Nathan no podía negarlo, ver entrar a aquella mujer con la nariz asegurada con una férula y todo morado alrededor era una felicidad. Aun así mantenía una actitud distinguida y altiva, como si la sirvienta de su casa no le hubiera roto la nariz delante de todos. —Stephanie —dijo levantándose—. Qué s
—¡Gracias! ¿Quieres que te tome la palabra? —¿Eh...? —Meli pasó saliva y se quedó mirándolo aturdida, porque no había un lugar mejor para perderse que en ese mar que eran los ojos de Nathan King. Su mirada era profunda y penetrante, y Meli se sentía atraída por aquel fuego que parecía siempre arde
Cuando Aquiles Wilde alargó la mano esta mañana para recibir el periódico del día, y abrió la primera página, casi se escupió el café encima. Bajo el enorme titular que rezaba: PREMIO PARA DESAROLLADORES NOVELES ES OTORGADO AL GRUPO KING´S HOLDING CORPORATION", aparecía una breve noticia. "Este año
—Pues tú te ves muy apuesto —aseguró ella con una sonrisa suave y Nathan le ofreció su brazo. En pocos minutos la limusina salió en dirección al evento y Amelie se quedó maravillada de lo hermoso que se veía el edificio apenas se acercaron. Cuando el homenajeado bajó, una multitud de fotógrafos y
Nathan levantó una ceja pero no dijo nada, sabiendo perfectamente que Stephanie solo podía lidiar con la vergüenza que estaba pasando con esas amenazas vacías. Y luego simplemente... la olvidó. A medida que el evento progresaba, sonaba una banda en vivo, los invitados bailaban y brindaban por Nath
Meli sintió que sus rodillas se aflojaban. Las palabras de Nathan eran como golpes de agua fría sobre su rostro. —¿Qué...? ¿De qué estás hablando...? —murmuró y todos se giraron para ver su rostro interrogante. En un segundo Aquiles Wilde se puso lívido. —¡De nada! ¡De nada! ¡Este hombre no sabe
—Vamos, nena, vamos... calma, no pasa nada... —murmuró en su oído llevándola hacia el interior de la casa. La sentó en la biblioteca, en uno de los sofás frente a la enorme chimenea y Amelie trató de limpiarse las lágrimas. —Lo siento, yo... no quería que esto sucediera —susurró—. No quería que te
—¿De... de verdad? —preguntó en voz muy baja porque necesitaba que aquello fuera cierto. —¿Quieres comprobarlo? —murmuró él. —¿C-cómo...? Envolviendo sus brazos firmemente alrededor de la cintura de Meli, Nathan la atrajo hacia él hasta que no hubo ni siquiera el espacio de una hoja entre sus cue