Meli sintió que sus rodillas se aflojaban. Las palabras de Nathan eran como golpes de agua fría sobre su rostro. —¿Qué...? ¿De qué estás hablando...? —murmuró y todos se giraron para ver su rostro interrogante. En un segundo Aquiles Wilde se puso lívido. —¡De nada! ¡De nada! ¡Este hombre no sabe
—Vamos, nena, vamos... calma, no pasa nada... —murmuró en su oído llevándola hacia el interior de la casa. La sentó en la biblioteca, en uno de los sofás frente a la enorme chimenea y Amelie trató de limpiarse las lágrimas. —Lo siento, yo... no quería que esto sucediera —susurró—. No quería que te
—¿De... de verdad? —preguntó en voz muy baja porque necesitaba que aquello fuera cierto. —¿Quieres comprobarlo? —murmuró él. —¿C-cómo...? Envolviendo sus brazos firmemente alrededor de la cintura de Meli, Nathan la atrajo hacia él hasta que no hubo ni siquiera el espacio de una hoja entre sus cue
Había lágrimas en sus ojos, pero si Heather y Stephanie imaginaban que era por debilidad estaban muy equivocadas. Aquellas lágrimas en los ojos de Amelie eran pura impotencia y rabia. —Tengo derecho a una llamada telefónica —gruñó en cuanto la metieron a una celda. —No te preocupes, muchacha, te a
—¿Se la llevaron? —Nathan sintió un escalofrío—. ¿Cómo que se la llevaron, quiénes? —Dos policías. Vinieron en la mañana temprano, dos mujeres venían también, dijeron algo de deudas y se llevaron a Meli esposada. Nathan apretó los puños y sus dientes rechinaron de la rabia. Sacó su teléfono y most
—Mis abogados están preparando lo que necesito, pero quisiera ver a mi novia ahora mismo, si es tan amable —demandó sin una sola gota de amabilidad en la voz. El capitán lo guio hacia las celdas de custodia preventiva y a Nathan se le encogió el corazón al ver a Amelie allí, abrazándose las piernas
La expresión de Nathan King era la de un depredador que acaba de cortar la yugular de su presa y disfruta ver correr la sangre. No le importaba nada que no fuera hundir al hombre que tenía enfrente y Aquiles podía notarlo. —¿Crees que voy a permitir que lleves a mi mujer y mi hija a la miseria? —gr
—¿Y cuándo le vas a dar el beso de amor para que se despierte? —lo interrogó Sophia mientras él la acostaba en la cama. —Cuando tú no estés mirando —declaró él. —¡Ah, entonces me voy! ¡Despiértala rápido! Nathan suspiró solo un poco aliviado por tener a Amelie en casa, y aún más cuando poco despu