Durante largos minutos miró al techo, recordando cada momento de la noche anterior, y se estremeció al recordar el placer que había sentido entre los brazos de Nathan. Era algo imposible de describir, Amelie jamás había imaginado que aquellas sensaciones existían y él parecía tan... experimentado.
Era peligroso ver cómo sus labios temblaban. Todo el cuerpo de Nathan se lo advertía. No sabía qué tenía aquella chiquilla que lo estaba descontrolando, pero era evidente que algo tenía.—¿Qué va a pasar ahora? —repitió apoyándose en el escritorio y bajando un poco para quedar a su altura. Meli esta
—En esta talla, una muestra de todo lo que tenga —dijo entregándole una tarjeta—. Llame a ese teléfono y dé su número de cuenta, le pagarán y le darán la dirección de envío. Gracias.—¡No, Nathan!Y como estaba visto que ella no iba a ceder, Nathan le dio la vuelta y se la echó al hombro, entró a la
Nathan trató de disimular, pero era evidente que no estaba tranquilo. —¿Todo bien? —preguntó Amelie al ver su cara de preocupación. —Sí, solo son cosas del trabajo, cuando manejas una empresa tan grande parece que siempre hay algo saliendo mal —mintió—. Y ahora vamos a casa, tienes que preparar mi
—¿Por eso es torpe? —preguntó. —Sí, lamento tener que decirle esto, señor King —dijo el médico con gravedad—, pero Amelie tiene una lesión cerebral desde que era una niña. Es probable que haya aprendido a vivir con un poco de falta de equilibrio, pero si tuvo un nuevo accidente, es probable que eso
—¿De verdad no cree que ella despierte? —preguntó Nathan en voz baja. —Su condición solo ha empeorado en los últimos cinco años. Entiendo su sentido de responsabilidad, señor King, pero tenga la tranquilidad de saber que hizo todo lo posible por ayudarla. El médico extendió su mano y Nathan la est
Nathan no podía negarlo, ver entrar a aquella mujer con la nariz asegurada con una férula y todo morado alrededor era una felicidad. Aun así mantenía una actitud distinguida y altiva, como si la sirvienta de su casa no le hubiera roto la nariz delante de todos. —Stephanie —dijo levantándose—. Qué s
—¡Gracias! ¿Quieres que te tome la palabra? —¿Eh...? —Meli pasó saliva y se quedó mirándolo aturdida, porque no había un lugar mejor para perderse que en ese mar que eran los ojos de Nathan King. Su mirada era profunda y penetrante, y Meli se sentía atraída por aquel fuego que parecía siempre arde