Pues esto está a punto de ponerse muy malo muy pronto —le aseguró Nathan y como si el universo quisiera reforzar su presentimiento, en cuestión de se
—¿De verdad? ¡Júramelo, Nathan! ¡Júrame que tenemos la custodia de Sophi! —le pidió con lágrimas en los ojos. —¡Te lo juro mi amor! ¡Tenemos la custodia de Sophi! ¡Tenemos a nuestra niña! ¡Por fin todo esto terminó! —dijo Nathan exhalando con alivio. —¿¡Cuándo vienen!? ¡Ya quiero que vengan! —le s
Nathan se quedó mudo por un instante. La idea ya le había pasado por la mente. La verdad era que Meli y su hijo ya se habían acomodado perfectamente en Boston, ella tenía su empresa y la universidad y a sus amigos, y ahora Sophia también parecía necesitar un cambio de aires. —Bueno... supongo que p
"¡POR AQUÍ, IDIOTA!" Y debajo en letras pequeñas decía: "CAMINA. NO IBA A ENSUCIAR EL FERRARI POR TI" Nathan rio y avanzó por el camino de tierra, rodeado de hermosos árboles, por cerca de trescientos metros. Al fondo divisó una hermosa cabañita, tan rústica que tenía el techo lleno de enredadera
—¡Dime que sí! —sonrió Nathan levantándola en sus brazos y lanzándose con ella a la cama—. ¡Dime que sí! ¡Dime que sí! ¡Dime que sí! Meli rio y lo estrechó entre sus brazos con fuerza. —¿De verdad tienes que preguntarlo? ¡Claro que sí! ¡Por supuesto que sí! —exclamó mientras sus labios se encontra